viernes, 24 de mayo de 2019

LA EQUIDISTANCIA Y EL ASNO DE BURIDAN


El hermano menos listo de Sherlock Holmes ha insistido de nuevo en la vieja cantinela: en relación con el procés independentista, Ada Colau representa la equidistancia; él mismo, el compromiso. Según dicho razonamiento, él sería más merecedor que Colau de obtener la alcaldía de Barcelona.

Pero en ninguna parte está escrito que el compromiso con la independencia o con las glorias catalanas sea un mérito computable para ejercer de alcalde de Barcelona.

Tampoco es ningún mérito la equidistancia, lo reconozco. Sobre la equidistancia y la beligerancia ha dado argumentos más que suficientes José Luis López Bulla en un post reciente para enmarcar (1). No haría falta en rigor decir nada más. En todo caso, señalar que la liza cerrada y virtual en la que contienden empeñadamente tantos políticos catalanes, es rigurosamente lineal. En un extremo de la línea están los hunos, que son los leales. En el otro extremo los hotros, que constituyen la vileza y la degeneración en su máximo grado posible: gentuza sin principios ni temor de Dios. Los dos polos o extremos de la línea son perfectamente reversibles según el punto de vista del observador, de modo que no es posible aseverar de cierto cuáles están a la derecha y cuáles a la izquierda, cuáles a oriente y cuáles a occidente. Los valores absolutos no entienden de puntos cardinales.

Todo el recorrido de la línea que va de uno a otro extremo de esa liza virtual está ocupado por la equidistancia. La equidistancia tiene un valor igual a cero en la ecuación, alegan los matemáticos orgánicos de las dos facciones enfrentadas; es res nullius, no pertenece a nadie, confirman los juristas. No importa cuáles sean el número y la calidad de sus defensores, estos son siempre una minoría insignificante, un factor ética y matemáticamente despreciable. Quien no está conmigo está contra mí, señaló el Nazareno como fundamento de su doctrina. La equidistancia son los tibios, los indiferentes, remachó el clavo monseñor Escrivá.

La paradoja de Jean Buridan expone de forma adecuadamente filosófica el problema. El “asno lógico” del pensador francés del siglo XIV, puesto delante de dos montones de heno equidistantes y exactamente iguales, no tiene razones para preferir el uno o el otro, de modo que se muere de hambre por no elegir.

La realidad, por fortuna, nos dice otra cosa. Ningún “asno real” se ha muerto de hambre en presencia de un montón de heno; Aquiles ha rebasado sin esfuerzo mayor cientos de miles de veces a la tortuga que se adelantó en el inicio de la carrera; la competición por el ayuntamiento de una ciudad como Barcelona (por extensión, de cualquier otra ciudad, villa o aldea) nunca se reduce una sola cuestión en litigio; finalmente, la realidad no es lineal sino tridimensional y poliédrica, y tiene una dureza característica: Carlos Marx la llamó “tozuda”.