Foto de la firma del acuerdo
entre el gobierno y los agentes sociales.
Presten atención,
por favor, a lo que señala Antonio Baylos en su blog de culto “Según Baylos”:
«La
participación directa de los interlocutores sociales en ese proceso de
interlocución con el poder público es hoy más seguro que el por el momento
improbable encuentro con los llamados partidos de oposición, representados por
el PP y Vox junto con Ciudadanos y otros grupos como Coalición Canaria. Los
agentes socio-económicos han conquistado con este Acuerdo un status sociopolítico que no
puede frustrarse o supeditarse a una supuesta prioridad del acuerdo entre
partidos.
» Si
se quiere seguir utilizando la evocación de los ‘Pactos de la Moncloa’ como referente del objetivo
pretendido de reconstrucción económica, social y política del país, que
desplazó al espacio de la negociación entre partidos las líneas maestras tanto
del esquema institucional democrático posterior como del marco legislativo en
materia económica y social, situando a sindicatos y asociaciones
empresariales en una posición subordinada – y seguidista – del proyecto global
resultante, en esta ocasión los términos tienen que alterarse sustancialmente.
Son las figuras colectivas que representan los intereses económico-sociales de
trabajadores y empresarios quienes han demostrado la capacidad de comprometerse
en la administración de la crisis y en la defensa de una recuperación económica
que intente, con la ayuda pública, el mantenimiento del empleo, pese a su
fragmentación y debilidad estructural ocasionada por un modelo de desarrollo
productivo que tiene que ser modificado.» (1)
Me excuso por citar tan por extenso, pero yo no sabría
decirlo mejor. A riesgo de seguir incurriendo en el desagrado de algunos buenos
amigos, insistiré en que el gran pacto político para la reconstrucción no solo
no avanza en la perspectiva, sino que el paso de los días lo vuelve más y más
improbable. Visiten ustedes mismos la feria del ganado, y díganme en confianza
si con estos bueyes se puede arar.
Han saltado entonces al primer plano instituciones que
los “expertos”, los “tertulianos” y los “medios” daban ya por amortizadas y
dignas de ser enviadas al desguace: el gobierno en primer lugar, en tanto que
legislador: hard-power, algo que ya
no se estila porque lo que mola es el soft-power
acordado en los despachos de las multinacionales y en los pasillos de los
lobbys. Y junto al gobierno, los sindicatos y las patronales, y los cito a
conciencia por este orden, que no es el habitual porque la relación laboral
suele ser considerada como un vínculo de carácter privado en el que el
empleador figura en una posición dominante, y el asalariado en una posición subordinada
o subalterna.
Todo lo cual es un tiquismiquis que aparece como residuo
de un paradigma en el que “emprendimiento” equivalía a progreso social, y el “trabajo”
era una fuerza abstracta y anónima, carente de valor en sí misma. De pronto, y ha
tenido que ser por culpa de un virus (?), se ha retirado el velo de Isis que
ocultaba el valor esencial del trabajo no ya para la cohesión, sino para la
misma supervivencia de la sociedad. Y el emprendimiento, despojado de improviso
de su aura fake de innovación y
aventura, ha quedado reducido a su justo término de vehículo facilitador de
trabajo socialmente útil.
En cualquier caso, el avance de sindicatos y empresarios
hasta la primera línea de las candilejas señala otra realidad aún: el carácter
político, y por consiguiente público, de la relación de trabajo. Y la necesidad
de la concertación social para abrir vías de progreso, no solo social, sino
también político. Lo constata Antonio Baylos, sin privarse de añadir una
advertencia importante al final. La repito: «… pese a su [del empleo] fragmentación
y debilidad estructural ocasionada por un modelo de desarrollo productivo que
tiene que ser modificado.»
Ahí te quiero ver, escopeta. Es necesario modificar el
actual modelo de desarrollo productivo. Correspondería hacerlo, según los cánones
aceptados, al Parlamento, en función de un gran debate de fondo entre los
partidos políticos. Saben ustedes tan bien como yo cómo se están comportando determinados
partidos para los que el “bien común” es música celestial interpretada por
gaitas gallegas. Creo que fueron 37 (cito de memoria, y mi memoria para los
números es fatal) los insultos propinados por Casado a Sánchez en solo 15
minutos de intervención, en la última sesión del Congreso. Vox estuvo en la línea que se espera
de esta (de)formación (anti)política. El comportamiento de los rufianes, las
borrases y las vehís fue el que fue, conforme a posicionamientos desnudamente
electoralistas.
Es un error común reducir toda la política a la instancia
electoral. Las elecciones son tan solo un momento previo a la política, y en
cambio todo el proyecto partidario se supedita a ellas. Se busca el poder
aritmético para decidir; ya se verá luego qué es lo que se decide.
La política real (que no es lo mismo que la realpolitik), entonces, se ha desplazado
a otros escenarios, y así lo constata el importante artículo de Antonio Baylos.
Seguimos en estas latitudes a la espera del ‘Príncipe moderno’ capaz de imprimir
a nuestra joven democracia una acción conjunta, poderosa y decisiva, en las
tres esferas de lo político, lo económico y lo social, que hasta el momento
andan fragmentadas y descabaladas.
Hay dos elementos para mantener la esperanza bajo la
pandemia: uno, el programa del gobierno de coalición, bendito sea por haber
llegado justo a tiempo de evitar que acabáramos de deshilacharnos; y dos, el
pacto trilateral (excusen las resonancias siniestras del término) referente a la protección de las situaciones
laborales durante la alarma, que va a convertirse hoy mismo en decreto-ley.
Mañana será otro día.