jueves, 23 de mayo de 2019

HOY NO SE FÍA

Pedro Sánchez ha declarado en Sevilla que en esta legislatura se derogará la reforma laboral del PP y se hará un nuevo Estatuto de los Trabajadores.

Es un buen anuncio, de entrada; no una buena noticia, aún. La política da muchas vueltas, y los lobbys de los poderosos disponen de muchos recursos para conseguir que los legisladores sigan escribiendo torcido incluso después de haber enderezado los renglones.

Todo está por ver aún, entonces. Los sindicatos mantendrán su insistencia para que la reforma de las reformas no se quede en una mano de pintura. Tienen, como algunos establecimientos del ramo de la hostelería, colocado un cartel escrito con letras mayúsculas en un lugar visible: “HOY NO SE FÍA”.

En los tiempos de la explosión democrática que los historiadores han etiquetado como Transición, sindicatos y partidos obreros eran casi una y la misma cosa. Se multiplicaron las huelgas laborales, desde la óptica de una doble contabilidad: mejoras en la condición de fábrica por un lado, y número de jornadas de trabajo perdidas como presión al gobierno, por el otro. Carmen Molinero y Pere Ysás han historiado aquella etapa definiéndola como de “hegemonía” del PCE (exageran). En ella dio mucho juego la correa de transmisión entre partidos y sindicatos, que giraba ─unas veces en una dirección; en alguna ocasión, en la contraria, como se desprende de la expresión “comisionobrerismo” utilizada por un Santiago Carrillo exasperado─ engranando las reivindicaciones más sustanciales del mundo del trabajo con las perspectivas de un cambio político.

Las correas de transmisión se rompieron luego, sin remedio. En el caso del PCE, como parte de un proceso patológico degenerativo que lo llevó a la irrelevancia; en el caso del PSOE, por el transformismo irresistible que conllevó la conquista de varias mayorías absolutas electorales sucesivas.

La independencia de los dos sindicatos mayoritarios respecto de los partidos políticos estaba escrita desde años atrás en sus estatutos, pero solo la nueva situación de orfandad política impulsó una reflexión de mayor calado y un cambio de praxis. Apenas a tiempo. Las nuevas contradicciones, no solo en la política, sino en la invasión de nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, y en el nuevo paradigma organizativo para la producción de bienes y servicios, estuvieron a punto de acabar con el sindicato como organización amplia de la clase en su conjunto, y de fragmentarlo en mil pedazos, como había sucedido con la cultura unitaria de fábrica que caracterizó toda la etapa anterior.

El sindicato retrocedió, pero subsistió y ganó en independencia y en coherencia de discurso. Más allá de la política en general, de la política económica en particular, y de una legislación laboral segregada por esa política económica precisa para recortar el estado del bienestar e incrementar el bienestar capitalista extrayendo rentas de un trabajo deconstruido y desreglamentado, concebido como cazadero privilegiado para financieros “creativos”.

Bien está que Pedro Sánchez anuncie cambios en una situación de abuso legal institucionalizado. El voto del domingo debe confirmar el poder que le ha concedido una ciudadanía torturada por todas las precariedades que se le han ido imponiendo.

Pero Sánchez no deberá relajarse. Hoy no se fía.