viernes, 3 de mayo de 2019

IMPUNIDAD



Javier Tébar (en primer plano) y José Babiano en un acto de presentación del libro “Verdugos impunes”. Coautores de libro, con ellos, son Gutmaro Gómez y Antonio Míguez. (Fotogafía aparecida en eldiario.es)

Asistí el martes a un acto organizado por el Ateneu Memòria Popular en el que se habló de la prolongada impunidad de los torturadores franquistas, y de las dificultades no solo legales sino también sociales para recuperar en este terreno la memoria y la justicia. Angelina Puig, moderadora del acto, hizo una pregunta incómoda a los dos ponentes en el debate, Aràdia Ruiz y José Babiano: ¿qué razones explican que la impunidad generada en un contexto dictatorial se haya mantenido también, en buena parte, en la etapa democrática?

Las respuestas dadas desde la mesa fueron razonables y coherentes. También incompletas, en el sentido de que tanto Aràdia como José insistieron en la inexistencia de una explicación terminante y enteramente satisfactoria. No es sostenible la idea de una continuidad de valores y desvalores entre las dos sociedades, pero sí es cierto que la emergencia de los valores democráticos en el país no ha borrado de golpe la supervivencia interiorizada de las estructuras jerárquicas de la etapa anterior y de sus argumentos justificadores.

Veámoslo con un ejemplo de ahora mismo, que es como mejor se ven estas cuestiones complejas. El domingo pasado, en un colegio electoral de Bilbao, dos ancianas pidieron a la monja de la residencia de la Misericordia que les hacía de acompañante, papeletas del PNV una y del PSOE la otra; pero la monja pretendió introducir en la urna dos papeletas del PP. Ha sido denunciada por interventores de Elkarrekin Podemos presentes en el lugar.

Seguro que la monjita era inconsciente de estar cometiendo un delito grave. Solo pensaba en una mentirijilla por un buen fin, en un empujoncito extra que le ayudaría a ganar el cielo.

Es exactamente la estructura que facilita la impunidad de los verdugos. “Dios escribe derecho con renglones torcidos”, piensan algunas gentes, y una saludable manipulación de la voluntad de personas malinformadas está justificada cuando todo se encamina a Su mayor gloria.

También eran monjas las que daban el cambiazo de bebés en las maternidades. Decían a las madres biológicas que el niño había muerto, lo vendían a familias de gente de posibles y de misa diaria, y además salían ganando una cantidad respetable para ayuda a la comunidad religiosa en la dura travesía de la existencia. ¿Qué podía haber de malo en todo eso?

A lo largo de la dictadura franquista ese tipo de conductas quedó perfectamente tipificado, y sobre ellas se tendió un manto protector. La tortura era en sí misma cuestionable, claro está; pero no había objeción moral posible a la tortura motivada por la consecución de un “fin superior”: es decir, la ejercida sobre los enemigos de Dios y de España para salvaguardar los valores del Estado nacional sindicalista.

Lo importante en el tema era el código en el que figuraba la correcta prelación de los valores en conflicto. Ese código lo establecían de consuno la Iglesia católica y el Ejército nacional. La sociedad española bajo el franquismo estaba sujeta a una jerarquización rígida y universal. Ni en la religión ni en la milicia se cultivan los valores democráticos: lo que priva es la obediencia ciega a las disposiciones de la jerarquía o del mando. En la ideología joseantoniana, tan en boga en el régimen anterior, es característica del español su condición de “mitad monje, mitad soldado”. Tanto el uno como el otro son personas obligadas a cumplir sin discusión las órdenes que vienen de arriba.

Esa nefasta doble condición del español sigue de alguna manera interiorizada en buena parte de la ciudadanía, incluso de aquellos que no habían nacido aún en los años de plomo del franquismo. No es de extrañar, entonces, que la impunidad de los verdugos, con unos u otros subterfugios (el más común, la “obediencia debida”, se utilizó en la defensa de los guardias civiles que acompañaron a Tejero en el asalto al Congreso), se esté prolongando mucho más allá de su ámbito natural, el de la dictadura que la generó, la practicó y la absolvió con la bendición cómplice de la jerarquía nacional-católica.