Instrucciones de voto para las elecciones
presidenciales americanas.
Cuiden otros del
gobierno del mundo y sus monarquías, como declaró con formidable retranca don
Luis de Góngora. La raíz última de la democracia, su núcleo duro, no está en manos
los filósofos, sino de los fontaneros.
Ya ha llovido desde
que alguien, ignoro exactamente quién, dejó caer una frase que ha hecho fortuna:
“Deje que hagan ellos las leyes, mientras me dejen cuidarme a mí de los
reglamentos.”
El fondo implícito
en esa proposición es que la rigidez consustancial a la norma puede esquivarse
mediante la flexibilidad infinita de su interpretación. Para expresarlo de una
forma gráfica y eminentemente física, la ley de la gravedad es universal, lo
cual es un rollo; ahora bien, el punto interesante de un sistema tan poco
prometedor es maniobrar de forma que le caiga la manzana en la cabeza a la
persona adecuada.
El principio
general expuesto arriba sobre la ley y el reglamento, vale también para lo que
hasta ahora ha sido considerado el fundamento último de la democracia en
cualquiera de sus formas: el voto. Todas las partes implicadas convienen en que
la decisión de las urnas es inapelable; sin embargo, el resultado final va a
depender en adelante de cómo se haga el recuento. El dato nuevo es que ese pasa
a ser el punto principal en litigio.
Está ocurriendo en
las actuales elecciones presidenciales USA. Mientras el recuento avanza
penosamente (ya ocurrió antes con Florida en el match Bush Jr.-Gore), todos los
analistas se han puesto de acuerdo en señalar lo estrambótico del procedimiento
electoral (el reglamento) americano, y lo mucho mejor que podría haber sido en
la actual era de tecnología avanzada, para evitar equívocos terribles sobre
quién ha ganado y quién no, en situaciones ajustadas como la que ahora se presenta.
Y es que los votos
están ahí, en las urnas, inapelables en teoría. Pero lo decisivo ha pasado a
ser el recuento: no solo cómo se hace, sino sobre todo en qué momento se detiene.
La norma dice que vale igual un voto presencial que otro tramitado por correo o
incluso on line, pero para Donald Trump unos votos serán siempre más iguales
que otros, y él se muestra dispuesto a perseguir la realización de esa clase de
justicia electoral aunque perezca el mundo.
Y el mundo perecerá,
por este camino. Trump ha lanzado a la lid a su Brigada Aranzadi particular, y amenaza
con llevar hasta el Supremo el “fraude” de un recuento que comete la tropelía
de dar por buenos todos los votos emitidos, en lugar de dar por buenos solo los
votos recontados hasta determinada hora.
Estamos en una
escalada de judicialización de la política, al parecer imparable. Hasta ahora se
recurrían ante los tribunales únicamente las decisiones del poder ejecutivo. Trump
está dispuesto a hacer lo mismo también con las decisiones del electorado.