Viñeta de El Roto, en El País.
Especial importancia,
en la tarea de avizorar una ruta de salida del “desierto de los tártaros” (1) en
el que nos encontramos, ha tenido un artículo muy reciente del historiador
Javier Tébar titulado Esta vuelta al
trabajo: un mapa (2).
No es casual la
mención al trabajo, a la vuelta al trabajo, en el título. Ahí puede estar la
madre del cordero. El discurso común entre la ciudadanía no demenciada por las
voces desaforadas de la Santa Compaña de la derecha consiste en denunciar los
tremendos recortes en la Sanidad pública, sin los cuales habríamos estado en
mejores condiciones para hacer frente a una emergencia vírica que se nos ha
echado encima con una violencia y una rapidez inusitadas.
Tébar va más allá
en su análisis: «En resumidas cuentas, un determinado
modelo de crecimiento basado en una estructura productiva que pivota sobre los
servicios y se ancla en la precarización laboral habría multiplicado los
efectos negativos desencadenados por la pandemia.»
No son solo los
recortes, entonces; es el modelo de crecimiento lo que ha fallado. Lo que viene
fallando reiterada, tozudamente, y nuestras élites económicas y financieras se
empeñan en seguirnos administrando desde la vieja fórmula del “si no quieres
té, dos tazas”.
No se trataría entonces,
siguiendo la idea expresada en el mono de El Roto en El País de hoy mismo, de
reconstruir la economía que teníamos, sino de hacer una nueva.
Un empeño ambicioso
y difícil. Difícil por lo que significa de ir a contracorriente. Pero somos
muchos los que llevamos tiempo remando a contracorriente. Y podemos ser muchos
más aún, y más conscientes, y mejor organizados.
La tentación cómoda
sería apresurarse a aceptar lo que ofrecen “algunos”, señala Tébar, y con ese “algunos”
se entiende que se está refiriendo a las élites que monopolizan el mango de la
sartén: en síntesis, un intercambio de salud por economía. ‘Yo te garantizo la
salud, y tú me dejas las manos libres en la economía.’
No hace falta
insistir en que un gran pacto en esa dirección sería insostenible, porque la
solución incluiría la perpetuación del problema. «¡Es la economía, idiota!», podríamos
muy bien decir en la situación actual, a semejanza de aquel grito viral durante
una campaña electoral en la cabeza del imperio.
Es la economía. La
posibilidad de una economía distinta, inclusiva, solidaria, que utilice de otra
manera la tecnología puesta a nuestra disposición por los avances científicos y
se enfoque hacia el progreso social.
“Algunos” intentan
hacernos creer que la economía es una ciencia exacta descendida del cielo,
arcana e inmutable como tantos dogmas de la fe religiosa. Que la economía nace ya
armada de la cabeza de Zeus, y nuestra única opción es temerla, respetarla y
adorarla en los altares de su culto, que son aquí y ahora las sucursales
bancarias.
Aspiramos a una
economía hecha “para” las personas, no para el dividendo; y hecha “por” las
personas, no por capitalistas anónimos utilizando una fuerza de trabajo
abstracta que usan y tiran a capricho, como una mercancía cualquiera de escaso
valor.
Más allá de
afrontar la emergencia, se trata de cambiar las estructuras para no caer en la
repetición infinita del mismo pecado original.
(1) Utilizo la
imagen fuerte elegida por unos articulistas inquietantemente anónimos para dialogar
entre ellos y lanzar conjeturas hiladas en torno a la diversidad de males que
nos afligen. El blog “El desierto de los tártaros” es, muy en contra de lo que
sugiere su nombre, un oasis recomendable en el que muchos caminantes sedientos
podrán encontrar el agua fresca que ansían.