domingo, 19 de abril de 2020

EN QUÉ MOMENTO SE JODIÓ EL PERÚ


Gran angular


Ayer se suponía que debía haber vuelto de un viaje de celebración familiar a Venecia. La emergencia sanitaria lo desconvocó, el precio pagado por los billetes de unos aviones que nunca volaron no lo recuperaremos quizás nunca, y ahora afrontamos una Diada de Sant Jordi en confinamiento. La diada más bonita del año, sin rosa, sin libro, sin calles.

Mi celebración va a consistir en el comentario a vuelapluma de cinco libros (uno por día, hasta el 23) que demandan un enfoque particular para su lectura. Yo llamo a ese enfoque Gran angular. Es una expresión mía, no una definición científica. En cualquier caso, no me refiero con ella a un mecanismo, ni menos aún a un truco, sino a una manera particular de ver las cosas y los sucesos que abarca bastante más allá del lugar donde se pone el foco.

He elegido cinco libros muy diferentes entre ellos. Solo dos son obras de ficción. El hilo común que los enlaza a todos es tan tenue, que posiblemente solo lo veo yo, y no porque tenga una especial facultad innata, sino más bien porque soy persona propensa a soñar tortillas en estado de vigilia.


Basta de preámbulos. Mi primera propuesta de libro es Conversación en la Catedral, de Mario Vargas Llosa. Lo publicó Seix Barral en 1969. Ya metidos en el siglo actual, y después de un trayecto político y literario bastante sinuoso, su autor manifestó: «Si tuviera que salvar del fuego una sola de las novelas que he escrito, salvaría esta.»

Se ha hecho proverbial la pregunta que en el arranque mismo de la novela se hace Santiago Zavala, Zavalita, en la puerta del diario “La Crónica”, donde trabaja, mirando a lo largo de la avenida Tacna: «¿En qué momento se había jodido el Perú?»

Pregunta que, comprensiblemente, flota en el aire a lo largo de toda la novela, sin encontrar una respuesta. No es cosa de un momento la jodienda de un país, de una convicción política, de un sistema económico: siempre se presenta como un proceso largo y enrevesado, con muchas marchas y contramarchas.

En una larguísima conversación en el bar ‘La Catedral’ con el zambo Ambrosio, empleado de la perrera municipal y en otro tiempo chófer y algo más de don Fermín Zavala (el padre de Zavalita, alta jerarquía en la dictadura de Odría), el protagonista del libro repasa su propia vida y la de su país, a la luz de los nuevos datos que va descubriendo.

Había visto antes el argumento mirando el escenario desde el patio de butacas, y ahora lo percibe desde detrás de las bambalinas. Dos historias diametralmente distintas, por más que fueran a fin de cuentas la misma historia.

Dejo a los expertos las cuestiones relacionadas con el estilo literario: el desorden aparente en la sucesión de escenas, mediante planos y contraplanos temporales y espaciales; los retazos superpuestos de conversaciones mantenidas en épocas distintas y entre personas diferentes; una prosa desplegada a la manera de un modelo para armar, desde una confusión buscada; la indagación tortuosa de unos hechos que solo poco a poco van adquiriendo consistencia y nitidez de perfiles.

No es eso lo que me fascina ─me sigue fascinando hoy en día─ de este libro, sino lo que podríamos llamar la “historia sumergida”, el sustrato canalla que explica la concatenación de causas profundas de unos hechos históricos relevantes, y que en principio parecerían enteramente aleatorios.

Encuentro en esta “historia ejemplar” una homología ─puede ser solo cosa mía, como he advertido al principio; me adelanto a solicitar un perdón magnánimo de parte de quienes se sientan ofendidos─ con la pederastia que se alza como una sólida pilastra oculta en las sombras de la arquitectura del magisterio secular de la Iglesia. ¿En qué momento se jodió la enseñanza religiosa en Perú y en más países, Zavalita?