martes, 12 de mayo de 2020

A LA ESPERA DE LA APARICIÓN DEL PRÍNCIPE MODERNO



Foto de la firma del acuerdo entre el gobierno y los agentes sociales.


Presten atención, por favor, a lo que señala Antonio Baylos en su blog de culto “Según Baylos”: 

«La participación directa de los interlocutores sociales en ese proceso de interlocución con el poder público es hoy más seguro que el por el momento improbable encuentro con los llamados partidos de oposición, representados por el PP y Vox junto con Ciudadanos y otros grupos como Coalición Canaria. Los agentes socio-económicos han conquistado con este Acuerdo un status sociopolítico que no puede frustrarse o supeditarse a una supuesta prioridad del acuerdo entre partidos.

» Si se quiere seguir utilizando la evocación de los ‘Pactos de la Moncloa’ como referente del objetivo pretendido de reconstrucción económica, social y política del país, que desplazó al espacio de la negociación entre partidos las líneas maestras tanto del esquema institucional democrático posterior como del marco legislativo en materia económica y social,  situando a sindicatos y asociaciones empresariales en una posición subordinada – y seguidista – del proyecto global resultante, en esta ocasión los términos tienen que alterarse sustancialmente. Son las figuras colectivas que representan los intereses económico-sociales de trabajadores y empresarios quienes han demostrado la capacidad de comprometerse en la administración de la crisis y en la defensa de una recuperación económica que intente, con la ayuda pública, el mantenimiento del empleo, pese a su fragmentación y debilidad estructural ocasionada por un modelo de desarrollo productivo que tiene que ser modificado.» (1)

Me excuso por citar tan por extenso, pero yo no sabría decirlo mejor. A riesgo de seguir incurriendo en el desagrado de algunos buenos amigos, insistiré en que el gran pacto político para la reconstrucción no solo no avanza en la perspectiva, sino que el paso de los días lo vuelve más y más improbable. Visiten ustedes mismos la feria del ganado, y díganme en confianza si con estos bueyes se puede arar.

Han saltado entonces al primer plano instituciones que los “expertos”, los “tertulianos” y los “medios” daban ya por amortizadas y dignas de ser enviadas al desguace: el gobierno en primer lugar, en tanto que legislador: hard-power, algo que ya no se estila porque lo que mola es el soft-power acordado en los despachos de las multinacionales y en los pasillos de los lobbys. Y junto al gobierno, los sindicatos y las patronales, y los cito a conciencia por este orden, que no es el habitual porque la relación laboral suele ser considerada como un vínculo de carácter privado en el que el empleador figura en una posición dominante, y el asalariado en una posición subordinada o subalterna.

Todo lo cual es un tiquismiquis que aparece como residuo de un paradigma en el que “emprendimiento” equivalía a progreso social, y el “trabajo” era una fuerza abstracta y anónima, carente de valor en sí misma. De pronto, y ha tenido que ser por culpa de un virus (?), se ha retirado el velo de Isis que ocultaba el valor esencial del trabajo no ya para la cohesión, sino para la misma supervivencia de la sociedad. Y el emprendimiento, despojado de improviso de su aura fake de innovación y aventura, ha quedado reducido a su justo término de vehículo facilitador de trabajo socialmente útil.

En cualquier caso, el avance de sindicatos y empresarios hasta la primera línea de las candilejas señala otra realidad aún: el carácter político, y por consiguiente público, de la relación de trabajo. Y la necesidad de la concertación social para abrir vías de progreso, no solo social, sino también político. Lo constata Antonio Baylos, sin privarse de añadir una advertencia importante al final. La repito: «… pese a su [del empleo] fragmentación y debilidad estructural ocasionada por un modelo de desarrollo productivo que tiene que ser modificado.»

Ahí te quiero ver, escopeta. Es necesario modificar el actual modelo de desarrollo productivo. Correspondería hacerlo, según los cánones aceptados, al Parlamento, en función de un gran debate de fondo entre los partidos políticos. Saben ustedes tan bien como yo cómo se están comportando determinados partidos para los que el “bien común” es música celestial interpretada por gaitas gallegas. Creo que fueron 37 (cito de memoria, y mi memoria para los números es fatal) los insultos propinados por Casado a Sánchez en solo 15 minutos de intervención, en la última sesión del Congreso. Vox estuvo en la línea que se espera de esta (de)formación (anti)política. El comportamiento de los rufianes, las borrases y las vehís fue el que fue, conforme a posicionamientos desnudamente electoralistas.

Es un error común reducir toda la política a la instancia electoral. Las elecciones son tan solo un momento previo a la política, y en cambio todo el proyecto partidario se supedita a ellas. Se busca el poder aritmético para decidir; ya se verá luego qué es lo que se decide.

La política real (que no es lo mismo que la realpolitik), entonces, se ha desplazado a otros escenarios, y así lo constata el importante artículo de Antonio Baylos. Seguimos en estas latitudes a la espera del ‘Príncipe moderno’ capaz de imprimir a nuestra joven democracia una acción conjunta, poderosa y decisiva, en las tres esferas de lo político, lo económico y lo social, que hasta el momento andan fragmentadas y descabaladas.

Hay dos elementos para mantener la esperanza bajo la pandemia: uno, el programa del gobierno de coalición, bendito sea por haber llegado justo a tiempo de evitar que acabáramos de deshilacharnos; y dos, el pacto trilateral (excusen las resonancias siniestras del término) referente a la protección de las situaciones laborales durante la alarma, que va a convertirse hoy mismo en decreto-ley.

Mañana será otro día.