El hermano menos
listo de Sherlock Holmes ha insistido de nuevo en la vieja cantinela: en
relación con el procés independentista,
Ada Colau representa la equidistancia; él mismo, el compromiso. Según dicho razonamiento,
él sería más merecedor que Colau de obtener la alcaldía de Barcelona.
Pero en ninguna
parte está escrito que el compromiso con la independencia o con las glorias
catalanas sea un mérito computable para ejercer de alcalde de Barcelona.
Tampoco es ningún
mérito la equidistancia, lo reconozco. Sobre la equidistancia y la beligerancia
ha dado argumentos más que suficientes José Luis López Bulla en un post
reciente para enmarcar (1). No haría falta en rigor decir nada más. En todo
caso, señalar que la liza cerrada y virtual en la que contienden empeñadamente tantos
políticos catalanes, es rigurosamente lineal. En un extremo de la línea están
los hunos, que son los leales. En el otro extremo los hotros, que constituyen
la vileza y la degeneración en su máximo grado posible: gentuza sin principios
ni temor de Dios. Los dos polos o extremos de la línea son perfectamente
reversibles según el punto de vista del observador, de modo que no es posible
aseverar de cierto cuáles están a la derecha y cuáles a la izquierda, cuáles a
oriente y cuáles a occidente. Los valores absolutos no entienden de puntos
cardinales.
Todo el recorrido
de la línea que va de uno a otro extremo de esa liza virtual está ocupado por
la equidistancia. La equidistancia tiene un valor igual a cero en la ecuación,
alegan los matemáticos orgánicos de las dos facciones enfrentadas; es res nullius, no pertenece a nadie,
confirman los juristas. No importa cuáles sean el número y la calidad de sus
defensores, estos son siempre una minoría insignificante, un factor ética y matemáticamente
despreciable. Quien no está conmigo está contra mí, señaló el Nazareno como
fundamento de su doctrina. La equidistancia son los tibios, los indiferentes, remachó
el clavo monseñor Escrivá.
La paradoja de Jean Buridan expone de forma adecuadamente filosófica el problema. El “asno lógico”
del pensador francés del siglo XIV, puesto delante de dos montones de heno
equidistantes y exactamente iguales, no tiene razones para preferir el uno o el
otro, de modo que se muere de hambre por no elegir.
La realidad, por
fortuna, nos dice otra cosa. Ningún “asno real” se ha muerto de hambre en
presencia de un montón de heno; Aquiles ha rebasado sin esfuerzo mayor cientos
de miles de veces a la tortuga que se adelantó en el inicio de la carrera; la
competición por el ayuntamiento de una ciudad como Barcelona (por extensión, de
cualquier otra ciudad, villa o aldea) nunca se reduce una sola cuestión en
litigio; finalmente, la realidad no es lineal sino tridimensional y poliédrica, y tiene una
dureza característica: Carlos Marx la llamó “tozuda”.