La eficacia de la
actual pandemia como mecanismo de redención política está siendo claramente
sobrevalorada. “Nada volverá a ser igual”, nos dicen los oráculos impostando la
voz y con la mirada perdida en la lontananza. No es cierto. Todo puede volver a
seguir siendo igual, con la excepción de que después de esto seremos una pizca
más sabios sobre las formas de comportarse la naturaleza, esa madre nutricia,
cuando es agredida. Todo podrá volver a seguir siendo igual, en particular, en
lo que respecta a nuestra propensión irresistible a profetizar calamidades en
lugar de mover el culo para evitarlas.
Esto es lo que dice
al respecto Luigi Ferrajoli (1), jurista, filósofo y sobre todo persona
sensible, sensata y lúcida: «El cambio climático, las armas
nucleares, el hambre, la falta de medicamentos, el drama de los migrantes y,
ahora, la crisis del coronavirus evidencian un desajuste entre la realidad del
mundo y la forma jurídica y política con la que tratamos de gobernarnos. Los
problemas globales no están en las agendas nacionales. Pero de su solución depende
la supervivencia de la humanidad.»
Desmenuzo el
contenido de la anterior afirmación:
1) La realidad del
mundo va por un lado, y nuestra forma jurídica y política de gobernarnos va por
otro.
2) El desajuste no
se origina con la crisis del coronavirus. Antes han estado, por lo menos, el
cambio climático, las armas nucleares, el hambre, la falta de medicamentos y el
drama de los migrantes. Digo “por lo menos”: la enumeración que hace Ferrajoli de
los desajustes no es exhaustiva, sino más bien a título de ejemplo. ¿Se
acuerdan de nuestros propósitos de enmienda cuando la crisis del sida?
Entonces, ¿por qué hemos
de dar por descontado que “nada volverá a ser igual” después de esta concreta y
a pesar de todo minúscula pandemia? ¿Seguiremos aplaudiendo todas las noches a
la sanidad pública cuando deje ser heroicamente indispensable para garantizar nuestra
supervivencia? ¿Cambiarán los poderes públicos de forma drástica sus
prioridades para pensar en primer lugar en las personas, y no en la economía
que ya asoma la pata negra por debajo de la puerta para reclamar su libra de
carne y exigirnos a los ancianos algo que es de todos modos ley de vida: que
desaparezcamos pronto, para dejar paso a las nuevas generaciones?
Las nuevas
generaciones, por lo demás, vivirán peor de como hemos vivido nosotros. Así lo
aseguran todos los profetas milenaristas.
Lo que importa
entonces, a mayores y a jóvenes, es archivar las profecías y los “nada será
igual” en el cesto de los papeles, y movilizarnos a fin de que nada,
efectivamente, vuelva a ser igual. Ni en la sanidad pública, ni en la acogida a los
migrantes, ni en la lucha contra el hambre y el cambio climático, ni en la
producción de armas de destrucción masiva o no masiva, ni en tantos otros problemas
que, dice Ferrajoli, no están en la agenda de las naciones pero cuya solución
es indispensable para la supervivencia de la humanidad.