martes, 24 de marzo de 2020

ECONOMÍA DE GUERRA


Lord Beveridge, a la derecha, habla con un piloto de caza norteamericano en el University College de Oxford, durante la II Guerra Mundial. (He tomado prestada la imagen del artículo de Wikipedia.)


El presidente Sánchez habló en su discurso televisado de “economía de guerra”, un concepto económico de delimitación precisa, que apela a la organización por parte del Estado de todos los recursos disponibles con el fin de afrontar una amenaza general, no localizada, contra la población.

El concepto es meridianamente claro pero tiene el inconveniente de incluir el vocablo “guerra”, que despierta aprensión en muchas gentes bien pensantes.

Las redes se han poblado de pequeñas alarmas en el contexto general de un estado de alarma: «De vegades aquest home em fa més por que la dreta», proclama en facebook un alma de cántaro.

Es sabido que aquí somos angélicamente pacifistas y ruidosamente antimilitaristas. Escandaliza a algunos la alcaldesa de Barcelona Ada Colau por dar la bienvenida a unidades del ejército español que vienen a desinfectar puertos y aeropuertos, es decir las puertas abiertas para la infección que nos invade.

Hay gente para todo. Las hay incluso que prefieren en su casa la infección al ejército; que señalan el fantasma de un campo de batalla hipotético, mientras corren un tupido velo sobre el hecho de que la batalla real se está librando en otro lugar, en otras condiciones, con otras armas.

La Generalitat de Cataluña iba a gastar 35 millones de euros en comprar mascarillas, porque las ofrecidas por el gobierno central le parecían insuficientes. La operación fue abortada cuando las entidades bancarias que habían de facilitar el montante líquido advirtieron de que la segunda parte contratante carecía de solvencia. La Gene hizo amago de presentar una demanda por estafa, pero enseguida la retiró. A 10 € la mascarilla, que es una suposición tirando a lo alto, dado que mucha gente se fabrica la suya de gratis, la Generalitat preveía ampliar en 350.000 unidades la panoplia de medios preventivos que ya se ofrece a suministrar el gobierno a través de sus medidas de economía de guerra.

Será porque la Gene no quiere “guerra”. Ni medidas. Aquí somos gente de paz.

La economía de guerra puesta en marcha por Gran Bretaña primero y los Estados Unidos después, ganó la Segunda Guerra Mundial. (Existió una “guerra” mundial, y era importante ganarla, no volverle las espaldas horrorizadas. No lo entienden las almas de cántaro que tal vez preferirían haberla evitado, o como mínimo haberla llamado de otra manera: quizás, la segunda gran discrepancia global, que suena menos alarmante.)

En aquel contexto, las mujeres entraron por primera vez en la historia económica y en las fábricas, de forma masiva y en igualdad de condiciones, para sustituir a los varones que luchaban en el frente. La producción de material indispensable para la victoria creció de forma robusta. Quedaban muchos flancos por cubrir, sin embargo, y lord William Henry Beveridge, un político liberal por más señas, tuvo la ocurrencia de ofrecer a toda la población implicada sanidad, educación, vivienda, alimentación y previsión social en cantidad y calidad suficientes para compensar la concentración de todos los esfuerzos de la ciudadanía en la producción para la victoria.

Alcanzada esta, las empresas nacionalizadas fueron reprivatizadas, y el Estado empresario se retiró a un segundo plano más discreto; pero la innovación de lord Beveridge se asentó. Aquello fue llamado welfare state, estado del bienestar. Hizo época. Todo había empezado, sin embargo, con la guerra y a partir de la economía de guerra, con muchos militares por medio, con una forma muy determinada de entender la dispensación de servicios públicos y la relación público/privado.

Y es que el Estado y el ejército no están ahí para resolverlo todo, pero sí están ahí para quedarse; y también resuelven algunas cosas, de paso. Según San Keynes, mencionado esta misma mañana por mi vecino de blog José Luis López Bulla, el Estado es un león, y las empresas privadas, animalillos domésticos.