Mis falsas conversaciones con gente
importante
Volvimos anoche
Carmen y yo de Montpellier. El viaje en tren es cómodo, pero llevábamos encima
mucho cansancio de callejear durante tres días, ver museos, sentarnos en
restaurantes y otras cosas de la que les hablaré un día de estos.
Me refiero a la
posibilidad de que lo que les cuento a continuación haya sido solo una
alucinación, un adormecimiento de los sentidos.
Un hombre nos esperaba
sentado en un peldaño de la escalera de casa, junto a la puerta. Se puso en pie
al vernos.
─¿Rodríguez de
Lecea? ─preguntó a bocajarro.
─Soy yo. ¿Con quién
hablo?
─Bertomatti ─se
presentó. Es posible que dijera Bartolozzi, o Bartomeu, o algo parecido. Como
les digo, yo estaba muy cansado.
─A qué debo el
gusto.
─Dígame
francamente, Rodríguez, qué piensa de Setién.
Yo había estado
siguiendo durante el viaje por el wifi de la SNCF los avatares del partido del
Barça con la Real Sociedad. Sabía, por consiguiente, a qué atenerme.
─“Se tien” que
arreglar ─reconocí a regañadientes.
─Eso creemos
nosotros también. Oiga, Pep Guardiola cuenta maravillas de usted. Dice que es
la única persona en el mundillo del fútbol que ha entendido su táctica de los dos
falsos nueves.
─Pep me abruma. Lo
de los dos nueves es fácil, si quiere le hago un gráfico.
─¿Estaría dispuesto
a ocupar el banquillo del equipo a partir de mañana mismo? ─me preguntó él de
sopetón.
─¿De qué equipo
estamos hablando? ─le pregunté escamado. A él le entró una risa nerviosa.
─Estamos muy, muy, muy
apurados, Rodríguez. Estamos decepcionando a gente entusiasta, gente magnífica
como Jordi Ribó Flos, un hincha ejemplar, ¿le conoce?
─Mucho ─asentí─.
Está muy feo defraudar a personas como Jordi.
─Entonces, acepta…
─Oiga ─protesté─.
Esto no se puede tratar así, en el rellano de una escalera, no son formas.
─Claro, claro, por
supuesto. Se trata solo de que me eche una rúbrica aquí, en una servilleta de
cafetería, como hicimos con Messi. Estos pequeños rituales lo son todo para
atraer la buena suerte. Mañana se pasa usted por las oficinas del club y
solucionamos todos los detalles legales.
─¿De qué club
estamos hablando? ─pregunté con la mosca detrás de la oreja. Él soltó otra
risita nerviosa pero no contestó. Dentro de casa empezó a sonar el teléfono
fijo. Bertonetti o Bertomaletti seguía presentándome la servilleta y un
bolígrafo. El bolígrafo relucía discretamente, y a la luz mortecina de la
escalera parecía de oro y brillantes. Firmé, por no hacerle un feo.
─Disculpe que no le
invite a pasar, ya ve que tengo prisa ─me despedí.
Llegué a tiempo de
descolgar el teléfono fijo. Una voz femenina me habló en perfecto español.
─Le hablo de la
Convención Demócrata de Estados Unidos. Estamos muy, muy, muy apurados, míster
Rodraigues. Prospectamos opciones de sangre joven para una candidatura de
consenso a la presidencia, y Pep Guardiola nos ha hablado muy bien de usted.
Afirma que es la única persona en el mundo de la política capaz de desarrollar
una estrategia mundial de gran estilo en base a la conjugación simultánea de
dos falsos nueves.
─Escuche, señora, tengo
setenta y cinco tacos y estoy jubilado.
─Justamente. Eso rebaja
considerablemente la media de edad de nuestras candidaturas. Y podríamos
arreglar las cosas para que no pierda el derecho a su pensión a la finalización
del mandato.
─Verá, señora
─intenté contemporizar─, el caso es que tengo en cartera otra proposición
indecente que acaban de hacerme ahora mismo, no sé si…
─No hay caso,
míster Rodraigues, debe decirme sí o sí. Le estoy ofreciendo un empleo a tiempo
completo.
─He firmado un
compromiso de principio.
─Anúlelo.
─Necesitaré tiempo.
─Tiene de plazo hasta
mañana a mediodía.
En esas estoy. No
sé qué es peor, entrenar al Barça o presidir Estados Unidos. Mal por mal, quizá
lo mejor sería sacar un billete de tren, ahora que aún es posible a pesar de
todas las cuarentenas, y volverme con Carmen a Montpellier.
En Montpellier se
está muy bien. Se lo contaré otro día.