Mi prima Cuquín y yo, en una
excursión familiar.
Aquell que va emprenyar talòs
Garcés i Teixidó renyoc
quan va fer els seus primers
poemes,
veureu que hi torna sense
esmena.
Gabriel Ferrater, Poema inacabat
Mi vocación más
empedernida es meterme en camisa de once varas. Esta característica mía ha exasperado
a mis mejores familiares, amigos y conocidos. Mi prima Cuquín, que me quería
muchísimo pero además me tenía como un motivo permanente de asombro, decía de
mí que soy un Rodríguez de la Rodriguera clavado. Es decir, no me parecería nada a
los Lecea ─gente austera, metódica, escrupulosa, con un sentido del deber
acendrado─, y lo tendría todo en cambio de la estirpe o más bien caterva de los Rodríguez,
a quienes (yo incluido) despachaba Cuquín con un dicterio irrevocable: «Los
Rodríguez, a los duros les dan patadas.»
Me he resignado poco
a poco a ese despilfarro de mis talentos (talentos, en el sentido de la
parábola evangélica). Publico este blog sin ánimo de lucro, y además me empeño en
no repetir aquí puntos de vista manidos ni cosas que ya han dicho otros mucho
mejor que yo. Insisto en ensayar enfoques diferentes de la realidad (que es
poliédrica y no se deja abarcar de golpe a primera vista), dedicar mi tiempo a pensar en cosas en las que
otros no piensan, e intuir trayectos inéditos ─en alguna ocasión con éxito, las
más con penosos derrapes─ por los que otros no se aventuran.
Me equivoco mucho,
es verdad. Pero como he llegado a una edad avanzada y no formo parte de ningún comité
central, ese dato no me importa gran cosa. Si con mis jeremiadas destapo la
caja de los truenos, allá cuidados. Dicho con las palabras de Arantxa Sánchez
Vicario cuando debía disputar una final a Steffi Graf, “no tengo nada que
perder”.
Este largo
preámbulo me sirve para insistir en mi idea de que la catástrofe económica
causada por la pandemia no va a ser un parteaguas decisivo entre un “antes” y
un “después” diferentes. La riqueza global, a fin de cuentas, es una burbuja.
Solemos contemplarla como el valentón de Cervantes, «Vive Dios que me espanta
esta grandeza…» Pero escuchen, no hay para tanto.
Leo en lavanguardia
de hoy el siguiente titular: «Emergencia económica. El coronavirus hunde el
comercio mundial y pone en riesgo la globalización.»
Qué quieren que les
diga, a mí me suena a gaitas gallegas. Otro experto ve en la ocasión el
inminente hundimiento, no del comercio mundial, sino del capitalismo. Un puto
virus va a acabar por cachas la faena que Marx, Engels, Lenin y Lennon dejaron
inacabada.
La canción viene a
ser la misma que la de esa otra noticia de dimensión más casolana y sin embargo
situada en idéntica paralexia: que a Manuela Carmena le llevaron un respirador
a su casa porque no quería hacer cola en las instalaciones de la sanidad
pública.
Manuela ya ha interpuesto
demanda por la mentira malintencionada. El comercio mundial y el capitalismo no
interpondrán demanda pero pasarán dentro de muy poco la correspondiente factura
por tanta exageración descomunal volcada a espuertas sobre la opinión con un
ánimo claro de amedrentamiento.
Definí hace poco el actual frenazo de la economía como una parada en boxes en el curso de una carrera
de fórmula uno; y pedí que en lugar de eso la utilizáramos como la parada en un
stop para emprender un cambio de sentido en nuestro viaje. Mis mejores amigos lo
tomaron como una frivolidad imperdonable. Puede que lo sea. Insisto en la idea,
sin embargo.
No voy a llorar ni
un segundo por la suerte del capitalismo ni por la del comercio mundial. Lo que
me preocupa somos nosotros.
No me preocupa de
dónde va a salir el dinero para relanzar la economía mundial. Dinero, haberlo
haylo. Y de sobra. Está en las cajas fuertes de las entidades bancarias de los
paraísos fiscales, a nombre de firmas privadas que desde hace años combinan en
su actividad las posibilidades legales y las extralegales.
Si la cosa va solo
de la aparición en escena de algunos miles de miles de millones, no se
preocupen, la salida de la crisis está asegurada. Alguien los pondrá encima de la mesa.
Me preocupa que no
haya cambio de sentido. Un editorial del Financial Times ha propuesto algunas
correcciones sensatas sobre lo público, la deuda y el papel del Estado en la
pospandemia. El capitalismo siempre ha sido sensato en ese sentido de la
palabra llamémosle lampedusiano: está dispuesto a cambiar todo lo que haga
falta, para que lo esencial no cambie.
Pero el cambio de
sentido al que me refiero va más allá de ese tipo de prédicas. Entiendo yo,
acogiéndome al mantra de moda, que las lecciones del Financial Times llegan
demasiado tarde. Todo eso se debió decir ─y poner en práctica─ en 2008. La
enorme destrucción de riqueza pública, de empleo decente y de bienestar social
se produjo entonces, guiada por los bancos privados atentos al negocio, los
Estados ejerciendo de cornudos complacientes, las troicas inflexibles en la
doctrina y los financial times pontificando sobre ortodoxias.
Ahora pretenden
dárnosla con el mismo queso. No hay tal hundimiento del comercio mundial (solo un stand by momentáneo), sino un lucro cesante. Se cuentan como
perdidos los dineros que se ha dejado de ganar, sencillamente. Cualquier
economista debería saber distinguir entre una cosa y otra. La confusión es
interesada: nos dicen lo que quieren que creamos.
Se augura un gran
Pacto de Estado y de más allá del Estado, para salir con bien de esta crisis.
Si hay pacto pero no cambio de sentido, seguiremos perdidos indefinidamente en
el desierto de los tártaros.