Un mapa meteorológico.
Sostiene Carles Puigdemont
que el monarca Felipe VI ha elegido para “soltar el lastre” de la institución
que representa un momento en el que todo el mundo está pendiente de otra cosa. De
ese modo, supone el hombre de Waterloo que Felipe supone que se notará menos.
Piensa mal y
acertarás, reza la sabiduría popular. Pero eso no ocurre siempre ni
necesariamente. Puigdemont ha pensado mal de Felipe, y probablemente tiene
razón en lo que se refiere a que algo “va mal”. Pero creo que no acierta en la diana.
Por dos razones. La
primera, que este no ha sido un momento “elegido”. No había otro. No han sido
los tribunales españoles los que han manejado los tiempos de este embrollo. Con
eso contaba seguramente el Emérito, pero el escándalo viene rodado desde fuera, y los
titulares y las primeras planas no son los de los medios nacionales (que siguen
tratando el asunto con pinzas) sino los de los medios extranjeros. Medios muy
cualificados, además; imposibles de soslayar.
Entonces, segunda
razón, yo diría que el paquete de medidas adoptadas ha sido negociado. Con rigor,
pero también con mucho apresuramiento, con buenas dosis de ataques de nervios tras las
bambalinas, y contra el reloj. Según todos los síntomas.
Es decir: el
gobierno (o más propiamente, la parte gubernamental de obediencia del PSOE, mientras
que UP presionaba en otra dirección) frenó la comisión de investigación
parlamentaria, pero dejando claro que no se trataba de una concesión gratis et amore. Se impusieron deberes a
la institución monárquica desde los distintos centros de poder institucionales
y fácticos, y Felipe, presumiblemente, buscó una salida del atolladero consensuada
con su padre.
El padre, poco margen
tenía para negociar: lo han pillao, con
el carrito del helao. Su papel habrá de ser aguantar el chaparrón a pie
firme, y callar a toda costa, incluso en cuanto a peticiones públicas de perdón
como la que se sacó de la manga cuando el asunto de los elefantes de Botswana y
la pierna rota.
Ni siquiera le
queda el consuelo de Corinne, irritada también con su comportamiento autosatisfechamente
campechano.
El hijo, por su
parte, se esfuerza en desgajar la rama manifiestamente podrida, como ocurrió
antes con Udangarín, para salvaguardar en la medida de lo posible la
institución, la Constitución y el puesto de trabajo futuro para su hija Leonor.
Que lo consiga o
no, es otra cosa. Hace unos cuantos años este país era una balsa de aceite, y
se podía apostar con confianza por una dirección determinada de futuro.
Ahora corren
tiempos revueltos, y el cambio climático en curso no afecta solo a la meteorología.