lunes, 16 de marzo de 2020

EL REY SE DESHEREDA



Un mapa meteorológico.


Sostiene Carles Puigdemont que el monarca Felipe VI ha elegido para “soltar el lastre” de la institución que representa un momento en el que todo el mundo está pendiente de otra cosa. De ese modo, supone el hombre de Waterloo que Felipe supone que se notará menos.

Piensa mal y acertarás, reza la sabiduría popular. Pero eso no ocurre siempre ni necesariamente. Puigdemont ha pensado mal de Felipe, y probablemente tiene razón en lo que se refiere a que algo “va mal”. Pero creo que no acierta en la diana.

Por dos razones. La primera, que este no ha sido un momento “elegido”. No había otro. No han sido los tribunales españoles los que han manejado los tiempos de este embrollo. Con eso contaba seguramente el Emérito, pero el escándalo viene rodado desde fuera, y los titulares y las primeras planas no son los de los medios nacionales (que siguen tratando el asunto con pinzas) sino los de los medios extranjeros. Medios muy cualificados, además; imposibles de soslayar.

Entonces, segunda razón, yo diría que el paquete de medidas adoptadas ha sido negociado. Con rigor, pero también con mucho apresuramiento, con buenas dosis de ataques de nervios tras las bambalinas, y contra el reloj. Según todos los síntomas.

Es decir: el gobierno (o más propiamente, la parte gubernamental de obediencia del PSOE, mientras que UP presionaba en otra dirección) frenó la comisión de investigación parlamentaria, pero dejando claro que no se trataba de una concesión gratis et amore. Se impusieron deberes a la institución monárquica desde los distintos centros de poder institucionales y fácticos, y Felipe, presumiblemente, buscó una salida del atolladero consensuada con su padre.

El padre, poco margen tenía para negociar: lo han pillao, con el carrito del helao. Su papel habrá de ser aguantar el chaparrón a pie firme, y callar a toda costa, incluso en cuanto a peticiones públicas de perdón como la que se sacó de la manga cuando el asunto de los elefantes de Botswana y la pierna rota.

Ni siquiera le queda el consuelo de Corinne, irritada también con su comportamiento autosatisfechamente campechano.

El hijo, por su parte, se esfuerza en desgajar la rama manifiestamente podrida, como ocurrió antes con Udangarín, para salvaguardar en la medida de lo posible la institución, la Constitución y el puesto de trabajo futuro para su hija Leonor.

Que lo consiga o no, es otra cosa. Hace unos cuantos años este país era una balsa de aceite, y se podía apostar con confianza por una dirección determinada de futuro.

Ahora corren tiempos revueltos, y el cambio climático en curso no afecta solo a la meteorología.