viernes, 17 de abril de 2020

ES LA ECONOMÍA



Viñeta de El Roto, en El País.


Especial importancia, en la tarea de avizorar una ruta de salida del “desierto de los tártaros” (1) en el que nos encontramos, ha tenido un artículo muy reciente del historiador Javier Tébar titulado Esta vuelta al trabajo: un mapa (2).

No es casual la mención al trabajo, a la vuelta al trabajo, en el título. Ahí puede estar la madre del cordero. El discurso común entre la ciudadanía no demenciada por las voces desaforadas de la Santa Compaña de la derecha consiste en denunciar los tremendos recortes en la Sanidad pública, sin los cuales habríamos estado en mejores condiciones para hacer frente a una emergencia vírica que se nos ha echado encima con una violencia y una rapidez inusitadas.

Tébar va más allá en su análisis: «En resumidas cuentas, un determinado modelo de crecimiento basado en una estructura productiva que pivota sobre los servicios y se ancla en la precarización laboral habría multiplicado los efectos negativos desencadenados por la pandemia.»

No son solo los recortes, entonces; es el modelo de crecimiento lo que ha fallado. Lo que viene fallando reiterada, tozudamente, y nuestras élites económicas y financieras se empeñan en seguirnos administrando desde la vieja fórmula del “si no quieres té, dos tazas”.

No se trataría entonces, siguiendo la idea expresada en el mono de El Roto en El País de hoy mismo, de reconstruir la economía que teníamos, sino de hacer una nueva.

Un empeño ambicioso y difícil. Difícil por lo que significa de ir a contracorriente. Pero somos muchos los que llevamos tiempo remando a contracorriente. Y podemos ser muchos más aún, y más conscientes, y mejor organizados.

La tentación cómoda sería apresurarse a aceptar lo que ofrecen “algunos”, señala Tébar, y con ese “algunos” se entiende que se está refiriendo a las élites que monopolizan el mango de la sartén: en síntesis, un intercambio de salud por economía. ‘Yo te garantizo la salud, y tú me dejas las manos libres en la economía.’

No hace falta insistir en que un gran pacto en esa dirección sería insostenible, porque la solución incluiría la perpetuación del problema. «¡Es la economía, idiota!», podríamos muy bien decir en la situación actual, a semejanza de aquel grito viral durante una campaña electoral en la cabeza del imperio.

Es la economía. La posibilidad de una economía distinta, inclusiva, solidaria, que utilice de otra manera la tecnología puesta a nuestra disposición por los avances científicos y se enfoque hacia el progreso social.

“Algunos” intentan hacernos creer que la economía es una ciencia exacta descendida del cielo, arcana e inmutable como tantos dogmas de la fe religiosa. Que la economía nace ya armada de la cabeza de Zeus, y nuestra única opción es temerla, respetarla y adorarla en los altares de su culto, que son aquí y ahora las sucursales bancarias.

Aspiramos a una economía hecha “para” las personas, no para el dividendo; y hecha “por” las personas, no por capitalistas anónimos utilizando una fuerza de trabajo abstracta que usan y tiran a capricho, como una mercancía cualquiera de escaso valor.

Más allá de afrontar la emergencia, se trata de cambiar las estructuras para no caer en la repetición infinita del mismo pecado original.


(1) Utilizo la imagen fuerte elegida por unos articulistas inquietantemente anónimos para dialogar entre ellos y lanzar conjeturas hiladas en torno a la diversidad de males que nos afligen. El blog “El desierto de los tártaros” es, muy en contra de lo que sugiere su nombre, un oasis recomendable en el que muchos caminantes sedientos podrán encontrar el agua fresca que ansían.