Sean Connery, segundo por la
izquierda, como Ned Malone en un fotograma de ‘Los Intocables’ (Brian De Palma 1987).
Siempre hubo algo
de interés garantizado en las películas en las que intervino Sean Connery: la misma
labor interpretativa del actor. Pongamos por ejemplo ‘La Roca’, una producción
descaradamente comercial. Ricemos el rizo, y pongamos como ejemplo ‘007 contra
el Doctor No’, una pesadilla machista, sexista y neoliberal, a la que Connery
llegó después de su excelente desempeño como el Vronsky de ‘Ana Karenina’ en
una serie televisiva británica.
Siempre admiraré a
Connery por haber sabido decir “Basta” al personaje de Bond. Lo llevó a la cumbre
de la mitomanía popular, y minimizó e hizo insípidos para siempre, por
comparación, a los numerosos Bond que han seguido sus huellas. Entonces, pasó
página.
No es tan fácil
como parece pasar página, cuando el caché por película llega a alturas de vértigo.
La industria siguió contando con Sean, y pagándole bien. Él renunció únicamente
a un personaje que le caía rematadamente mal (a mí también). Se negó, solo y
nada más, a ser identificado con la imagen en el celuloide de un determinado
modelo de éxito. Quiso mantener su propia personalidad a través de personajes
distintos de Bond, y con frecuencia muy distintos también entre ellos.
Los ejemplos más
brillantes son seguramente ‘Robin y Marian’ y ‘El hombre que pudo reinar’. Tuvo
dos acompañantes extraordinarios en ambas películas: Audrey Hepburn en la
primera, Michael Caine en la segunda.
Quizá sea esa la razón
de que, por contraste, me haya quedado en la memoria su papel de Malone en ‘Los
Intocables de Eliot Ness’, de Brian De Palma. Le valió el único óscar de su
carrera, y fue, oh paradoja, como mejor actor secundario.
Un secundario,
conviene puntualizar, que se comió con patatas al actor protagonista, Kevin
Costner. A pesar del virtuosismo visual de De Palma, desde que Malone es acribillado
en su refugio la película se va por el desagüe, sostenida tan solo al final por
el elocuente alegato de De Niro (“¿Es eso justicia, señor juez?”, reclama un
escandalizado Capone condenado por delito fiscal).
Hay una diferencia abismal
entre actores de verdad y “estrellas” de las public relations como Costner.
Sean Connery está
ya en el Olimpo de los Intocables. Allá donde pocos llegan.