Sede central del Fondo
Monetario Internacional, en Washington, DC.
Primero ha sido la
vidente Pilar Gutiérrez, que nos ha explicado la pandemia como una rabieta de
Franco por haber sido exhumado sin consideración. Franco, según su teoría,
sigue teniendo mucha mano en la Ultra Tumba.
Éramos pocos y ha venido además el FMI a explicarnos qué es lo que estamos haciendo mal. En los
titulares de elpais de ayer se resume de la peor forma posible la información al
respecto, remitida por Antonio Maqueda. El titular principal dice: «El FMI pide
a España medidas extraordinarias para afrontar la crisis del coronavirus.» Y el
subtitular, literalmente: «El organismo recomienda que no se deshaga ahora la
reforma laboral, contener el gasto en pensiones y subir impuestos.»
Si se lee el texto
(la letra pequeña), resulta que el organismo recomienda más cosas, algunas
incluso sensatas; pero las citadas en concreto en el subtitular, están todas. Los
impuestos que deberían subirse, por cierto, no son los de sociedades y
patrimonio, sino el IVA (vaya por dios) y otros tributos indirectos a consumos
perjudiciales para el medio ambiente. También critica el FMI la reciente subida
del salario mínimo, y deja al desgaire un comentario sobre lo inútil de
controlar los precios de los alquileres.
El FMI está
convencido de que el coronavirus puede llevarnos al borde de una nueva crisis
parecida a la de 2008. Madame Lagarde, desde el puente de mando del BCE, alerta
sobre lo mismo. La culpa no la tendrían la guerra comercial con China, ni el
Brexit, ni la política errática a la que nos arrastra Donald Trump, sino el
coronavirus (ese sucedáneo mediático del mal absoluto encarnado hasta ahora
mismo en los migrantes de África y los refugiados de Siria), complicado con el
peligroso programa que ha empezado a desarrollar este aventurero gobierno nuestro
de coalición, empeñado en buscar alternativas donde There Is No Alternative.
Una frase de Cary
Grant en una de aquellas películas “de ricos” tan trasnochadas de la edad
dorada de Hollywood que protagonizaba casi siempre Katharine Hepburn (Vivir para gozar, George Cukor 1938),
puede darles una pista certera a Sánchez y compañía. Decía Cary: «Siempre que estoy en un apuro, procuro
ponerme en el lugar de la General Motors para hacer exactamente lo contrario de
lo que haría la compañía.»
Pongan FMI en el
lugar de General Motors, y gobierno progresista en el de Cary Grant. Después de
todo, los puntos de vista de las dos partes implicadas eran ya decididamente opuestos
desde mucho antes: un gobierno progresista se ocupa de personas, mientras que
el Fondo Monetario Internacional trata, si el nombre no miente, de finanzas.
Lo que es bueno
para las finanzas no suele serlo para las personas. Por poner un ejemplo, una
medida de gobierno adecuada para afrontar la epidemia del coronavirus sería
potenciar una sanidad pública, universal, gratuita, transparente y sostenible.
Pero esta opción resulta ser un desastre, en cambio, desde el punto de vista
financiero.
Alguien se
preguntará cómo es eso posible, dónde está el fallo oculto.
No es difícil
identificarlo: el desajuste viene sencillamente de que las finanzas que nos dominan
no son ni públicas, ni universales, ni gratuitas, ni transparentes, ni
sostenibles. Son privadas, particulares, codiciosas, opacas y no sostenibles.
Cambien el modelo de
gobernanza financiera global si no quieren regresar antes o después a 2008,
señores Garamendi y Sánchez-Llibre, señora Lagarde, doña Kristalina. No son el
salario mínimo, ni las pensiones, ni la reforma de las reformas laborales, lo que está empujando las Bolsas de valores
hacia abajo; como tampoco el problema del campo está en unas peonadas
excesivamente generosas. Miren los hechos de frente: la realidad es tozuda.