Paula Dapena, sentada y de
espaldas, durante el minuto de silencio en homenaje a Maradona. (Fuente, El Periódico)
No, no me refiero a
aquella película en la que Gary Cooper se alistaba en la Legión por amor a su seductora
tía, después de robar para encubrirla el diamante falso guardado en la caja
fuerte de la mansión familiar, al saber que ella había vendido el auténtico
para pagar sus deudas.
El análisis de la
situación mencionada daría para muchos folios, pero lo que ahora me ocupa es el
bello gesto de Paula Dapena, jugadora del Viajes Interrias FF que, en el minuto
de silencio por la muerte de Diego Armando Maradona previo a un partido, se
sentó en el suelo de espaldas a sus compañeras, para protestar contra los
homenajes a un “violador, putero, pedófilo y maltratador”, cito literalmente
sus calificativos.
No es fácil lo que
hizo Paula. A mi nieta Carmelina se lo ha explicado su maestra en una clase
on-line, al diferenciar entre el “ejemplo a seguir” (omito los términos griegos,
la lengua griega es muy precisa y al mismo tiempo muy plástica) y el “ídolo al
que admirar”. Desde un tiempo tan antiguo como el de la Biblia, sabemos que los
ídolos tienen los pies de barro, y uno no debe ─literalmente, no debe─ imitar
su conducta. Los ídolos cuestionan límites, no proponen ejemplos.
Mi amiga Isabel me
escribió a propósito de estas cosas que ella debe de ser medio india, porque
sintió pena por la muerte de un alce blanco y no la sintió por un futbolista
genial. Estoy enteramente de acuerdo con Isabel en esta cuestión; con Isabel y con
Paula, que también es sin duda medio india. Amo a Maradona y al mismo tiempo lo
aborrezco. Me costaría expresarlo con palabras mías, pero por fortuna dispongo
de las de Ausiàs March, en el “pus bell catalanesc” que se ha escrito nunca: «Jo sent hair aquell del qual
tinc festa, / E plau-me ço de que vinch tost en ira.» (“Odio lo que tanto alabo, y me complazco en lo
que luego me enfurece.”)