Leo en el editorial
de El País que la decisión del Alquimista de enmendar sus propios presupuestos,
recién firmados, daña su credibilidad personal. No es exactamente así; daña la
credibilidad del gobierno de coalición, en todo caso. El Alquimista no puede
hacerse aquí y ahora la ilusión de que va por libre. Lleva una camiseta (hablo
en metáfora) con unos colores y un escudo. Si se mete un gol en propia puerta,
ese gol será contabilizado en favor del equipo contrario.
Somos muchos y muy plurales
quienes nos posicionamos en contra de los desahucios forzosos, en un momento de
especial penuria para la economía de las personas de carne y hueso. Ocurre que
unos presupuestos no son lo mismo que una declaración programática. En unos
presupuestos se asignan partidas cuantificadas a objetivos determinados; no se
hacen valoraciones genéricas de bondad o maldad. El Alquimista, que es una persona
de estudios extensos, no lo ignora. Las razones de su iniciativa deben ser buscadas
en otros terrenos, y por el momento cualquier especulación que desarrollemos en
torno a ellas será ociosa.
Lo cierto, en
cualquier caso, es que la credibilidad en tanto que valor no cotiza al alza en
estos tiempos. Tal vez porque su rendimiento electoral es deficiente: solemos
votar la mentira que nos parece más apetecible, y rechazamos porque nos amarga una
porción excesiva de verdad. Lean el post muy reciente en FB de un seguidor convencido
del Alquimista, al respecto de la “gallarda enmienda” que se hace a sí mismo: «Lo que más teme la derecha es que la izquierda
pierda sus complejos y temores, y no tema actuar como una verdadera izquierda.»
¿De veras la
derecha teme eso? A mí me suena la frase como una reivindicación de aquella
izquierda puramente testimonial, que no tenía política de alianzas e iba sola
contra el mundo y contra la correlación de fuerzas. Malo si volvemos a la
reivindicación de ese tipo de valores, porque no tardaremos en volver a las
catacumbas.
Pero valoro en
mucho las capacidades teóricas y prácticas del Alquimista, y por esa razón estoy
razonablemente seguro de que su movimiento, sin duda calculado, va en otra
dirección. Lo que ha hecho carece de credibilidad, como señala el editorialista
de El País. Pero nadie está en condiciones de asegurar que haya querido
resultar creíble.