lunes, 2 de noviembre de 2020

SUBIR A LA ACRÓPOLIS

 


Carmen y yo frente al Erecteion, ayer. Abajo, nueva edición de un ‘déjà vu’: nosotros y el Partenón.

 

Aprovechando que era día de visita gratuita, hicimos ayer el “peripatos” (el paseo circular) de la Acrópolis, y así nos enteramos de que están instalando un ascensor por la ladera Norte.

Es el momento adecuado, seguramente, para una obra de esas características. En Grecia la mascarilla es obligatoria en la calle desde la semana pasada (antes, solo en espacios cerrados), y mañana martes cierran los bares, cines, teatros, museos y comercios no indispensables. También hay cierre perimetral de los nomos, de modo que no podremos movernos del Ática.

El rebrote de la pandemia, que sin embargo no ha alcanzado en ningún momento las dimensiones de países como España, y el reflujo del turismo internacional, indican la oportunidad de emprender obras de mejora de las infraestructuras. Un tipo de inversión razonable, a medio plazo; ¿piensan las autoridades autonómicas españolas en algo así?

Volviendo al ascensor para la Acrópolis, es un aditamento sin duda útil, pero contraría la idea, muy arraigada en mí, de la ascensión a la antigua fortaleza como una ascesis, es decir, algo que se hace con esfuerzo porque solo así tiene su recompensa.

Y es que la subida hasta el Partenón, precedida por el prolongado recorrido de la ladera Sur, donde están el teatro de Dionisos y el Odeón de Herodes Ático, además de los restos de algunos templos menores, y el trabajoso camino entre mirtos y acebuches, pisando mármoles, hasta los Propíleos, comporta una elevación, no solo desde el plano de la ciudad al de la montaña, sino desde el plano de lo profano a lo sagrado, desde lo cotidiano a lo indecible.

Arriba nos esperan los dos grandes templos: el Partenón, cifra y compendio del Cosmos bien ordenado, y el Erecteion edificado en tres niveles aprovechando un desmonte, con su sorprendente balcón de las Cariátides.

Ahora todo ese conjunto puede parecer obvio, pero alguien tuvo que imaginarlo. Lo hemos visto mil veces, en reproducciones. Lo vimos ayer, en una mañana ventosa, de tiempo revuelto. Desde arriba se percibe toda la extensión de Atenas. En el entorno, por el norte, las dos ágoras y el Theseion; hacia el sur, el templo de Zeus, el pórtico de Adriano y el estadio. El monte Licavittos y la colina del monumento a Filopapo miran a la Acrópolis desde una media distancia. Al fondo, por el este, el Himeto, mientras hacia el sur espejea el mar en la ensenada de Fáliro y, lejos hacia el este, surgen del golfo Sarónico el perfil de Salamina y las edificaciones de Eleusis, que ya no guardan el misterio de las estaciones sino que exhiben chimeneas de refinerías.

Es una exageración abusiva sostener que este paisaje ha quedado impreso para siempre en nuestro ADN cultural.

Pero de todos modos, lo pienso así.