Preuve, peut-être bien, de votre
inexistence:
les imbécil's heureux qui sont
nés quelque part.
Georges Brassens
Hay creyentes por
exceso y por defecto. Por exceso, los obispos de las Cuernavacas que en cuanto
aparece un virus saben perfectamente por qué y a quién lo envía el Todopoderoso.
Suponen los tales que Dios está tan preocupado como ellos mismos por la
homosexualidad y las prácticas abortivas.
Y luego están los creyentes por defecto: quienes opinan que Dios existe pero lo está haciendo todo fatal, y desean ardientemente
que llegue el Juicio Final para decirle en la cara cuatro verdades de las que
duelen.
Mireia Vehí,
diputada en el Parlamento por la CUP, pertenece a esta segunda modalidad de
creyente. Le parecen insufribles los tacticismos de la Divinidad, y está
dispuesta a denunciarlos donde sea. Hay que darle a Dios de una vez una buena
repasada en Ética, porque el buen Señor anda francamente flojo en la materia.
Es más o menos lo
que vino a decir Mireia Vehí ayer en el Congreso. Todos los cuñaos del mundo se lo han agradecido
tanto.
Los cuñaos proliferan en las redes sociales,
ahora que no tienen a su disposición las barras de los bares. A mí, por
defender el programa del Gobierno Sánchez, me apostrofó uno pidiéndome más
ecuanimidad. A Jordi Ribó, por calificar a Mireia de noia (“chica”), le pidió una señora más respeto a las opiniones
divergentes y menos machismo soterrado. Son solo dos botones de muestra del
tremendo tsunami del cuñadismo emergente, un movimiento que sueña con hacerse
algún día con el poder supremo para hacer con él lo mismo que está haciendo
Quim Torra en la Generalitat: es decir, nada, pero eso sí, nada adornada con
lacitos.
Georges Brassens
dejó apuntado en una canción inmortal que los cuñaos con ínfulas son tal vez la prueba definitiva de la
inexistencia de Dios. Los cuñaos,
todos a una, se le tiraron a degüello.
No era ecuánime; no
era respetuoso.