Vi la vuelta de la
primera semifinal de la Champions por televisión; por lo menos la vi hasta el
cuarto gol, cuando sentí que mi desesperación ya no podía ser más profunda. El
espectáculo era extraordinariamente hermoso, tenía todas las virtudes del
deporte del fútbol en estado de exaltación máxima; pero en aquel carrusel de
belleza, mi equipo estaba siendo zarandeado de mala manera.
A Pablo Casado le
faltó tiempo, al día siguiente, para asegurar que el Partido Popular “va a
remontar como el Liverpool contra el Barcelona”, en el “partido de vuelta”. Era
previsible que alguien lo dijera. Cuando se les da la ocasión de utilizar
clichés emocionales de ese tipo, uno puede poner la mano en el fuego porque uno
al menos, o varios incluso de nuestros políticos, no tendrán el menor empacho
en hacerlo.
Pero el fútbol y la
política no tienen un parecido tan grande, y la metáfora del “partido de
vuelta”, que yo mismo he empleado alguna vez en estas notas en contrapunto,
tiene poco sentido desde el momento en que no estamos ante una eliminatoria
deportiva en la que uno avanza y el otro se va a casa. Todos los competidores van
a seguir adelante después del 26-M, y las posiciones que tratarán de ocupar ese
día no son las mismas que se disputaron el 28-A.
Casado también ha
comentado negativamente la intención de Pedro Sánchez de colocar a Miquel Iceta en la
presidencia del Senado. Iceta es un hombre conciliador, abierto al diálogo, muy
preparado, risueño y bailón. A lo largo de su carrera las ha visto de todos los
colores, igual que el hombre que lo patrocina para el puesto. Avalan su
candidatura la abominación que le profesa la derecha españolista y la
exactamente simétrica de las formaciones indepes. Al primer sector le
escandaliza que haya dicho que si la independencia catalana cuenta algún día
con un 65% de votos favorables, será forzoso tener en cuenta el dato de alguna manera.
Para el segundo sector, Iceta ha sido un valedor de la aplicación del artículo
155 de la Constitución. Y es cierto, pero también lo es que en las
circunstancias actuales sería la garantía más firme de que no habrá repetición
de la jugada, salvo catástrofe imprevisible o nueva unilateralidad.
No obstante, es
posible que, en cumplimiento práctico de la regla del partido de vuelta o de la
revancha pura y simple, indepes y unionistas se unan en el Parlament català en
el voto (inédito en democracia) en contra de Iceta, a fin de que no vaya al
Senado y, así, haya un presidente distinto. Ambas partes del electorado,
contrarias entre ellas, prefieren sin duda un perfil más duro y menos catalán
al frente de la cámara alta. Son cosas de la polarización de la política.
No va a haber ningún
“partido de vuelta”, sin embargo. El 26-M se deciden cuestiones distintas de
las que se trataron el 28-A. Convertir las municipales y las europeas en una
segunda vuelta plebiscitaria de las generales es un intento fantasioso de
regreso al pasado, una simulación de que no ha sucedido aún lo que sí ha
sucedido ya, una intención solapada de revisión permanente de un resultado que
ya campea fijo en el marcador para los próximos cuatro años de legislatura.