viernes, 10 de abril de 2020

QUEREMOS TANTO A MIREIA


Preuve, peut-être bien, de votre inexistence:
les imbécil's heureux qui sont nés quelque part.

Georges Brassens


Hay creyentes por exceso y por defecto. Por exceso, los obispos de las Cuernavacas que en cuanto aparece un virus saben perfectamente por qué y a quién lo envía el Todopoderoso. Suponen los tales que Dios está tan preocupado como ellos mismos por la homosexualidad y las prácticas abortivas.

Y luego están los creyentes por defecto: quienes opinan que Dios existe pero lo está haciendo todo fatal, y desean ardientemente que llegue el Juicio Final para decirle en la cara cuatro verdades de las que duelen.

Mireia Vehí, diputada en el Parlamento por la CUP, pertenece a esta segunda modalidad de creyente. Le parecen insufribles los tacticismos de la Divinidad, y está dispuesta a denunciarlos donde sea. Hay que darle a Dios de una vez una buena repasada en Ética, porque el buen Señor anda francamente flojo en la materia.

Es más o menos lo que vino a decir Mireia Vehí ayer en el Congreso. Todos los cuñaos del mundo se lo han agradecido tanto.

Los cuñaos proliferan en las redes sociales, ahora que no tienen a su disposición las barras de los bares. A mí, por defender el programa del Gobierno Sánchez, me apostrofó uno pidiéndome más ecuanimidad. A Jordi Ribó, por calificar a Mireia de noia (“chica”), le pidió una señora más respeto a las opiniones divergentes y menos machismo soterrado. Son solo dos botones de muestra del tremendo tsunami del cuñadismo emergente, un movimiento que sueña con hacerse algún día con el poder supremo para hacer con él lo mismo que está haciendo Quim Torra en la Generalitat: es decir, nada, pero eso sí, nada adornada con lacitos.

Georges Brassens dejó apuntado en una canción inmortal que los cuñaos con ínfulas son tal vez la prueba definitiva de la inexistencia de Dios. Los cuñaos, todos a una, se le tiraron a degüello.

No era ecuánime; no era respetuoso.