viernes, 20 de marzo de 2020

LOS RODIOS EN LA ILÍADA



Vista del sitio arqueológico de la “blanca Kámiros” desde la acrópolis de la ciudad. Al fondo, el mar de los estrechos. Enfrente se adivina la costa turca.


Estoy aprovechando la cuarentena para una vuelta a los orígenes: he empezado a releer la Ilíada. No es mi epopeya homérica favorita, de todos es sabido mi entusiasmo por la Odisea. Pero tiene su encanto.

Vean por ejemplo la exhibición de Zeus como macho alfa en el Olimpo. La ninfa Tetis le ha pedido que, sin perjuicio del resultado final de la guerra que está ya cantado, deje a los de Héctor dar un buen meneo a los aqueos, debido a que Agamenón ha ofendido a su hijo Aquiles arrebatándole de su tienda a la esclava Briseida (entonces el “no es no” no había asomado aún en el horizonte; las doncellas formaban parte del botín de guerra, y no se les pedía su opinión en lo que se refiere a compañía sexual).

Zeus duda porque sabe que el tema le va a costar una bronca con su santa, Hera “la de brazos nevados”; pero al final accede. En efecto, Hera le hace una escena de celos delante de todos los dioses: su corazón “tiene miedo de que ahora hayas sido seducido por Tetis, la de pies de plata”. Y esta es la respuesta de Zeus “el que nubes reúne”:

«Si lo que tú sospechas es cierto, será que me es grato.
Pero siéntate y cállate ya y mis palabras acata,
no sea que no te valgan los dioses que tiene el Olimpo
si me acerco y encima te pongo mis manos invictas.»

No lo habría dicho con más claridad Harvey Weinstein.

De modo que Zeus envía a su mensajera Iris a comunicar a Agamenón un sueño engañoso: si da batalla el día siguiente, rendirá Troya “la bien murada”.

El ejército griego se alinea en la playa, cada grupo delante de sus naves, y Homero pasa revista a todos. Me interesa en particular lo que cuenta de los rodios. Mis dos nietos nacieron en Rodas, en el “nosocomio” (hospital) situado en alto, cerca del yacimiento que guarda los restos de la acrópolis de Yalisos, uno de los tres reinos antiguos asentados en la isla (los “reinos” eran entonces poco más que ciudades con su hinterland correspondiente).

Así describe Homero el despliegue bélico (la “traslación en verso” es de Fernando Gutiérrez. Mi edición es la de José Janés, editor, 1953):

«El valiente y de cuerpo robusto Tleptólemo Heráclida,
desde Rodas llevó en nueve naos a los rodios violentos.
En tres grupos había ordenado a los hombres de Rodas:
los de Lindos, Yalisos y también de Kamiros la blanca.»

Cada nave podía transportar a un máximo de ciento veinte guerreros, de modo que los rodios presentes ante Troya eran poco más de mil, trescientos y pico por reino.

En siglos posteriores, en la época de la talasocracia ateniense, los reinos de Rodas quedaron demasiado expuestos a las incursiones desde el mar; en particular Kámiros, una ciudad construida en anfiteatro y sin protección hacia el mar porque la fortaleza estaba situada al fondo, en la parte alta.

Los tres reinos se fundieron en uno, con capital en Rodas, ciudad dotada de un buen puerto natural, vecina a la antigua Yalisos, y con defensas naturales prácticamente inexpugnables, descontado el famoso Coloso que vertía fuego sobre los barcos enemigos que se acercaban. 

Lindos fue también fortificada, y en su peñascosa acrópolis tuvieron durante la Edad Media los monjes hospitalarios una de sus encomiendas principales. Kámiros, la más débil de las capitales, fue abandonada y hoy es, por paradoja, la mejor conservada de las tres ciudades antiguas.