Anuncio de ‘La librería’, la
impagable película de Isabel Coixet basada en la novela de Penélope Fitzgerald.
Personifica a la librera la actriz Emily Mortimer.
He visto el eslogan
del título en un telediario de TVE, y me ha parecido justo. Irene Vallejo, en “El
infinito en un junco”, nos ha contado cómo los antiguos se propusieron encerrar
el mundo, con todas sus infinitas variaciones e interpretaciones, en un lugar
hermético y sagrado: la Gran Biblioteca. La biblioteca era la imago mundi, el compendio, la síntesis
última de todo lo visible y lo invisible. El cristianismo trajo un punto de
vista diferente, al predicar que el intento de los humanos por igualarse a los
dioses ─al dios único, para el caso─ es el peor de los pecados. Los humanos
seríamos criaturas, siervos de Dios, contingentes y perecederos. Las bibliotecas
antiguas, en consecuencia, ardieron o desaparecieron, y solo a determinados
libros, biblia en griego, muy seleccionados,
conservados a partir de una tradición arcaica, les fue conferido por la nueva
religión el carácter sagrado de revelación.
Pero la escritura (las
Escrituras…) siempre ha tenido el carácter de una revelación, de una explicación
de todo lo que a primera vista nos parece absurdo, o incoherente, o extravagante,
en el mundo tal como aparece a nuestros sentidos. Los sentidos nos enseñan la
realidad como es, en crudo; pero a través de los escritos de otras personas que
han vivido en distintos tiempos y lugares, podemos entender además cómo podría
o debería ser si las circunstancias fueran diferentes, si se dieran otras
condiciones.
Los libros son una
guía de progreso, un itinerario moral, y en ese sentido siguen estando
relacionados, después de tantos siglos, con el paso ansiado de la humanidad desde
la condición de la servidumbre a la esfera de la libertad.
Todo ese poso
cultural señala a la librería como un espacio de libertad privilegiado e
imprescindible. En la librería, cada cual escoge su mundo de preferencia, su
marco cultural, el hilo rojo que define en último término su ser-en-el-mundo. A
través de los libros que compra, pero también de las posibilidades que recorre,
de las páginas que hojea, de todo el proceso libérrimo de elegir y de decidir el
consumo adecuado de cultura.
El confinamiento obligado
por los virus debería tener en cuenta la imprescindibilidad de las librerías
para la salud de nuestra alma. Veo por la prensa que se están dando pasos en
ese sentido, que Amazon no va a ser la ganadora global de un pulso
indispensable para abrir puertas al campo y generar alternativas distintas del
consumo estricto de un catálogo estandarizado.
Ahora que estoy en Grecia,
padezco un sentimiento de pérdida muy agudo. Aquí hay librerías, sí, una de
ellas grande y nutrida a solo cinco manzanas de casa. Pero a mí me está vedado
lo que alimenta a mis nietos, soy un iletrado en la lengua de los escritos aquí
ofrecidos, para mí son dibujos lo que para ellos son voces. (Estoy citando una
frase de Mia Couto, en su “Trilogía de Mozambique”, que encontré en el libro de
Vallejo: «Parecen dibujos, pero dentro de las letras están las voces. Cada
página es una caja infinita de voces.»)