“Serenidad”. Cuarentena en una
terraza del Eixample de Barcelona, un lunes al sol. Foto del autor.
El coronavirus es
una emergencia importante, pero no un cataclismo. La suspensión de las
actividades económicas deja intacta la base material de la producción. Los ERTE
controlados y subvencionados no son pérdidas absolutas de empleo. La
recuperación de la actividad económica no va a tener, en principio, más problemas
que los que plantee la resiliencia del virus y los posibles rebrotes
consecuentes a un retorno repentino desde la cuarentena en solitario a la aglomeración
urbana. Con lo que hemos aprendido entre todos, es de esperar una mayor
sensatez en las conductas potencialmente contaminantes.
La situación es muy
distinta a la de la recesión que acompañó a la tocata y fuga de la dictadura
franquista. Entonces hubo unos Pactos de la Moncloa. Hoy los pactos, que yo sugeriría
llamar de cualquier otra manera ─Pactos de la Fuenfría, Pactos del Alto Tajo,
Pactos de la Ponderosa, Pactos de los Nueve Barrios─ pueden ser un ejercicio
estimulante de búsqueda de alternativas al marasmo, y de innovación; pero no un
Arca de Noé que nos libre de un Diluvio Universal.
La cultura de la
catástrofe vuelve a instalarse entre nosotros. En un artículo serio, el autor se
pregunta y nos pregunta a nosotros si el coronavirus traerá consigo el derrumbe final del capitalismo. No veo la relación de causa a efecto. Tampoco veo clara la
argumentación de que este gobierno es débil para afrontar la dura etapa
pos-Covid, y que será necesario un ejercicio de remo coordinado de todas las
fuerzas políticas. Está muy claro que algunas de las fuerzas en presencia seguirán indefinidamente su tozudo ejercicio de remo en dirección contraria.
Me parece que en la
base de esa propuesta hay una desconfianza irracional al cambio que, de otra
parte, va a ser una asignatura obligada para este país y para este mundo
concretos. Un pánico que se extiende con más rapidez que el coronavirus. Un “Virgencita,
que me quede como estaba” de los mismos que hace cuatro días tronaban contra el
statu quo y pedían cambios urgentes.
El actual gobierno
lo está haciendo bien. Dicen que con errores. Ya quisieran haber cometido nada
más los errores de Sánchez los Trump, los Bolsonaro y los Boris Johnson que han preferido sacar pecho hasta el último segundo.
Hay medidas
económicas, hay previsión a medio plazo, se está manteniendo una postura de firmeza ante las troikas, hay (y habrá más) fondos para el sostén de la economía, para
bloquear los intentos de salida insolidaria “por arriba” y para que nadie se quede
atrás: los autónomos, las pequeñas empresas, el tejido industrial, la maltrecha sanidad
pública, que se ha crecido ante el reto.
El gobierno actual ha
merecido con creces nuestra confianza, nuestro respeto y nuestro respaldo en esta crisis. Ahora
va llegando el momento de afrontar nuevos retos, y somos nosotros quienes
deberemos merecer también la confianza de este gobierno, que tanto costó formar. No es
un gobierno de usar y tirar. Lo queremos más fuerte, pero su fuerza debe venir
de nosotros mismos.