En la provincia de
Ontario un alce blanco ha sido abatido a tiros y luego descuartizado, por un
desconocido. Casi simultáneamente Diego Armando Maradona ha fallecido por
insuficiencia respiratoria en su casa de Tigre, población que forma parte de la
aglomeración urbana de Buenos Aires.
Los dos sucesos han
causado consternación: el alce era un animal muy querido por los indígenas de
la zona, el futbolista era admirado por un gran número de personas de todo el
globo que, sin conocerlo personalmente y muchos de ellos sin haberle visto
jugar nunca, se deleitaban con los vídeos de sus jugadas más celebradas y de
sus goles más emblemáticos.
No sé nada de la
vida del alce blanco; de la de Maradona, me atrevo a decir que lo fue todo
menos ejemplar.
Son asuntos que no
hacen al caso, de todos modos. Cuando lloramos al futbolista excepcional y al
alce blanco, estamos lamentando una pérdida neta de biodiversidad. El mundo se
va afilando, y la ciencia de la robótica ya no solo produce artefactos
mecánicos adaptados a las necesidades de la producción, sino especies vivas que,
como la virtud predicada por los antiguos, evitan todo exceso y tienden a un término
medio de prestaciones previsibles y encaje cómodo en la vida cotidiana de unas sociedades
conscientes de que estos son malos tiempos para la lírica.
El alce blanco no
servía para nada concreto; solo estaba ahí, solo ha sido llorado por las
comunidades indígenas que lo tenían como tótem. No quedan muchos como él, y
cuando previsiblemente se extingan, pasarán a ser únicamente un renglón escueto
en el listado de una clasificación zoológica.
Con Maradona ocurre
más o menos lo mismo. Algunos nostálgicos del fútbol tal como era en alguna
época pasada, lo llevaremos en el corazón como un tótem. Sabemos que su vida no
ha sido ejemplar en ninguna otra faceta, pero quien hace una cosa muy muy bien,
merece respeto solo por ello.
Goicoechea es
seguramente mejor persona que Diego Armando, mejor padre, mejor marido, etc.
Una entrada suya por detrás, hecha a plena conciencia y con ganas de hacer daño,
dejó a Maradona en el dique seco durante muchos meses. Goico sigue justificándose
aun hoy diciendo que actuó según los códigos no escritos del oficio. En el
mundo del fútbol existen hoy cientos de miles de Goicos, y tan solo uno o dos,
que yo sepa, que puedan medirse con lo que fue Maradona. Cuando Goico se muera,
y le deseo que tarde mucho en hacerlo, nadie salvo sus íntimos y familiares le
echará de menos. Será recordado en las páginas de deportes de la prensa
únicamente como uno de esa especie de hombres que “mataron a Liberty Valance”.