miércoles, 8 de mayo de 2019

GATO BLANCO O GATO NEGRO


«Ya solo sabemos hacer política alimentando la polarización», concluye Antoni Puigverd en su columna de hoy en lavanguardia. Una intuición parecida me asaltó de pronto mientras escuchaba el lunes, en la sede de CCOO, disertar a Gemma Ubasart y Steven Forti sobre los populismos en la política. La explicación de Puigverd es eminentemente política: el ideologismo (los populismos y los nacionalismos) funciona como un “castillo-refugio” para la política desde el momento en que esta es consciente de su impotencia para influir en una realidad marcada por la fuerza incontestable de una economía globalizada.

Ante esa fuerza avasalladora que ha adquirido la categoría de lo global, cada opción política se ocupa con mimo de la diferenciación detallista de su propia parcela. El afán mayor consiste en distinguirse del propietario de la parcela vecina, como en una urbanización de casas construidas en serie donde uno pone figuras de enanitos en el jardín, y el otro una marquesina de vidrios de colores sobre la puerta principal.

Las grandes preguntas que la política debería responder quedan sin enunciar. Cedo al respecto la palabra a Puigverd: «¿Cómo detendremos la desigualdad creciente? ¿Cómo evitaremos que la economía especulativa se imponga a la productiva? ¿Cómo daremos estabilidad a las nuevas generaciones? ¿Cómo afrontar la precariedad laboral? ¿Cómo frenar el desbocamiento del precio de la vivienda? ¿Cómo evitar el colapso del planeta?» Respecto de todo ello los políticos, así de izquierdas como de derechas, marcan con una cruz la casilla “No sabe/No contesta”. El tiempo del que disponen en prime time lo ocupan en afirmaciones más pueriles, tales como que “su” persona es la única garantía viable en todo el abanico de opciones parlamentarias y/o municipales para evitar que los de Fulanito pacten con el diablo separatista para conservar sus poltronas, o los de Menganito traicionen a mansalva sus principios eternos vendiéndose al feminismo o a la reforma de la constitución.

Asistimos a un retorno impetuoso de la ideología después de una larga etapa crepuscular. (Puigverd recuerda el pragmatismo del que alardeaba Felipe González, cuando citaba a Deng Xiaoping: “Lo mismo da que el gato sea blanco o negro, con tal de que cace ratones”).

Vuelvo a mi intuición entrevista, que no es contradictoria con lo expuesto pero retrocede un paso más para completar la perspectiva.

La polarización existente en el mercado de la política podría tener asimismo una razón paralela desde el lado de la demanda, no exclusivamente desde la oferta. La forma de organizarse en la actualidad la producción de bienes y servicios, y la precarización creciente del empleo, han deteriorado las bases de la personalidad del hombre común del siglo XXI, de la misma forma que la rapiña de los bienes naturales está deteriorando de forma irreversible la biodiversidad. 

La personalidad fragmentada y la corrosión del carácter del trabajador actual por cuenta ajena conforman un gran vacío interior y una inseguridad existencial que reclaman certezas sencillas a las que asirse, dada la quiebra generalizada de los valores que manejaba en la etapa anterior. La demanda política se dirige entonces a las certezas de perfiles más nítidos entre las expuestas en el escaparate de la política espectáculo, y la característica que se exige de ellas es que no sean ─porque no pueden ontológicamente serlo─ ni compatibles, ni intercambiables entre ellas. 

Así, en una sociedad desnortada, cada individuo viene a exigir una certeza "total" para su propio uso, y lo hace desde una convicción radical, en lucha contra todas las demás certezas posibles, que pasan a encarnar el Mal omnipresente en su vida escindida.

En el nuevo tinglado de la política se da por descontado que ningún gato va a cazar ningún ratón. En consecuencia, ha pasado a ser de la mayor importancia si “nuestro” gato de elección va a ser modelo blanco o modelo negro.