La tumba de Antonio Machado, en
Colliure.
Con ánimo de
redondear la jornada política en el Rosselló irredento, una vez finalizado el
macroconcierto de Perpinyà, Carles Puigdemont y su troupe
se dirigieron al pequeño cementerio de Colliure, y allí quisieron colocar una
estelada junto a la bandera republicana, sobre la tumba de Antonio Machado. Los
circunstantes lo impidieron y le devolvieron la bandera, acompañándola con los
adjetivos más expresivos que supieron encontrar.
Machado no es un
icono del independentismo; más bien ha sido ninguneado por los estamentos oficiales
de la cultureta del país.
No escribió en
catalán.
Su infancia son
recuerdos de un patio de Sevilla, circunstancia deplorable para los capitostes de
aquí mismo.
Su austera descripción
de los cárdenos roquedos por los que traza el Duero su curva de ballesta en
torno a Soria, tiene poco que ver con las ufanoses
muntanyes del Canigó.
Pero todo se aprovecha,
tot s’aprofita, como dejó escrito
Pere Calders. Una acompañante del cortejo explicó a las personas indignadas que
rodeaban la tumba del poeta que ambos dos, Machado y Puchi, habían sufrido
exilio debido a sus ideas contrarias a la España opresora.
Podía ser un chiste
comparar los dos exilios, pero al parecer la señora lo decía en serio. Tot s’aprofita.
En vista de la
escasa predisposición del auditorio a hacerle la gara-gara, don Carles caló el
chapeo, requirió la estelada, miró al soslayo, fuese… y no hubo nada.