No es posible saber
todavía si la escaramuza indepe contra Iceta traerá consecuencias de calado, o
si se tratará de un simple “chubasco” como ha deseado, desde su escaño en
Madrid, Gabriel Rufián. Los prohombres y las promujeres representantes de la
Cataluña ancestral han querido tan solo, según se desprende de sus
declaraciones, marcar territorio frente a la “arrogancia” del PSOE (la
expresión entrecomillada es de F.-M. Álvaro). Para que lo entiendan, se trata
de la misma actitud de tantos defensas que en el minuto tres de partido ya han
dado a Messi una patada en la espinilla y un codazo en el morro, no por evitar
ocasiones de peligro sino para que el crack se vaya enterando de lo que le
espera si se le pasa por la cabeza la funesta idea de regatearles.
Desde el PSC se ha interpuesto
el recurso correspondiente a los tribunales (seguimos en la judicialización de
la política), además de emitir un comunicado muy duro contra el “tacticismo y
el vuelo gallináceo” de ERC y JxCat.
Tiene miga lo del
vuelo gallináceo, por lo que sugiere: un aparatoso movimiento circular de
muchas aves alborotadas, con ruidoso batir de alas acompañado de cacareo
estridente, y todo ello sin elevarse más allá de un palmo mal contado del suelo.
Es una descripción
magnífica de esa forma de entender la política que viene a conocerse con el
término impreciso de “populismo”. Se viene a calificar de populista, hoy, tanto
a la figurilla de San Antón como a la de la Purísima, diferentes entre ellas, claro
que sí, pero mayormente por el hecho de haber salido del molde la una con barba,
la otra con la cara exenta. El vuelo gallináceo define al trío Torra,
Puigdemont, Torrent, pero no solo a ellos tres. Y, no solo en su caso, se combina
a la perfección con el discurso fake de lo estratosférico, de los grandes
horizontes, de las banderas que ondean y las perspectivas insondables.
La imagen viene a corresponderse
con la de Don Quijote y Sancho montando a Clavileño con los ojos tapados por
una venda, mientras los Duques y la concurrencia ponderan en tono de burla lo
alto que están ascendiendo en los cielos de la fama. También en la vida real de
hoy, unos Duques han financiado el pitorreo público y se carcajean por lo bajini
del espectáculo que están proporcionando a los selectos invitados a su fiesta.
Don Quijote salió
con dignidad del trance: «Nadie podrá quitarme la gloria del intento». Y
también de otras bromas menos inocentes urdidas por los mismos, como el acoso
sexual a que le sometió la “discreta y desenvuelta” Altisidora, doncella de la
Duquesa. No es el caso de nuestros prohombres y promujeres, así catalanes como
de otros orígenes, en el trance de revolotear alborotando el gallinero.
Todos ellos
calculan que su actitud no traerá consecuencias, que todo es un juego de farol
ingenioso acometido con espíritu deportivo para ver qué pasa, y que nadie habrá
de pedirles responsabilidades por su actuación faltona, atropellada y vociferante.
Pero eso, como he
dejado escrito al principio de este post, aún está por ver. El deporte que
practican estas estrellas de nuestro firmamento ha entrado en la etapa del VAR
y de las tarjetas rojas y amarillas. Y ya nadie compite solo por el resultado,
sino por el negocio.