lunes, 20 de mayo de 2019

DE LA DIGNIDAD DE IGLESIAS AL CINISMO DE DIÓGENES



Diógenes y su farol. Detalle de un cuadro atribuido a J.H.W. Tischbein (hacia 1780)

Pablo Iglesias ha dicho que él se negaría a aceptar una donación de Amancio Ortega a la sanidad pública valenciana para la investigación del cáncer con tecnología punta. Dice Iglesias que la sanidad debe financiarse con impuestos, y que una democracia digna no debe admitir limosnas de los muy ricos.

Lo veo y no lo veo, como solía decir años atrás el compañero Juan Ignacio Valdivieso en algunos debates sindicales muy arduos.

No me convence del todo lo de la “democracia digna”. Sostiene mi amigo Javier Tébar, historiador destacado de las sociedades contemporáneas, que democracia en estado puro nunca la ha habido en el mundo. Si eso es así, y no tengo razones para dudarlo, imagínense que además exigimos, a esas democracias de tres al cuarto que andan por ahí, que sean “dignas”. ¿Cómo se mide la dignidad? ¿Cómo se financian algunos partidos políticos? ¿Qué unto prodigioso engrasa las bisagras de las puertas giratorias?

Mi diagnóstico particular es que a Iglesias le ha dado de pronto un ataque intempestivo de dignidad democrática fuera de lugar. Cuando las corporations más opulentas y con más tentáculos transnacionales ofrendan tantas dádivas bajo mano, todos los días, en los pasillos oscuros de nuestras democracias dudosas, algo cutres y bastante esmirriadas, ponerle peros a treinta millones ofrecidos a la sanidad pública valenciana no me parece una actitud ni rigurosa ni útil. 

La alternativa que sugiero, menos grandilocuente pero más efectiva a mi entender, es: Vengan acá esos treinta millones, y ahora que ya los tengo en el bolsillo público, hablemos en serio de la liquidación del impuesto de sociedades del último año, e incluso de los anteriores.

El problema de fondo viene de lejos. El filósofo Diógenes de Sinope paseaba por las soleadas calles de Atenas con un farol encendido. Esto ocurría más o menos mediado el siglo IV antes de Cristo. Alguien le preguntó por qué cargaba en pleno día con un artefacto tan incongruente, y contestó que buscaba un hombre honrado, pero no conseguía encontrarlo. Imagínense, buscaba dignidad y honradez en la cuna histórica de la democracia en el mundo, y no las encontraba.

Hay un estrambote irónico a la historia del filósofo. Como predicaba un modo de vida frugal y acorde con la naturaleza, se trataba a sí mismo de “perro” (kynos, en griego) en el mejor y más natural sentido; por lo que ha pasado a la historia de las ideas con el sobrenombre de Diógenes el Cínico. El cinismo primitivo es uno de tantos conceptos que han sido desvirtuados históricamente por una valoración sesgada y peyorativa de los estamentos dominantes. Sería de lamentar que algún día ocurriera lo mismo con el concepto de la democracia.