Estatua de don Ramón de
Campoamor en el Retiro madrileño. Fue él quien teorizó el célebre postulado de
que todo es según el color del cristal con que se mira, base inamovible de la
física y la política modernas.
En la lotería de la
pandemia, España ha sido estadísticamente agraciada con el mayor número de
contagios por 1000 habitantes. La derecha sostiene que es debido a la criminal
inacción del gobierno Sánchez. También sostiene la derecha que alargar las medidas
de confinamiento es abusivo (Vox va a recurrir al Tribunal Constitucional la
medida, o eso dice), y que el gobierno no tiene derecho a interferir en la
libertad de opción de los ciudadanos que, por ejemplo, van y vienen de sus
primeras a sus segundas o terceras residencias y siguen haciendo su vida de costumbre como
si tal cosa. Vox ha alineado, gracias al fotoshop, cientos de ataúdes cubiertos
con la bandera de España en una imagen de la Gran Vía madrileña vacía. En base
a esta prueba “documental”, llama asesino a Sánchez, y considera víctimas de
la libertad a quienes van dejando un rastro de contaminación al desplazarse por
la frágil geografía del dolor colectivo como Pedro por su casa (en este caso,
sería más exacto decir “como Josemari por su segunda casa”).
A Pablo Casado le han
preguntado en un programa televisado si ha llegado el momento de reforzar la
sanidad pública, y ha respondido sibilinamente que lo público sale de los
bolsillos privados. Es un modo de ver la realidad. Otro modo, alternativo y
contradictorio, pero perceptible con nitidez desde cualquier observatorio, es
que los dineros públicos están alimentando continuamente bolsillos privados.
Ahora mismo, asociaciones católicas de padres de familia reclaman del Estado
ayudas para que sus hijos puedan seguir recibiendo la educación elitista que
ellos ya no pueden costearles. La derecha es muy reacia a rascarse el bolsillo;
prefiere con mucho rascar el bolsillo del Estado.
Nadie, en el extenso
latifundio de la derecha, percibe contradicción en esas posiciones. Se nos pide
más ecuanimidad a quienes las criticamos. Se insinúa que nuestra visión de las
cosas está cegada por una venda de color rojo.
Y por supuesto, se
rechazan los pactos de Estado propuestos desde el gobierno para afrontar las
dificultades de la actual coyuntura crítica. La derecha eterna declara que no irá a
pactos con criminales, asesinos y gorrones de las arcas públicas. Sin embargo,
reclama más sacrificios a la población para volver a colocar la economía en la
senda de los beneficios (beneficios privados, se entiende; los beneficios
públicos son entelequias inexistentes). Y nos pide, o más bien nos exige porque ve que vagueamos y nos hacemos los remolones, que rememos con más
fuerza en la dirección que ella señala.
Leo en El País de
hoy este titular de Paolo Flores d’Arcais: «Ahora una revolución es el mínimo
indispensable.»
Lo suscribo a
medias. Ojo con las grandes palabras: depende de lo que entendamos por revolución,
de lo que consideremos indispensable, del mínimo que seamos capaces de conseguir.
Siempre ha sido más fácil explicar el mundo que cambiarlo.