Encuentros en la tercera fase del
confinamiento
Judas derrama la sal con el brazo en el mosaico
copiado por Giacomo Raffaelli de la ‘Última Cena’ de Leonardo da Vinci
(Wikimedia)
Hey Jude, don’t make it bad
Lennon & McCartney
Sé que lo que me pasó
ayer no es normal. Carmen me ha recomendado que, en cuanto acabe el
confinamiento, pida hora en el CAP y me lo haga mirar.
Tal como lo
recuerdo, ocurrió así. Yo estaba dando vueltas a buen paso por la azotea de
casa, para mantenerme en forma. Mi objetivo son las cincuenta vueltas, la
azotea no es tan grande. Intento llevar la cuenta, pero me distraigo inevitablemente.
Pudo ocurrir en la vuelta 17 y pico, pero también antes o después.
De pronto tenía un
tipo a mi derecha, que es el lado de mi oído peor. El tipo caminaba a mi mismo
ritmo. Era raro. Cuando digo que era raro, me refiero tanto al hecho de que
hubiera aparecido de repente, como a su aspecto en general.
No era feo, llevaba
barba e iba bien peinado, con melena corta y una cinta sujetándole el cabello. Vestía
una túnica sin costura color crema, de buen corte, y se abrigaba con un manto
holgado de un tono púrpura que habría dado envidia al Tintoretto. Las sandalias
eran artesanales, de cuero, tipo ibicenco. Del cinto le colgaba una bolsa
abultada: era hombre de posibles.
─ Oiga, ¿quién es
usted? ─ le pregunté, escamado.
Me desarmó con una
amplia sonrisa.
─ Judas Iscariote,
por supuesto, ¿quién si no? Pero llámame de tú, colegui, sin remilgos.
Se acercó, e
intentó darme un beso en la mejilla. Le hice la cobra. En su cara se dibujó un
rictus de tristeza.
─ Mis besos tienen
mala fama, lo sé.
─ No es nada
personal ─ me excusé ─. Es que, según la normativa, hemos de mantener una
distancia de seguridad de metro y medio.
─ Lo siento, no lo
sabía ─ se excusó.
─ Hey, Jude,
disculpa si soy indiscreto. ¿Tú no te habías ahorcado hace ya mucho tiempo?
Negó enérgicamente
con la cabeza.
─ Infundios de
Mateo. Mateo anda siempre contando pestes de mí. Y vosotros, perdona, os las
tragáis como si fuera el Evangelio.
─ Bueno, Jude, es el Evangelio.
─ Bueno, sí. Vamos
al grano. Paco, tú estás introducido en las redes sociales, según me han
contado.
─ Modestamente.
─ Luego puedes enviar
un mensaje a los miembros de tu Gobierno…
─ ¿De qué gobierno
me hablas?
─ Del tuyo, naturalmente. El señor Buch, la
señora Budó, el señor Puigneró. Gente magnífica. El president, Quim Torra, le habla a Dios de tú. La Meritxell es muy
capaz de dar el quién vive a la Santísima Trinidad…
─ Abrevia.
─ Ahora están
preocupados con el asunto ese de las mascarillas que les han enviado. Quiero
que les digas que lo importante no es la cifra concreta. No deben ver
fantasmas.
─ ¿Ah, no?
─ No. Quitas una mascarilla
o pones dos de más, y todo se descalabra. No, la cuestión de fondo es que con ellas
pretenden taparles la boca.
─ No me digas.
─ Elemental,
querido Paco. Alta estrategia. Es Mateo quien está enredándolo todo con su
evangelio. El rey de los fakes, no te creas nada de lo que dice. ¿Tú crees que
yo iba a vender la cabeza de un justo por treinta miserables monedas? El precio
de mercado está muy por encima.
─ ¿Fueron más de
treinta monedas?
─ Muchas más.
─ ¿Cuántas, Jude?
Miró a un lado y a otro.
Estábamos solos en la azotea. Nadie podía oírnos.
─ ¿Me guardarás el
secreto?
─ Claro, puedes fiarte
de mí.
─ Fueron 1714
monedas de plata, Paco.