“Vertumno y Pomona”, obra de
Jean Ranc, Museo Fabre de Montpellier.
Las cuarentenas
forzosas perjudicarán la afluencia de visitantes a la exposición temporal del
Museo Fabre de Montpellier dedicada a “Jean
Ranc, un montpelliérain à la cour des rois”, que resigue la carrera del
artista (Montpellier 1674 – Madrid 1735) desde sus inicios en el taller de su
padre Antoine, pasando por el aprendizaje en la Academia real de pintura y
escultura, hasta sus años de París y Madrid, como retratista de aparato de los
reyes de Francia y de España. El Prado ha sido uno de los principales
contribuyentes a la colección que se exhibe ahora en Montpellier, pero es raro
que alguien vaya al Prado a ver en particular los cuadros de Ranc, por ejemplo
el gran retrato ecuestre de Felipe V o el delicioso del infante Carlos, futuro
rey de Nápoles primero y de España después.
¿Por qué? Porque la
colección del Prado cuenta con tantas obras descomunales de primerísimo orden
que acaban por oscurecer los méritos de artistas que gozaron en vida de
predicamento y contaron con la admiración y los encargos del distinguido público
de las cortes reales, el único que estaba entonces en situación de ejercer de
mecenas y asegurarles un estipendio desahogado como algo parecido a “valets de cámara” especializados.
Frente a las
colecciones permanentes de los grandes museos, que ocultan tantos talentos como
los que exhiben para visitantes apresurados, muestras como la de Ranc en el
Museo Fabre, o como la de los retratistas holandeses de la Thyssen (que contaba
con ver, pero seguramente ya no veré dada la inmovilidad a que nos someten los
rápidos estragos de la pandemia), dan amplitud y fondo de armario al vademécum
que todos llevamos en mente, un canon según el cual el Gran Arte se reduce a
unas pocas docenas de grandes nombres, entre Leonardo y Picasso pasando por Goya o
Rembrandt.
Observen el gesto
delicado de la rozagante Pomona para sostener su parasol, envuelta en una tela flotante
y luminosa de raso, mientras Vertumno la mira con arrobo. En España Jean Ranc desplegó
también su arte cortesano, amable y luminoso. Sostiene la comparación con
Carreño de Miranda, pintor de la corte de Carlos II experto en tenebrismos y
austeridades monásticas, pero queda muy por debajo de Velázquez, que ejerció el
mismo cargo con Felipe IV.
Probablemente sea
casi entera de Velázquez la culpa de que entre nosotros el excelente pintor
francés no haya tenido la misma fortuna que en el país vecino.