El empleo es
precario; el trabajo, no.
El trabajo tiene un doble vector: transforma el mundo
por un lado, realiza a las personas por otro. Nos dicen que se acabó el
trabajo, que ya no hay el suficiente, que tener un trabajo es cosa de
privilegiados. Pamplinas. La forma del trabajo cambia, cambian los
instrumentos, la tecnología, llegan los robots y la inteligencia artificial.
Bienvenidos. Ellos no matan el trabajo, sino la forma antigua de trabajar.
Permiten trabajar en mejores condiciones, eso es todo.
El trabajo es cosa
de personas, no de máquinas. Las máquinas aceleran el proceso y multiplican el
resultado. Las personas dirigen y controlan a las máquinas para que las
máquinas cumplan el cometido propuesto por personas inteligentes y conscientes
de lo que quieren.
El trabajo crea
riqueza; la riqueza es un concepto social. La apropiación individual de la riqueza
social es un enorme malentendido y un abuso gigantesco, que viene de lejos. Las finanzas “creativas”
no crean riqueza sino que se la apropian. Extraen rentas que otros han
generado. Son parásitos en el cuerpo social.
El trabajo no es un
proceso abstracto; es un gran conjunto de personas que trabajan. Ellas lo
merecen todo, y no reciben en consonancia. Su empleo, su dedicación, su misión
esencial en el entramado social puede ser fragmentada, relativizada y precarizada,
pero las personas no son precarias, no son relativas, no viven a cachos sino
enteras, de una pieza.
Hemos destinado la
fecha de hoy, Primero de Mayo, a recordar estas verdades sencillas y a reclamar
de nuevo, insistentemente, infinitamente cargadas/os de razón, todo aquello que
nos corresponde y se nos niega.
Esta fecha está
marcada en rojo en nuestro calendario.