viernes, 17 de mayo de 2019

VUELO GALLINÁCEO


No es posible saber todavía si la escaramuza indepe contra Iceta traerá consecuencias de calado, o si se tratará de un simple “chubasco” como ha deseado, desde su escaño en Madrid, Gabriel Rufián. Los prohombres y las promujeres representantes de la Cataluña ancestral han querido tan solo, según se desprende de sus declaraciones, marcar territorio frente a la “arrogancia” del PSOE (la expresión entrecomillada es de F.-M. Álvaro). Para que lo entiendan, se trata de la misma actitud de tantos defensas que en el minuto tres de partido ya han dado a Messi una patada en la espinilla y un codazo en el morro, no por evitar ocasiones de peligro sino para que el crack se vaya enterando de lo que le espera si se le pasa por la cabeza la funesta idea de regatearles.

Desde el PSC se ha interpuesto el recurso correspondiente a los tribunales (seguimos en la judicialización de la política), además de emitir un comunicado muy duro contra el “tacticismo y el vuelo gallináceo” de ERC y JxCat.

Tiene miga lo del vuelo gallináceo, por lo que sugiere: un aparatoso movimiento circular de muchas aves alborotadas, con ruidoso batir de alas acompañado de cacareo estridente, y todo ello sin elevarse más allá de un palmo mal contado del suelo.

Es una descripción magnífica de esa forma de entender la política que viene a conocerse con el término impreciso de “populismo”. Se viene a calificar de populista, hoy, tanto a la figurilla de San Antón como a la de la Purísima, diferentes entre ellas, claro que sí, pero mayormente por el hecho de haber salido del molde la una con barba, la otra con la cara exenta. El vuelo gallináceo define al trío Torra, Puigdemont, Torrent, pero no solo a ellos tres. Y, no solo en su caso, se combina a la perfección con el discurso fake de lo estratosférico, de los grandes horizontes, de las banderas que ondean y las perspectivas insondables.

La imagen viene a corresponderse con la de Don Quijote y Sancho montando a Clavileño con los ojos tapados por una venda, mientras los Duques y la concurrencia ponderan en tono de burla lo alto que están ascendiendo en los cielos de la fama. También en la vida real de hoy, unos Duques han financiado el pitorreo público y se carcajean por lo bajini del espectáculo que están proporcionando a los selectos invitados a su fiesta.

Don Quijote salió con dignidad del trance: «Nadie podrá quitarme la gloria del intento». Y también de otras bromas menos inocentes urdidas por los mismos, como el acoso sexual a que le sometió la “discreta y desenvuelta” Altisidora, doncella de la Duquesa. No es el caso de nuestros prohombres y promujeres, así catalanes como de otros orígenes, en el trance de revolotear alborotando el gallinero.

Todos ellos calculan que su actitud no traerá consecuencias, que todo es un juego de farol ingenioso acometido con espíritu deportivo para ver qué pasa, y que nadie habrá de pedirles responsabilidades por su actuación faltona, atropellada y vociferante.

Pero eso, como he dejado escrito al principio de este post, aún está por ver. El deporte que practican estas estrellas de nuestro firmamento ha entrado en la etapa del VAR y de las tarjetas rojas y amarillas. Y ya nadie compite solo por el resultado, sino por el negocio.