«Ya solo sabemos
hacer política alimentando la polarización», concluye Antoni Puigverd en su
columna de hoy en lavanguardia. Una intuición parecida me asaltó de pronto mientras
escuchaba el lunes, en la sede de CCOO, disertar a Gemma Ubasart y Steven Forti
sobre los populismos en la política. La explicación de Puigverd es
eminentemente política: el ideologismo (los populismos y los nacionalismos)
funciona como un “castillo-refugio” para la política desde el momento en que
esta es consciente de su impotencia para influir en una realidad marcada por la
fuerza incontestable de una economía globalizada.
Ante esa fuerza
avasalladora que ha adquirido la categoría de lo global, cada opción política
se ocupa con mimo de la diferenciación detallista de su propia parcela. El afán
mayor consiste en distinguirse del propietario de la parcela vecina, como en
una urbanización de casas construidas en serie donde uno pone figuras de
enanitos en el jardín, y el otro una marquesina de vidrios de colores sobre la
puerta principal.
Las grandes
preguntas que la política debería responder quedan sin enunciar. Cedo al
respecto la palabra a Puigverd: «¿Cómo detendremos la desigualdad
creciente? ¿Cómo evitaremos que la economía especulativa se imponga a la
productiva? ¿Cómo daremos estabilidad a las nuevas generaciones? ¿Cómo afrontar
la precariedad laboral? ¿Cómo frenar el desbocamiento del precio de la
vivienda? ¿Cómo evitar el colapso del planeta?»
Respecto de todo ello los políticos, así de izquierdas como de derechas, marcan
con una cruz la casilla “No sabe/No contesta”. El tiempo del que disponen en prime time lo ocupan en afirmaciones más
pueriles, tales como que “su” persona es la única garantía viable en todo el
abanico de opciones parlamentarias y/o municipales para evitar que los de Fulanito
pacten con el diablo separatista para conservar sus poltronas, o los de Menganito
traicionen a mansalva sus principios eternos vendiéndose al feminismo o a la reforma de la constitución.
Asistimos a un
retorno impetuoso de la ideología después de una larga etapa crepuscular. (Puigverd
recuerda el pragmatismo del que alardeaba Felipe González, cuando citaba a Deng
Xiaoping: “Lo mismo da que el gato sea blanco o negro, con tal de que cace
ratones”).
Vuelvo a mi
intuición entrevista, que no es contradictoria con lo expuesto pero retrocede
un paso más para completar la perspectiva.
La polarización existente en el mercado de
la política podría tener asimismo una razón paralela desde el lado de la demanda, no exclusivamente desde la oferta. La forma
de organizarse en la actualidad la producción de bienes y servicios, y la
precarización creciente del empleo, han deteriorado las bases de la personalidad
del hombre común del siglo XXI, de la misma forma que la rapiña de los bienes
naturales está deteriorando de forma irreversible la biodiversidad.
La personalidad
fragmentada y la corrosión del carácter del trabajador actual por cuenta ajena conforman
un gran vacío interior y una inseguridad existencial que reclaman certezas
sencillas a las que asirse, dada la quiebra generalizada de los valores que manejaba en la etapa anterior. La demanda política se dirige entonces a las certezas de perfiles más nítidos entre las expuestas
en el escaparate de la política espectáculo, y la característica que se exige de ellas es que no sean ─porque no pueden ontológicamente serlo─ ni compatibles, ni
intercambiables entre ellas.
Así, en una sociedad desnortada, cada individuo viene a exigir una certeza "total" para su propio uso, y lo hace desde una convicción radical, en lucha
contra todas las demás certezas posibles, que pasan a encarnar el Mal omnipresente
en su vida escindida.
En el nuevo
tinglado de la política se da por descontado que ningún gato va a cazar ningún
ratón. En consecuencia, ha pasado a ser de la mayor importancia si “nuestro”
gato de elección va a ser modelo blanco o modelo negro.