sábado, 11 de mayo de 2019

TÓRTOLAS



Al despertarme esta mañana en Sant Pol con chillidos de pájaros entrando por la ventana abierta, he echado de menos a la tórtola que nos visitaba en Egáleo. Se posaba todos los días al amanecer en la terraza de nuestro dormitorio, que da a un interior de manzana muy fragmentado ─con edificaciones bajas diversas, pequeños huertos urbanos y, debajo mismo de nuestro piso, un hermoso limonero y unos rosales que el vecino del piso bajo, Vasilis, cuida con esmero─, y emitía su arrullo monótono y cansino. Algunos poetas exaltados, inducidos por el Cantar de los cantares, confunden esa piada con un himno al amor conyugal. Qué quieren que les diga.

Yo, que sin audífonos escucho los sonidos muy amortiguados, encuentro agradable el despertador volante; Carmen, por el contrario, considera su aviso repetido un bocinazo insufrible, y en alguna ocasión salió exasperada a la terraza con una escoba en la mano para ahuyentar a la intrusa. Entre los dos compusimos la letra de una mañanita, con la tonada de la del Rey David, que dice así:

            Despierta, Paco, despierta
            Mirá que ya amaneció
            Que la tortolica canta
            Y me estoy cagando en tó.

En Egáleo, pero también en otros lugares de Atenas apartados del tráfico abrumador de las vías rápidas del centro, las tórtolas se han adueñado del espacio aéreo. Suelen ir por parejas, obedientes al cliché poético, y muy compuestas con esos ojos que parecen pintados y el collarín de plumas oscuras característico. He mirado en Wikipedia y descubierto que se trata de una especie vulnerable y con una población en rápido descenso (un 62% en los últimos años, según el Informe europeo para las aves comunes) por la caza de que es objeto en Francia, Italia, España, Grecia, Chipre y sobre todo Malta, donde no se respeta ni siquiera la migración de la primavera, cuando las tórtolas se dirigen a sus cuarteles de reproducción.

Dice Wikipedia que las tórtolas pasan el invierno en una franja africana entre el Sahel y Etiopía, y suben a Europa en primavera. Lo cierto es que en Egáleo se las ve y se las oye abundantemente también en invierno. Será que están tan cómodas en los jardines y los huertos atenienses que les da pereza migrar. Ya no hay paraísos remotos, ni siquiera para las aves.

El canto insistente de las tórtolas es, como he hecho constar en otra ocasión en estas páginas electrónicas, uno de los ingredientes fundamentales que me hacen sentirme en casa en nuestro piso alquilado de Egáleo; el otro es el perfume penetrante de las especias de la tienda situada apenas a cincuenta metros, en la misma calle.

Así suena y así huele para Carmen y para mí el país donde vamos a reencontrarnos con la porción numéricamente más consistente de nuestra familia; que es como decir con nosotros mismos en una dimensión distinta.