martes, 14 de abril de 2020

HEY JUDE


Encuentros en la tercera fase del confinamiento


Judas derrama la sal con el brazo en el mosaico copiado por Giacomo Raffaelli de la ‘Última Cena’ de Leonardo da Vinci (Wikimedia)
   
Hey Jude, don’t make it bad

Lennon & McCartney



Sé que lo que me pasó ayer no es normal. Carmen me ha recomendado que, en cuanto acabe el confinamiento, pida hora en el CAP y me lo haga mirar.

Tal como lo recuerdo, ocurrió así. Yo estaba dando vueltas a buen paso por la azotea de casa, para mantenerme en forma. Mi objetivo son las cincuenta vueltas, la azotea no es tan grande. Intento llevar la cuenta, pero me distraigo inevitablemente. Pudo ocurrir en la vuelta 17 y pico, pero también antes o después.

De pronto tenía un tipo a mi derecha, que es el lado de mi oído peor. El tipo caminaba a mi mismo ritmo. Era raro. Cuando digo que era raro, me refiero tanto al hecho de que hubiera aparecido de repente, como a su aspecto en general.

No era feo, llevaba barba e iba bien peinado, con melena corta y una cinta sujetándole el cabello. Vestía una túnica sin costura color crema, de buen corte, y se abrigaba con un manto holgado de un tono púrpura que habría dado envidia al Tintoretto. Las sandalias eran artesanales, de cuero, tipo ibicenco. Del cinto le colgaba una bolsa abultada: era hombre de posibles.

─ Oiga, ¿quién es usted? ─ le pregunté, escamado.

Me desarmó con una amplia sonrisa.

─ Judas Iscariote, por supuesto, ¿quién si no? Pero llámame de tú, colegui, sin remilgos.

Se acercó, e intentó darme un beso en la mejilla. Le hice la cobra. En su cara se dibujó un rictus de tristeza.

─ Mis besos tienen mala fama, lo sé.

─ No es nada personal ─ me excusé ─. Es que, según la normativa, hemos de mantener una distancia de seguridad de metro y medio.

─ Lo siento, no lo sabía ─ se excusó.

─ Hey, Jude, disculpa si soy indiscreto. ¿Tú no te habías ahorcado hace ya mucho tiempo?

Negó enérgicamente con la cabeza.

─ Infundios de Mateo. Mateo anda siempre contando pestes de mí. Y vosotros, perdona, os las tragáis como si fuera el Evangelio.

─ Bueno, Jude, es el Evangelio.

─ Bueno, sí. Vamos al grano. Paco, tú estás introducido en las redes sociales, según me han contado.

─ Modestamente.

─ Luego puedes enviar un mensaje a los miembros de tu Gobierno…

─ ¿De qué gobierno me hablas?

─ Del tuyo, naturalmente. El señor Buch, la señora Budó, el señor Puigneró. Gente magnífica. El president, Quim Torra, le habla a Dios de tú. La Meritxell es muy capaz de dar el quién vive a la Santísima Trinidad…

─ Abrevia.

─ Ahora están preocupados con el asunto ese de las mascarillas que les han enviado. Quiero que les digas que lo importante no es la cifra concreta. No deben ver fantasmas.

─ ¿Ah, no?

─ No. Quitas una mascarilla o pones dos de más, y todo se descalabra. No, la cuestión de fondo es que con ellas pretenden taparles la boca.

─ No me digas.

─ Elemental, querido Paco. Alta estrategia. Es Mateo quien está enredándolo todo con su evangelio. El rey de los fakes, no te creas nada de lo que dice. ¿Tú crees que yo iba a vender la cabeza de un justo por treinta miserables monedas? El precio de mercado está muy por encima.

─ ¿Fueron más de treinta monedas?

─ Muchas más.

─ ¿Cuántas, Jude?

Miró a un lado y a otro. Estábamos solos en la azotea. Nadie podía oírnos.

─ ¿Me guardarás el secreto?

─ Claro, puedes fiarte de mí.

─ Fueron 1714 monedas de plata, Paco.