Las instancias
económicas parecen haberse tomado la pandemia como una parada en boxes preceptiva,
en el transcurso de una carrera de Fórmula 1. Es decir, cambio de neumáticos y
pleno de combustible para una inmediata salida urgente a la pista con el fin de
adelantar el mayor número posible de rivales manteniendo el acelerador pisado a
fondo.
Para muestra, un
botón: la sanidad privada está viviendo una caída de la cifra habitual de
negocio (hasta un 80%, según la patronal) y aprovecha la pausa para una reorganización
que consiste en reducir plantillas y cerrar centros policlínicos “por tiempo indefinido”.
La información es de Sonia Vizioso, en elpais.
Los gerentes
afirman que el personal del que se prescinde “no está en primera línea” en la
lucha contra el coronavirus, y que los centros cerrados “no son viables” en
esta situación. Dicho de otra forma, el servicio que prestan a la comunidad
depende de su rentabilidad. Lo paradójico es que este tipo de centros son
concertados, y están subvencionados con dinero público para prestar un servicio
que se supone también público.
La lógica de las privatizaciones
es férrea: sin negocio no hay servicio, ni público ni la madre que lo parió.
Cuando esta pausa en boxes finalice porque los afectados ─que han acudido a la
sanidad pública en busca del remedio que no les daba una sanidad privada con
muchísimos menos recursos y voluntad de servicio─, regresen al redil dadas sus
preferencias marcadas por una atención “exclusiva” y “privilegiada” antes que
una atención eficaz, entonces toda la maquinaria de los cuidados de alto standing
se pondrá de nuevo en marcha, para rodar a tope unas cuantas vueltas más por el
circuito cerrado ya conocido.
El frenazo de la
economía no debería ser una parada en boxes sino un stop en un cambio de
sentido, para tomar con garantías de seguridad el carril contrario y seguir una
dirección distinta de la que llevábamos.
Hasta el momento,
la parada está resultando muy costosa para las personas: muertos muy queridos,
parientes y amigos afectados, confinamiento riguroso, normas de higiene
severas. Un tributo pesado que no debería ser inútil. En contrapartida el aire
es ahora mucho más limpio en las grandes urbes, y se ha constatado que muy
pocos de los infinitos negocios existentes que funcionaban a toda marcha merecían
la calificación de imprescindibles, de primera necesidad.
Debería completarse
a muy corto plazo esta percepción novedosa con el establecimiento de una renta
mínima universal en una sociedad pluriactiva (pueden ver algunas ideas útiles de
David Casassas y de Andrea Ciarini y Massimo Paci, en el no 18 de la
revista digital Pasos a la Izquierda); con una mejor regulación del diálogo
democrático entre trabajadores y empresarios en los asuntos que afectan a ambas
partes, y con la puesta en marcha de una transición energética para la que
hemos ganado algo de tiempo, en lugar de perderlo, con la pausa de la
cuarentena.
Son elementos
necesarios para que todo el país a una, incluidos los eternamente reticentes y
los trolls declarados, emboque un carril de progreso e innovación, en una
dirección diametralmente opuesta a la que llevábamos.