Vista del sitio arqueológico de
la “blanca Kámiros” desde la acrópolis de la ciudad. Al fondo, el mar de los
estrechos. Enfrente se adivina la costa turca.
Estoy aprovechando
la cuarentena para una vuelta a los orígenes: he empezado a releer la Ilíada. No es mi epopeya homérica
favorita, de todos es sabido mi entusiasmo por la Odisea. Pero tiene su encanto.
Vean por ejemplo la
exhibición de Zeus como macho alfa en el Olimpo. La ninfa Tetis le ha pedido
que, sin perjuicio del resultado final de la guerra que está ya cantado, deje a
los de Héctor dar un buen meneo a los aqueos, debido a que Agamenón ha ofendido
a su hijo Aquiles arrebatándole de su tienda a la esclava Briseida (entonces el
“no es no” no había asomado aún en el horizonte; las doncellas formaban parte
del botín de guerra, y no se les pedía su opinión en lo que se refiere a
compañía sexual).
Zeus duda porque
sabe que el tema le va a costar una bronca con su santa, Hera “la de brazos
nevados”; pero al final accede. En efecto, Hera le hace una escena de celos
delante de todos los dioses: su corazón “tiene miedo de que ahora hayas sido
seducido por Tetis, la de pies de plata”. Y esta es la respuesta de Zeus “el
que nubes reúne”:
«Si lo que tú sospechas es cierto, será que me es
grato.
Pero siéntate y cállate ya y mis palabras acata,
no sea que no te valgan los dioses que tiene el
Olimpo
si me acerco y encima te pongo mis manos invictas.»
No lo habría dicho con
más claridad Harvey Weinstein.
De modo que Zeus envía
a su mensajera Iris a comunicar a Agamenón un sueño engañoso: si da batalla el
día siguiente, rendirá Troya “la bien murada”.
El ejército griego
se alinea en la playa, cada grupo delante de sus naves, y Homero pasa revista a
todos. Me interesa en particular lo que cuenta de los rodios. Mis dos nietos
nacieron en Rodas, en el “nosocomio” (hospital) situado en alto, cerca del yacimiento
que guarda los restos de la acrópolis de Yalisos, uno de los tres reinos
antiguos asentados en la isla (los “reinos” eran entonces poco más que ciudades
con su hinterland correspondiente).
Así describe Homero
el despliegue bélico (la “traslación en verso” es de Fernando Gutiérrez. Mi edición
es la de José Janés, editor, 1953):
«El valiente y de cuerpo robusto Tleptólemo
Heráclida,
desde Rodas llevó en nueve naos a los rodios
violentos.
En tres grupos había ordenado a los hombres de
Rodas:
los de Lindos, Yalisos y también de Kamiros la
blanca.»
Cada nave podía
transportar a un máximo de ciento veinte guerreros, de modo que los rodios
presentes ante Troya eran poco más de mil, trescientos y pico por reino.
En siglos
posteriores, en la época de la talasocracia ateniense, los reinos de Rodas
quedaron demasiado expuestos a las incursiones desde el mar; en particular
Kámiros, una ciudad construida en anfiteatro y sin protección hacia el mar porque
la fortaleza estaba situada al fondo, en la parte alta.
Los tres reinos se
fundieron en uno, con capital en Rodas, ciudad dotada de un buen puerto natural, vecina a la antigua
Yalisos, y con defensas naturales prácticamente inexpugnables, descontado el
famoso Coloso que vertía fuego sobre los barcos enemigos que se acercaban.
Lindos
fue también fortificada, y en su peñascosa acrópolis tuvieron durante la Edad Media los monjes
hospitalarios una de sus encomiendas principales. Kámiros, la más débil de las capitales, fue
abandonada y hoy es, por paradoja, la mejor conservada de las tres ciudades
antiguas.