miércoles, 11 de noviembre de 2020

LA LIBERTAD ES UNA LIBRERÍA

 


Anuncio de ‘La librería’, la impagable película de Isabel Coixet basada en la novela de Penélope Fitzgerald. Personifica a la librera la actriz Emily Mortimer.

 

He visto el eslogan del título en un telediario de TVE, y me ha parecido justo. Irene Vallejo, en “El infinito en un junco”, nos ha contado cómo los antiguos se propusieron encerrar el mundo, con todas sus infinitas variaciones e interpretaciones, en un lugar hermético y sagrado: la Gran Biblioteca. La biblioteca era la imago mundi, el compendio, la síntesis última de todo lo visible y lo invisible. El cristianismo trajo un punto de vista diferente, al predicar que el intento de los humanos por igualarse a los dioses ─al dios único, para el caso─ es el peor de los pecados. Los humanos seríamos criaturas, siervos de Dios, contingentes y perecederos. Las bibliotecas antiguas, en consecuencia, ardieron o desaparecieron, y solo a determinados libros, biblia en griego, muy seleccionados, conservados a partir de una tradición arcaica, les fue conferido por la nueva religión el carácter sagrado de revelación.

Pero la escritura (las Escrituras…) siempre ha tenido el carácter de una revelación, de una explicación de todo lo que a primera vista nos parece absurdo, o incoherente, o extravagante, en el mundo tal como aparece a nuestros sentidos. Los sentidos nos enseñan la realidad como es, en crudo; pero a través de los escritos de otras personas que han vivido en distintos tiempos y lugares, podemos entender además cómo podría o debería ser si las circunstancias fueran diferentes, si se dieran otras condiciones.

Los libros son una guía de progreso, un itinerario moral, y en ese sentido siguen estando relacionados, después de tantos siglos, con el paso ansiado de la humanidad desde la condición de la servidumbre a la esfera de la libertad.

Todo ese poso cultural señala a la librería como un espacio de libertad privilegiado e imprescindible. En la librería, cada cual escoge su mundo de preferencia, su marco cultural, el hilo rojo que define en último término su ser-en-el-mundo. A través de los libros que compra, pero también de las posibilidades que recorre, de las páginas que hojea, de todo el proceso libérrimo de elegir y de decidir el consumo adecuado de cultura.

El confinamiento obligado por los virus debería tener en cuenta la imprescindibilidad de las librerías para la salud de nuestra alma. Veo por la prensa que se están dando pasos en ese sentido, que Amazon no va a ser la ganadora global de un pulso indispensable para abrir puertas al campo y generar alternativas distintas del consumo estricto de un catálogo estandarizado.

Ahora que estoy en Grecia, padezco un sentimiento de pérdida muy agudo. Aquí hay librerías, sí, una de ellas grande y nutrida a solo cinco manzanas de casa. Pero a mí me está vedado lo que alimenta a mis nietos, soy un iletrado en la lengua de los escritos aquí ofrecidos, para mí son dibujos lo que para ellos son voces. (Estoy citando una frase de Mia Couto, en su “Trilogía de Mozambique”, que encontré en el libro de Vallejo: «Parecen dibujos, pero dentro de las letras están las voces. Cada página es una caja infinita de voces.»)