viernes, 27 de noviembre de 2020

MARADONA COMO TÓTEM

 


En la provincia de Ontario un alce blanco ha sido abatido a tiros y luego descuartizado, por un desconocido. Casi simultáneamente Diego Armando Maradona ha fallecido por insuficiencia respiratoria en su casa de Tigre, población que forma parte de la aglomeración urbana de Buenos Aires.

Los dos sucesos han causado consternación: el alce era un animal muy querido por los indígenas de la zona, el futbolista era admirado por un gran número de personas de todo el globo que, sin conocerlo personalmente y muchos de ellos sin haberle visto jugar nunca, se deleitaban con los vídeos de sus jugadas más celebradas y de sus goles más emblemáticos.

No sé nada de la vida del alce blanco; de la de Maradona, me atrevo a decir que lo fue todo menos ejemplar.

Son asuntos que no hacen al caso, de todos modos. Cuando lloramos al futbolista excepcional y al alce blanco, estamos lamentando una pérdida neta de biodiversidad. El mundo se va afilando, y la ciencia de la robótica ya no solo produce artefactos mecánicos adaptados a las necesidades de la producción, sino especies vivas que, como la virtud predicada por los antiguos, evitan todo exceso y tienden a un término medio de prestaciones previsibles y encaje cómodo en la vida cotidiana de unas sociedades conscientes de que estos son malos tiempos para la lírica.

El alce blanco no servía para nada concreto; solo estaba ahí, solo ha sido llorado por las comunidades indígenas que lo tenían como tótem. No quedan muchos como él, y cuando previsiblemente se extingan, pasarán a ser únicamente un renglón escueto en el listado de una clasificación zoológica.

Con Maradona ocurre más o menos lo mismo. Algunos nostálgicos del fútbol tal como era en alguna época pasada, lo llevaremos en el corazón como un tótem. Sabemos que su vida no ha sido ejemplar en ninguna otra faceta, pero quien hace una cosa muy muy bien, merece respeto solo por ello.

Goicoechea es seguramente mejor persona que Diego Armando, mejor padre, mejor marido, etc. Una entrada suya por detrás, hecha a plena conciencia y con ganas de hacer daño, dejó a Maradona en el dique seco durante muchos meses. Goico sigue justificándose aun hoy diciendo que actuó según los códigos no escritos del oficio. En el mundo del fútbol existen hoy cientos de miles de Goicos, y tan solo uno o dos, que yo sepa, que puedan medirse con lo que fue Maradona. Cuando Goico se muera, y le deseo que tarde mucho en hacerlo, nadie salvo sus íntimos y familiares le echará de menos. Será recordado en las páginas de deportes de la prensa únicamente como uno de esa especie de hombres que “mataron a Liberty Valance”.