viernes, 3 de abril de 2020

SINDICALISMO, HISTORIA Y FUTURO



«Digamos que el sindicalismo es hijo putativo de una forma de capitalismo que hoy ya no existe [...] Lo diré enfáticamente: el sindicalismo, al menos en las primeras décadas del siglo XXI, debe ajustar las cuentas con el paradigma tecnológico realmente existente.» 

(J. L. López Bulla, “200 años de compromiso del sindicalismo europeo”, Último tranco. Publicado en “Metiendo Bulla”, 2.4.2020.



1. Hay, por fuerza, lagunas en la magnífica síntesis histórica del sindicalismo que nos ha ofrecido José Luis López Bulla en su bitácora, los días pasados. Sin ánimo ninguno de crítica, señalo una en particular: la historia sindical de las mujeres, que tiene connotaciones muy especiales porque se trata de una historia distinta en primer lugar, y en segundo lugar de una historia abierta a un futuro de cambio que nos implica a todos.

En los años en los que el mundo se concibió desde el socialismo en clave de fábrica, como una gran maquinaria en la que cada cual ocupaba su lugar designado y cooperaba a la creación de una riqueza que sería repartida entre todos, para las mujeres la fábrica significó una vía de emancipación. En el ordenamiento social tradicional, la mujer vivía bajo una permanente tutela, y el género funcionaba como una minusvalía permanente. Se consideraba normal y razonable que las mujeres no tuvieran derecho al voto. Ellas pertenecían a la esfera de lo privado, bajo la autoridad del pater familias como en el derecho romano, y la cosa pública (la república en su sentido etimológico) les estaba vedada.

Las mujeres entraron en la historia por la puerta de las fábricas. Fue un gran paso para la humanidad, pero un paso especialmente penoso para ellas. En los años en que se reivindicaba para los varones la jornada de los tres ochos (ocho horas de trabajo, ocho de ocio y ocho de descanso), las mujeres cumplían una doble, y en el peor de los casos una triple, jornada de trabajo: ocho horas de fábrica, ocho horas de labores de hogar, y no hago referencia al contenido de la tercera jornada, necesaria en ocasiones para alargar los ingresos hasta el mínimo necesario para la supervivencia de una familia obrera.

Desde la fábrica, las mujeres saltaron a otras conquistas más gratificantes: la ciencia, la universidad, la profesión liberal, el quehacer político. La igualdad, sin embargo, no está aún conseguida. Mary Beard, ilustre historiadora británica de la antigüedad romana, comenta cómo después de cada uno de sus programas culturales en la BBC recibe mensajes de varones que la insultan diciéndole que su lugar está en la cocina. Mary Beard o la alcaldesa de Barcelona Ada Colau, calificada de "pescatera", son solo un botón de muestra: son millones las mujeres que han oído el mismo tipo de reprensión, en la calle, en el parlamento, en las aulas, desde los púlpitos y ahora también en las redes sociales.

Pero no se concibe el sindicalismo del futuro (no se concibe el futuro a secas) sin la presencia protagonista de las mujeres, y por añadidura, de los plenos derechos individuales, sociales y políticos de las mujeres. Sencillamente, es así porque no puede ser de otra manera. No es concebible una emancipación demediada. Todas y todos han de estar incluidas/os.

2. El futuro del sindicalismo, de otro lado, tiene por fuerza que recorrer caminos aún no transitados, como recuerda López Bulla en los párrafos que aparecen en rojo en el encabezamiento de este post. La fábrica, que fue la célula madre de su difusión, de su extensión y de su forma de organizarse, ha dejado de ser la imagen del mundo. Los tiempos en los que se confundía la conciencia de clase con la conciencia de la condición de fábrica, han cambiado sin remedio.

Todo ha venido de la mano del desarrollo tecnológico. Hubo una época en la que el capital solo podía controlar la fuerza de trabajo reuniéndola en un espacio cerrado y autosuficiente: la fábrica. En ese ámbito, el control estaba personificado en el capataz, para vigilar el orden de las tareas, y en el cronometrador para vigilar los tiempos de realización.

Las nuevas tecnologías han variado la situación: se controla con mucha más facilidad a la fuerza de trabajo, y también con un rigor mucho más implacable, desde las aplicaciones de un ordenador.

El algoritmo es el nuevo capataz y el nuevo cronometrador. Está impuesto de forma unilateral por la dirección, y tiene la característica de que no se le puede engañar; es infalible, y las condiciones leoninas de trabajo que impone no tienen recurso viable. 

A partir de ahí, la “fábrica” ha dejado de ocupar un espacio físico y un tiempo determinado. Se ha evaporado, y se ha diseminado en moléculas imperceptibles que acompañan al trabajador y a la trabajadora en todas las situaciones de su vida y a todas las horas.

Se trata entonces, ahora, en último término, de abrir las puertas de las fábricas hacia dentro y hacia fuera.

Primero, la democracia tiene que entrar dentro de las fábricas, porque la empresa no es un ámbito privado sino un lugar político, y por consiguiente público.

Y segundo, el sindicalismo tiene que salir puertas afuera de las fábricas, interesarse y ocuparse de lo que está ocurriendo más allá, en la medida en que en ese más allá se juegan la suerte del trabajo de los/las trabajadores/as y la calidad y las formas de remuneración y de compensación de las tareas que realizan para el común.

3. También el esquema de la previsión y la providencia social ha cambiado bajo el nuevo paradigma tecnológico. En la época de los treinta años “gloriosos” se institucionalizó de alguna manera la “solidaridad ambiente” a través de las prestaciones del Estado social. La labor del sindicato en este terreno se centró entonces en la labor de extender los beneficios del welfare a los/las excluidos/as de los estadillos de la Administración, por las causas que fueren.

Ahora que el Estado ha privatizado tantas funciones públicas y se lava las manos prolongada y concienzudamente en lo que se refiere a atender a las necesidades primarias de los/las trabajadores/as, el sindicato tiene también que afilar sus modos de intervención. No basta la función burocrática de remitir a los marginados a la beneficencia estatal; los socorros mutuos y la solidaridad activa entre los iguales están hoy de vuelta, para corregir los excesos de una sociedad verticalizada y deshumanizada.