miércoles, 1 de abril de 2020

SÍMBOLOS A MEDIA ASTA



Don Alfredo Beltrá, párroco de Sax (Alicante), bendice las calles de la población con la custodia para alejar el coronavirus. Según los medios, portaba también en su periplo las reliquias del santo local, el permiso expreso de la alcaldía y el acompañamiento de una pareja de la guardia civil.


En esta crisis de dimensiones bíblicas, Pablo Casado, jefe de la oposición, ha pedido al Congreso de los Diputados que las banderas ondeen a media asta.

Loable medida, pero puede mejorarse todavía más. El ejemplo lo han dado el párroco y las fuerzas vivas de Sax: se puede bajar las banderas a media asta y además pasear la custodia. Y si hacemos caso de doña Pilar Gutiérrez, que nos lo viene advirtiendo desde hace tiempo, se puede además retornar la momia del invicto Caudillo a su lugar habitual de reposo bajo la Cruz del Valle.

Doña Nuria de Gispert es partidaria de otras medidas, divergentes pero planteadas en la misma línea de principio: proclamando la República en Catalunya, sugiere, se ahorrarían muertes. Muertes de catalanes/as, por supuesto, que son las que le importan.

Si se hiciera todo ello a la vez, tendría sin duda un efecto benéfico en el personal, si bien sería un efecto difícil de cuantificar (yo he hablado en esta misma bitácora de “efecto placebo”, que no cura pero consuela mucho al paciente).

Sin embargo, y voy a decirlo con un mantra muy repetido estos días, las medidas de ese género llegarían tarde. Muy, muy tarde. Irremisiblemente tarde.

Es que, fíjense, el país está en otro chip. Ya no nos conmueven las banderas, ni la rojigualda ni la estelada; ni nos arrebata la visión de las custodias en la vía pública. Lo que nos pone de verdad es el personal sanitario, con bata verde o blanca, con gorro y mascarilla, empujando una camilla o administrando una inyección.

El Estado social está de vuelta, y no es un símbolo, sino mucho más. Es think big, pensar en grande, como proponía Keynes.

Lo público está de moda; defendemos con todas las ganas y el corazón la Sanidad pública, la aplaudimos todos los atardeceres. Hasta casi ayer, lo único público que teníamos en el país era la Hacienda pública. Sí, Hacienda éramos todos, pero también nos dábamos cuenta de que unos más que otros. La Iglesia no cotizaba; la Monarquía, tampoco; y el Emérito, otro símbolo a media asta, evadía capitales graciosamente recibidos desde la Arabia Saudí. Las medidas del estado de alarma no cuentan en su caso, como tampoco para el párroco don Alfredo Beltrá ni para José María Aznar y Ana Botella, que pasean por Marbella la saludable tez morenaza que solo se adquiere en los pequeños paraísos privados.

A cambio nosotros hemos ganado la Sanidad, y quién sabe si mañana no ganaremos también la Escuela pública, la prensa y la televisión públicas, y una política pública decente, con sentido de Estado y no de campanario ni de chiringuito.

Es una perspectiva radicalmente nueva, que estamos empezando a amar.