Daniel en el foso de los
leones, magistral composición del Mestre de Cabestany en un capitel del claustro
de la abadía de Sant’Antimo, en la Toscana (reproducido aquí por gentileza del autor de la
fotografía, Jordi Pedret Grenzner)
Con los trece nombramientos
efectuados ayer sábado, el papa Francisco obtiene una mayoría suficiente en el
colegio cardenalicio para asegurar la votación cómoda de un in pectore suyo en un futuro cónclave.
Es la única votación "humana" (la religión dice, pese a numerosas pruebas en contrario, que es el Espíritu Santo quien elige en último término, y nunca se equivoca) factible en una institución que se rige en todo lo
demás por una jerarquía estricta y por una ley divina escrita, para decirlo
todo, con renglones bastante torcidos.
La Curia romana sigue
siendo la que era, y en su conjunto resulta irreformable, pero el papa Bergoglio
ha dado muestras inequívocas de autoridad y de propósito de enmienda, al acabar
con la prolongada inmunidad de eclesiásticos poderosos, como Giovanni Angelo Becciu
en el tema de la corrupción económica, y Theodor McCarrick en el de la depredación
sexual.
Algunos piensan que
estos asuntos no nos conciernen a los no creyentes, pero ocurre que sí, que en
la correlación de fuerzas mundial que debe abrir la marcha hacia un siglo XXI con
mejores perspectivas de las que dejó el siglo pasado, no da lo mismo Trump que
Biden, ni Bolsonaro que Lula da Silva. Tot
s’aprofita, como escribió Pere Calders, y en ese sentido abrigo una
simpatía entrañable hacia el papa que, como hizo Daniel en el foso de los
leones del rey Darío, se abre paso cantando himnos por entre las fieras de la
Curia, dispuestas a devorarlo al menor signo de debilidad.
Hosanna en el cielo.