miércoles, 22 de mayo de 2019

RIVERA EN MODO JEREMÍAS




El profeta Jeremías, pintura de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina

El siempre agudo Enric Juliana comenta que Alberto Carlos Rivera desbordó a Vox por la derecha, ayer en el Congreso. A toda costa se empeñó en armar un zape que Santiago Abascal no entendió ─tal vez agarrotado por el miedo escénico─, Pablo Casado no secundó y la presidenta Batet bloqueó con serenidad y eficacia, cualidades que le han valido improperios desatados por parte de ABC, La Razón, El Mundo y los demás tutti quanti de la caverna mediática. (Un honor para Batet. Los cielos asaltables de la política están hoy empedrados con las iras de los tribunos de la antipolítica.)

Rivera se había equivocado ya antes, al empeñarse en ganar por KO un debate electoral en el que no se jugaban votos, sino imagen. A pesar de la insistencia de sus mecenas en que pacte con Sánchez para aminorar los riesgos de una legislatura reivindicativa de derechos pisoteados e ignorados de las clases subalternas, se excluyó a sí mismo del pacto y sigue terne en la idea de ganarlo todo para la derecha en el “partido de vuelta”, solo o en compañía de otros.

Ayer Rivera pretendió en el Congreso emular al profeta Jeremías en su llanto sobre la Jerusalén devastada por el rey Nabucodonosor. Saltó de su escaño dispuesto a interrumpir la votación para dar testimonio de que los presos catalanes estaban “humillando a todos los españoles”.  

Todos somos “del” pueblo, pero ninguno es “el” pueblo, le recordó oportuna Batet. Rivera estaba tan henchido de su propia importancia por un lado, y de impaciencia histórica por otro, que pretendía desbordar ya desde el inicio de la legislatura, al frente de una oposición “triunfal”, al gobierno aún no constituido; a toda velocidad, y no ya por el carril derecho, sino por el arcén. El intento no acabó bien para él. Suele pasar.

Su personal sentimiento trágico de la vida se concretó a lo largo de la sesión constitutiva en un repertorio de miradas furibundas a los cuatro diputados (Junqueras, Sánchez, Rull, Turull) que presumiblemente dejarán de serlo “por imperativo legal” ─y no por iniciativa de Rivera─, dentro de cuatro días. Añadió a las miradas sombrías una advertencia amenazadora: “No os vais a salir con la vuestra”. 

Mientras, Inés Arrimadas, que siempre ha demostrado un “saber estar” más adecuado que su jefe de filas, repartía besos desinhibidos a los mismos ex colegas del Parlament. Fue justo el pequeño gesto que bastaba para convertir el trágico rasgarse las vestiduras de don Jeremías Rivera en un sainete costumbrista con cuernos incluidos.