lunes, 30 de marzo de 2020

EL RIGODÓN DE LAS DERECHONAS



La caballería de los Estados Unidos se dispone a bailar un rigodón, en ‘Fort Apache’ (John Ford, 1948).


La pandemia ha impuesto condiciones draconianas en el ámbito de la Unión Europea, y las cancillerías bailan el rigodón al compás de esa música.

Lógico.

Se delinean dos posiciones: de un lado los países del sur, más castigados por la plaga, y del otro los del norte, encastillados en su zona de confort.

Hay un tercer grupo de naciones, al este, con rentas per cápita muy bajas y gobiernos dispuestos a seguir a ciegas cualquier sugerencia del centro neoliberal de los negocios globales. La infección del coronavirus ha llegado hasta allí también, pero cierran filas y no publicitan sus bajas. Su estrategia de fondo es la de atraer capitales; no la de reclamar mascarillas y respiradores.

Este y Oeste se confunden en el tablero; la confrontación principal se establece ahora en el eje Norte-Sur.

Con una correlación de fuerzas jodida.

En este asunto cavilo que la teología calvinista no tiene mucho que ver. Tampoco, a decir verdad, la luz de Trento. Todo transcurre en un plano situado más a ras de tierra, el de los intereses inmediatos. Mark Rutte, el primer ministro neerlandés, que preside un gobierno de la derecha habitual con una mayoría prendida con alfileres y pendiente de la condescendencia con que lo examine desde fuera el Partido llamado “de la Libertad”, de ultraderecha supremacista, se ha alineado sin escrúpulo con la conocida tesis de que los europeos del sur somos cigarras despilfarradoras, y los del norte hormiguitas laboriosas.

No es más que un relato, pero estamos en una época en la que los relatos funcionan. Cuanto más fakes, más likes reciben; cuanto más inverosímiles, de mayores cotas de credulidad se benefician.

En España, Vox aprieta a fondo las clavijas del PP y tal vez (Arrimadas se nos ha travestido de esfinge) del Cs, para derribar el gobierno de progreso por fas o por nefas, con o sin coronavirus.

En Cataluña, el hombre de Waterloo y sus monaguillos/as centran sus esfuerzos en difundir el mismo relato que circula por los Países Bajos, en busca de complicidades non sanctas para su plan maestro: primero la República, después el Diluvio. Puigdemont adula a su vecindón Jeroen Dijsselbloem, y atipla la voz para sostener que España, la España remanente después de separada Cataluña, no tiene remedio y es necesario apartarla del reducido círculo de los predestinados que sobrevivirán al Armagedón que se avecina. Es la canción del Fariseo: “Te doy gracias, Señor, por no ser como este mísero publicano que tengo aquí al lado de rodillas…”

Evoluciona por el salón de baile el rigodón de las derechonas. La letra es nueva para la ocasión, pero la música es la misma de siempre.

El camino de las izquierdas, el que conduce al progreso sostenible, es más empinado. En ese camino, no se puede perder Europa, no se puede regalarla a los Rutte, las Merkel, los Putin, y menos aún convertirla en presa de los Le Pen, los Orban, los Kaczinski, los Puigdemont. Europa, atravesada de contradicciones, sigue siéndonos imprescindible para no caer, “como cuerpo muerto cae” que dijo el Dante, en el abismo de la servidumbre voluntaria respecto a las fuerzas desatadas de los Mercados.

Fortalecer lo público y lo común, desplegar alternativas innovadoras capaces de dar la vuelta al fatalismo resignado que está impregnando tantas voluntades débiles, implica consolidar en primer lugar los poderes del Estado frente al Mercado; y en segundo lugar, recuperar la Unión Europea como un ámbito común de libertad, solidaridad y prosperidad, frente a las Troikas que ya han decretado para nosotros el mismo destino, el rescate financiero, al que en su momento condenaron a Tsipras, el Precursor.