Un denario antiguo, con la
efigie del César de turno.
Se ha insinuado en
Italia una grieta peligrosa para la salida escalonada de la crisis, al sentirse
ofendida la Conferencia Episcopal italiana por un discurso del primer ministro
Giuseppe Conte, en el que situaba a un nivel parecido la esencialidad de los
servicios de misas, por un lado, y de las peluquerías, por el otro.
Puede parecer cosa
de chiste, pero no lo es. Si hemos de salir todos juntos del apuro, habrá de ser
sin dejarse a nadie atrás; y en consecuencia, con el debido respeto a todas las
sensibilidades respetables. (También los peluqueros están dolidos con el
gobierno italiano, dicho sea de paso).
Las creencias
religiosas son sin duda intrínsecamente respetables, piense uno sobre ellas lo
que piense. A casi nadie se le ocurre hoy que los templos sean inmunes a la
difusión del virus (la excepción serían algunos eclesiásticos adeptos a la
teoría de la pandemia como castigo divino), pero la objeción pertinente la ha
formulado así Andrea Riccardi, fundador de la muy respetada Comunidad de San
Egidio: «Este país necesitará de todos los recursos espirituales y
motivacionales posibles para volver a arrancar.»
La religión es, además de otras virtudes en las que no
entro, un aglutinante social y una fuente de esperanza colectiva. Cierto que la
teología transita con frecuencia por un carril, y el mundo de las creencias,
las tradiciones y las pequeñas supersticiones compartidas, por otro. Es un
dato, pero no una objeción dirimente.
En la Baja Edad Media, por ejemplo, era creencia muy
asumida que durante la misa no pasaba el tiempo, literalmente, de modo que mientras
el/la fiel asistía al culto, no envejecía. De ahí, en parte, la afición de tantos
devotos y devotas a oír misa todos los días, y a trinarlas los domingos y
fiestas de guardar.
En nuestra visita turística a Martina Franca, Puglia,
vimos en una capilla lateral de la iglesia una estatua de Santa Comasia, objeto
particular de devoción por parte de la feligresía local. La imagen, antigua, apareció
al tirar abajo un tabique de una casa, en unas obras de restauración, y fue
enviada al obispo. Este se fijó en la palma del martirio que portaba la santa,
pero no pudo precisar más: “Es una mártir, la que sea (come sia)”, dictaminó. Los martinenses lo entendieron mal, y honraron
desde entonces a Santa Comasia. Muchas mujeres llevan su nombre.
Un caso parecido es el de la tieta de Gramsci, que rezaba
a donna Bisodia, un ejemplo de virtud
femenina tan excelso que incluso aparece en el padrenuestro. En realidad no se
trata de una donna, sino de la
fórmula latina “dona nobis hodie”, dánosle
hoy.
Sin duda todo esa amalgama de creencias acendradas y de
pequeños malentendidos es perfectamente respetable, y el gobierno Conte hará bien
en tratar de colocar a su favor a esos sectores amplios de creyentes, que se
están comportando con disciplina y empatía en una crisis tan dura; en lugar de tratarlos
a la baqueta.
Lo mismo cabe decir del gobierno Sánchez y de España.
Siempre y cuando los obispos pidan respetuosamente el respeto debido a su grey,
y no pretendan en cambio mangonear al gobierno en relación con las medidas económicas
y sociales a tomar, exigiendo normas discriminatorias pro domo sua.
Al césar lo que es del césar y a dios lo que es de dios,
sigue siendo después de tantos siglos una fórmula aceptable de coexistencia.