domingo, 1 de noviembre de 2020

SEAN EL INTOCABLE

 


Sean Connery, segundo por la izquierda, como Ned Malone en un fotograma de ‘Los Intocables’ (Brian De Palma 1987).

 

Siempre hubo algo de interés garantizado en las películas en las que intervino Sean Connery: la misma labor interpretativa del actor. Pongamos por ejemplo ‘La Roca’, una producción descaradamente comercial. Ricemos el rizo, y pongamos como ejemplo ‘007 contra el Doctor No’, una pesadilla machista, sexista y neoliberal, a la que Connery llegó después de su excelente desempeño como el Vronsky de ‘Ana Karenina’ en una serie televisiva británica.

Siempre admiraré a Connery por haber sabido decir “Basta” al personaje de Bond. Lo llevó a la cumbre de la mitomanía popular, y minimizó e hizo insípidos para siempre, por comparación, a los numerosos Bond que han seguido sus huellas. Entonces, pasó página.

No es tan fácil como parece pasar página, cuando el caché por película llega a alturas de vértigo. La industria siguió contando con Sean, y pagándole bien. Él renunció únicamente a un personaje que le caía rematadamente mal (a mí también). Se negó, solo y nada más, a ser identificado con la imagen en el celuloide de un determinado modelo de éxito. Quiso mantener su propia personalidad a través de personajes distintos de Bond, y con frecuencia muy distintos también entre ellos.

Los ejemplos más brillantes son seguramente ‘Robin y Marian’ y ‘El hombre que pudo reinar’. Tuvo dos acompañantes extraordinarios en ambas películas: Audrey Hepburn en la primera, Michael Caine en la segunda.

Quizá sea esa la razón de que, por contraste, me haya quedado en la memoria su papel de Malone en ‘Los Intocables de Eliot Ness’, de Brian De Palma. Le valió el único óscar de su carrera, y fue, oh paradoja, como mejor actor secundario.

Un secundario, conviene puntualizar, que se comió con patatas al actor protagonista, Kevin Costner. A pesar del virtuosismo visual de De Palma, desde que Malone es acribillado en su refugio la película se va por el desagüe, sostenida tan solo al final por el elocuente alegato de De Niro (“¿Es eso justicia, señor juez?”, reclama un escandalizado Capone condenado por delito fiscal).

Hay una diferencia abismal entre actores de verdad y “estrellas” de las public relations como Costner.

Sean Connery está ya en el Olimpo de los Intocables. Allá donde pocos llegan.