jueves, 9 de abril de 2020

LUCRO CESANTE



Mi prima Cuquín y yo, en una excursión familiar.

Aquell que va emprenyar talòs
Garcés i Teixidó renyoc
quan va fer els seus primers poemes,
veureu que hi torna sense esmena.

Gabriel Ferrater, Poema inacabat


Mi vocación más empedernida es meterme en camisa de once varas. Esta característica mía ha exasperado a mis mejores familiares, amigos y conocidos. Mi prima Cuquín, que me quería muchísimo pero además me tenía como un motivo permanente de asombro, decía de mí que soy un Rodríguez de la Rodriguera clavado. Es decir, no me parecería nada a los Lecea ─gente austera, metódica, escrupulosa, con un sentido del deber acendrado─, y lo tendría todo en cambio de la estirpe o más bien caterva de los Rodríguez, a quienes (yo incluido) despachaba Cuquín con un dicterio irrevocable: «Los Rodríguez, a los duros les dan patadas.»

Me he resignado poco a poco a ese despilfarro de mis talentos (talentos, en el sentido de la parábola evangélica). Publico este blog sin ánimo de lucro, y además me empeño en no repetir aquí puntos de vista manidos ni cosas que ya han dicho otros mucho mejor que yo. Insisto en ensayar enfoques diferentes de la realidad (que es poliédrica y no se deja abarcar de golpe a primera vista), dedicar mi tiempo a pensar en cosas en las que otros no piensan, e intuir trayectos inéditos ─en alguna ocasión con éxito, las más con penosos derrapes─ por los que otros no se aventuran.

Me equivoco mucho, es verdad. Pero como he llegado a una edad avanzada y no formo parte de ningún comité central, ese dato no me importa gran cosa. Si con mis jeremiadas destapo la caja de los truenos, allá cuidados. Dicho con las palabras de Arantxa Sánchez Vicario cuando debía disputar una final a Steffi Graf, “no tengo nada que perder”.

Este largo preámbulo me sirve para insistir en mi idea de que la catástrofe económica causada por la pandemia no va a ser un parteaguas decisivo entre un “antes” y un “después” diferentes. La riqueza global, a fin de cuentas, es una burbuja. Solemos contemplarla como el valentón de Cervantes, «Vive Dios que me espanta esta grandeza…» Pero escuchen, no hay para tanto.

Leo en lavanguardia de hoy el siguiente titular: «Emergencia económica. El coronavirus hunde el comercio mundial y pone en riesgo la globalización.»

Qué quieren que les diga, a mí me suena a gaitas gallegas. Otro experto ve en la ocasión el inminente hundimiento, no del comercio mundial, sino del capitalismo. Un puto virus va a acabar por cachas la faena que Marx, Engels, Lenin y Lennon dejaron inacabada.

La canción viene a ser la misma que la de esa otra noticia de dimensión más casolana y sin embargo situada en idéntica paralexia: que a Manuela Carmena le llevaron un respirador a su casa porque no quería hacer cola en las instalaciones de la sanidad pública.

Manuela ya ha interpuesto demanda por la mentira malintencionada. El comercio mundial y el capitalismo no interpondrán demanda pero pasarán dentro de muy poco la correspondiente factura por tanta exageración descomunal volcada a espuertas sobre la opinión con un ánimo claro de amedrentamiento.

Definí hace poco el actual frenazo de la economía como una parada en boxes en el curso de una carrera de fórmula uno; y pedí que en lugar de eso la utilizáramos como la parada en un stop para emprender un cambio de sentido en nuestro viaje. Mis mejores amigos lo tomaron como una frivolidad imperdonable. Puede que lo sea. Insisto en la idea, sin embargo.

No voy a llorar ni un segundo por la suerte del capitalismo ni por la del comercio mundial. Lo que me preocupa somos nosotros.

No me preocupa de dónde va a salir el dinero para relanzar la economía mundial. Dinero, haberlo haylo. Y de sobra. Está en las cajas fuertes de las entidades bancarias de los paraísos fiscales, a nombre de firmas privadas que desde hace años combinan en su actividad las posibilidades legales y las extralegales.

Si la cosa va solo de la aparición en escena de algunos miles de miles de millones, no se preocupen, la salida de la crisis está asegurada. Alguien los pondrá encima de la mesa.

Me preocupa que no haya cambio de sentido. Un editorial del Financial Times ha propuesto algunas correcciones sensatas sobre lo público, la deuda y el papel del Estado en la pospandemia. El capitalismo siempre ha sido sensato en ese sentido de la palabra llamémosle lampedusiano: está dispuesto a cambiar todo lo que haga falta, para que lo esencial no cambie.

Pero el cambio de sentido al que me refiero va más allá de ese tipo de prédicas. Entiendo yo, acogiéndome al mantra de moda, que las lecciones del Financial Times llegan demasiado tarde. Todo eso se debió decir ─y poner en práctica─ en 2008. La enorme destrucción de riqueza pública, de empleo decente y de bienestar social se produjo entonces, guiada por los bancos privados atentos al negocio, los Estados ejerciendo de cornudos complacientes, las troicas inflexibles en la doctrina y los financial times pontificando sobre ortodoxias.

Ahora pretenden dárnosla con el mismo queso. No hay tal hundimiento del comercio mundial (solo un stand by momentáneo), sino un lucro cesante. Se cuentan como perdidos los dineros que se ha dejado de ganar, sencillamente. Cualquier economista debería saber distinguir entre una cosa y otra. La confusión es interesada: nos dicen lo que quieren que creamos.

Se augura un gran Pacto de Estado y de más allá del Estado, para salir con bien de esta crisis. Si hay pacto pero no cambio de sentido, seguiremos perdidos indefinidamente en el desierto de los tártaros.