viernes, 13 de noviembre de 2020

LA IMPORTANCIA DEL ACENTO

 


Luis Mateo Díez. Fuente, Leonoticias

 

Al español lo llaman algunos castellano, pero esa me parece una apropiación indebida. Son reconocibles a uno y otro lado del Atlántico los elementos básicos de una lengua común, pero esta ha variado de forma muy considerable desde sus posibles orígenes en el monasterio de la Cogolla, de modo que el léxico es muy distinto de unas a otras latitudes, y además está la cuestión del acento, el deje, la música de las palabras, que es un patrimonio enteramente local, tan identificador como el ADN. Mi amigo Daniel Martín acaba de comentar en facebook lo bonito que es el acento andaluz y lo bien que suena. Le corrijo: no hay un acento andaluz, hay diez mil acentos andaluces diferentes entre ellos, muy distinguibles los de la Andalucía oriental y los de la occidental.

Pero esa situación no es privativa de Andalucía. Lucio Urtubia se expresaba con el acento de su Cascante natal, incluso en francés. En sus memorias cuenta que, llevando ya muchísimos años fuera, conoció a otro español y nada más oírle hablar le preguntó: “De la Ribera navarra, ¿no?” Era de Murchante.

En uno de los cuentecillos de Jesús Moncada, el gran cronista de Mequinensa, se presenta a sí mismo recién investido de secretario municipal y en el acto de tomar en Lleida un autobús para ir a tomar posesión de su cargo. El hombre que le expende el billete le advierte de que vaya con cuidado porque el autobús de Mequinensa lleva el letrero de Tamarite. Hay dos autobuses con el mismo letrero, uno va en efecto a Tamarite y el otro a Mequinensa. “¿Y cómo sé yo cuál es el bueno?”, pregunta él, y el hombre lo mira con asombro: “Pues por el habla de la gente, claro. El acento es completamente distinto.”

Solo he visto al escritor y académico Luis Mateo Díez una vez, a la puerta de un supermercado de Los Molinos, en la Sierra madrileña. Voceaba algo en dirección a su esposa, que había entrado a comprar, y el acento era muy parecido al de mi amigo el filólogo Santi Alcoba, que es de Santa Marina del Rey, León. Díez es de Villablino. Lleva la tira de años en Madrid, pero el habla de Madrid no le infunde carácter, se añade simplemente al sustrato original. Díez habla ─y lo que es más importante, escribe─ con el acento de su tierra natal. Le han dado el Premio Nacional de las Letras como «heredero de una cultura oral en la que nace y de la que registra su progresiva desaparición.»

Puede que esa “progresiva desaparición” no sea irreversible. Que la gran migración ocurrida en el siglo pasado desde los pueblos hacia las áreas metropolitanas de las grandes ciudades, encuentre un camino de regreso. Que lo viejo y lo nuevo, el campo y la ciudad, la tradición oral y la lengua estandarizada que escupen los instrumentos electrónicos, sean en último término compatibles y consigan coexistir en un ecosistema reequilibrado enteramente nuevo.

Luis Mateo Díez ha dejado hitos que indican con mucha claridad esa posible dirección de las cosas de la vida. Lean “La fuente de la edad”, “La ruina del cielo” o alguna de sus colecciones de relatos, y se convencerán.