Diógenes y su farol. Detalle de un cuadro atribuido a
J.H.W. Tischbein (hacia 1780)
Pablo Iglesias ha
dicho que él se negaría a aceptar una donación de Amancio Ortega a la sanidad
pública valenciana para la investigación del cáncer con tecnología punta. Dice
Iglesias que la sanidad debe financiarse con impuestos, y que una democracia
digna no debe admitir limosnas de los muy ricos.
Lo veo y no lo veo,
como solía decir años atrás el compañero Juan Ignacio Valdivieso en algunos debates
sindicales muy arduos.
No me convence del
todo lo de la “democracia digna”. Sostiene mi amigo Javier Tébar, historiador
destacado de las sociedades contemporáneas, que democracia en estado puro nunca
la ha habido en el mundo. Si eso es así, y no tengo razones para dudarlo,
imagínense que además exigimos, a esas democracias de tres al cuarto que andan
por ahí, que sean “dignas”. ¿Cómo se mide la dignidad? ¿Cómo se financian algunos
partidos políticos? ¿Qué unto prodigioso engrasa las bisagras de las puertas
giratorias?
Mi diagnóstico
particular es que a Iglesias le ha dado de pronto un ataque intempestivo de
dignidad democrática fuera de lugar. Cuando las corporations más opulentas y con más tentáculos transnacionales
ofrendan tantas dádivas bajo mano, todos los días, en los pasillos oscuros de nuestras democracias
dudosas, algo cutres y bastante esmirriadas, ponerle peros a treinta millones ofrecidos
a la sanidad pública valenciana no me parece una actitud ni rigurosa ni útil.
La alternativa que sugiero, menos grandilocuente pero más efectiva a mi
entender, es: Vengan acá esos treinta millones, y ahora que ya los tengo en el
bolsillo público, hablemos en serio de la liquidación del impuesto de
sociedades del último año, e incluso de los anteriores.
El problema de fondo viene
de lejos. El filósofo Diógenes de Sinope paseaba por las soleadas calles de Atenas
con un farol encendido. Esto ocurría más o menos mediado el siglo IV antes de
Cristo. Alguien le preguntó por qué cargaba en pleno día con un artefacto tan
incongruente, y contestó que buscaba un hombre honrado, pero no conseguía
encontrarlo. Imagínense, buscaba dignidad y honradez en la cuna histórica de la
democracia en el mundo, y no las encontraba.
Hay un estrambote
irónico a la historia del filósofo. Como predicaba un modo de vida frugal y
acorde con la naturaleza, se trataba a sí mismo de “perro” (kynos, en griego) en el mejor y más
natural sentido; por lo que ha pasado a la historia de las ideas con el
sobrenombre de Diógenes el Cínico. El cinismo primitivo es uno de tantos conceptos
que han sido desvirtuados históricamente por una valoración sesgada y
peyorativa de los estamentos dominantes. Sería de lamentar que algún día ocurriera lo mismo con
el concepto de la democracia.