La imagen televisiva de la
rueda de prensa de Donald Trump que se ha hecho viral.
A todos se nos ha ocurrido
en estos días de recuento de votos que sería factible arbitrar un sistema más
rápido de conocer la voluntad popular con absoluta certeza y obrar en consecuencia
sin pérdida de tiempo.
Es algo que afecta
a los métodos, no a la sustancia del tema. La sustancia es que, si salen Biden
y Kamala, se metan rápido en faena, que no falta. Y si sale Trump, pues Trump,
y empezar ya a preparar el impeachment.
Pero rápido, oiga, que el tiempo apremia.
La democracia en
América ha cambiado mucho desde los tiempos de Tocqueville, pero el proceso electoral
sigue siendo en buena parte el mismo: demorado, minucioso, garantista. Las
personas pueden tener ideas primitivas en la cabeza, pero es obligado darles la
oportunidad de expresarlas, y hacer de ellas el caso pertinente cuando son
mayoritarias.
(Esto vale para las
elecciones, no para todo. Para la policía de según qué lugares y delante de las
personas de según qué color, la regla parece seguir siendo disparar primero y
preguntar después.)
Pero no es justo
que nos quejemos de la lentitud de los procedimientos democráticos, cuando
sirven para amparar el sentido del voto, libremente expresado, a unos
representantes del pueblo. La lentitud y minuciosidad en el recuento es casi lo
único respetable de todo el gran show electoral americano.
En España hay más
rapidez en el conteo, pero no más calidad democrática. Urge conocer deprisa los
resultados, pero es para otras cosas, no siempre loables. El ex secretario de
Interior Francisco Martínez, número dos del ministro Jorge Fernández Díaz, ha
reconocido ante el juez que intentó por todos los medios salir en las listas
electorales de su partido porque era el medio idóneo de fabricarse una
inmunidad ante las averiguaciones judiciales sobre la Kitchen. Multipliquen por
equis el caso concreto. Otros diputados están ahí no por la inmunidad sino para
presionar en favor de los intereses económicos de las grandes empresas para las
que trabajan en un vertiginoso mundo de puertas giratorias.
Lo mismo ocurre en
Estados Unidos, por supuesto. Pero en el Gran Martes de noviembre se juntan
muchas cosas significativas para un sistema representativo muy imperfecto pero
también menos malo que otros sistemas regidos por los más listos de la clase.
Lean en El País el
artículo «Esto no es raro, es un escrutinio rápido», de Pablo Ximénez de
Sandoval. Presten atención, en particular, al siguiente párrafo:
«Las
papeletas en Estados Unidos no son de uno y otro partido. Son sábanas muy
largas en las que en cada convocatoria se elige de todo. En estas elecciones,
la papeleta del condado de Maricopa (Arizona) incluye: el presidente, un
senador federal, tres congresistas, un senador estatal, 15 representantes
estatales, un comisionado del condado, un supervisor del condado, el
registrador de la propiedad del condado, el fiscal, el jefe de los archivos, el
superintendente de los colegios, el sheriff, el tesorero del condado, dos
miembros de los consejos escolares de dos colegios, el alcalde de Phoenix, el
alcalde de Scottsdale, un concejal de Scottsdale, los jueces de la Corte
Suprema de Arizona, los de la Corte de Apelaciones y cuatro iniciativas
populares que se someten a referéndum.»
La lista de
personas a elegir es impresionante. Habrán notado que están ahí (cito por el
orden en que son nombrados) el registrador de la propiedad, el fiscal, el
sheriff, el tesorero, los alcaldes, y los jueces tanto de la Corte Suprema de Arizona
como de la Corte de Apelaciones.
Ninguno de esos cargos
se elige por sufragio universal en España. ¿Sería aberrante, sería obsoleto un
sistema así? Ah, aquí tampoco se elige al Rey.