sábado, 14 de marzo de 2020

LAS LANZAS Y EL CABALLO



Las lanzas revelan más que ocultan el paisaje por encima de la grupa del caballo, con el general Ambrosio Spínola a la izquierda y el autorretrato de Velázquez a la derecha. Museo del Prado.


En la colección de insensateces que nos traen los medios todos los días se incluyen hoy la propuesta de ANC y Quimtorra de separar a Catalunya del Estado por la urgencia del coronavirus, y así vamos adelantando camino hacia la independencia por otros motivos; y de otro lado, un artículo (en elpais) sobre Antonio Gramsci como inspirador de los populismos y de la derecha radical. Lo mismo podría decirse del atomismo de Demócrito, de la Lógica de Aristóteles y de la Física de Newton. Quien toma los rábanos por las hojas siempre aprovecha que el Pisuerga pasaba por Valladolid; cosa muy distinta es culpar a Valladolid de las insensateces propias.

Pero no voy a hablar de eso hoy; me es más urgente una reparación debida. Ayer entré en polémica con José Luis López Bulla sobre un suceso viejuno en el que mi memoria está absolutamente en blanco. Él dice que yo hablé (con tino, añade) sobre el cuadro de las Lanzas delante de un grupo de delegados de Comisiones Obreras, en ocasión de uno de tantos viajes como hacíamos a la capital en autocares de línea o en tren expreso. Yo no lo recuerdo, pero me he pasado tres pueblos al sostener que nunca ocurrió. Bien pudo ocurrir, su memoria lo certifica.

Hablé ayer de un acto en la plaza de toros de Carabanchel. Lo dije al tuntún y José Luis lo desmintió: nunca hicimos un acto en esa plaza.

En efecto. Mi recuerdo es más bien el de una instalación deportiva al aire libre. Ocupamos las graderías hasta abarrotarlas. Cantamos y ondeamos banderas. Durante dos horas nos sentimos invencibles. No pensábamos que podíamos hacer cualquier cosa que nos propusiéramos, pero sí que teníamos un peso específico, que era obligado para todos contar con nosotros.

Es seguro que consumí varios carajillos para sobrellevar la fatiga, durante el viaje y en Madrid. Comíamos de bocadillo, nadie nos pagaba dietas ni gastos extra, y al final del día todo eso se notaba. Yo tenía en aquella época accesos recurrentes de fiebre y un principio de úlcera. No es extraño que no recuerde absolutamente nada de la escena del Prado.

Sí sé lo que pude decir delante del cuadro Velázquez; lo que digo siempre, en eso no improviso.

Alguien debió de preguntar por qué estaba colocado ese caballo en primer plano tapando la escena, y yo debí de contestar que ese caballo en escorzo era el vector que convertía un espacio plano en otro tridimensional.

Velázquez fue un magnífico pintor de caballos. Donde el Tintoretto puso un perro (1), y Goya habría puesto seguramente a un niño, Velázquez colocó un caballo porque amaba los caballos.

Pero su preocupación esencial era la construcción de un espacio figurado: los campos de los Países Bajos en guerra como fondo de la escena simbólica en la que el genovés al servicio de la Corona española Ambrosio Spínola recibe las llaves de la ciudad de Breda en medio de un grupo de personajes, algunos de los cuales miran hacia el retratista.

Es magia. En las Meninas la magia es aún más evidente. En tiempos tenían el cuadro en una sala pequeña, con un espejo en un rincón para mirar la escena del revés y comprobar que los personajes estaban vivos. Luego vino el turismo de masas y aquella disposición particular se hizo imposible. Luego vinimos nosotros, el grupo de las Comisiones, antes de tomar un autocar de vuelta que nos dejaría en casa a las tantas de la madrugada.

No recuerdo en absoluto la visita, pero me fío de la memoria de José Luis.