miércoles, 13 de mayo de 2020

LA GUARDIANA DE LAS LLAVES



Joan Fontaine y Judith Anderson en un fotograma de ‘Rebeca’, de Alfred Hitchcock, producida por David O. Selznick. La película obtuvo el óscar de la Academia del Cine en año 1940, por delante de ‘Las uvas de la ira’ de John Ford, que es la que hubiéramos elegido usted y yo. Pero en este caso particular, no puede afirmarse que el galardón fuera inmerecido.


Un “juego de confinamiento” en facebook invade hoy las páginas virtuales de este blog. Se me requirió amablemente (fue cosa de Monsieur François Guizot, de profesión heterónimo) a publicar en mi muro diez escenas de diez películas “duraderas” en mi memoria. Esta es la tercera, pero no he encontrado en google escenas adecuadas, de modo que me conformo con un fotograma. Este cambio de “señal” y de código requiere explicaciones adicionales, porque si es verdad que una imagen (la tienen arriba) vale más que mil palabras, imagínense el valor de una imagen y además mil palabras para explicarla.

Mis dos primeras escenas cinematográficas en el concurso se refirieron a dos arquetipos femeninos: Eva en el paraíso (Catherine Rouvel en Le déjeuner sur l’herbe, de Jean Renoir) y Eva tentada por la manzana, en la ocasión un brazalete de brillantes (Cyd Charisse en Cantando bajo la lluvia, de Donen y Kelly). Aquí estamos ante un arquetipo distinto, la Maléfica, la Ponzoñosa. Miren fijamente el fotograma de arriba, cierren los ojos con fuerza, y verán a Blancanieves y la Bruja secundum Disney.

Alfred Hitchcock consiguió en esta película un hito posible de igualar en la historia del cine, pero imposible de superar: Rebeca de Winter, la protagonista omnipresente de su narración fílmica, no aparece ni una sola vez en pantalla. Ni una secuencia retrospectiva, ni una fotografía (las hay, pero el espectador no llega a verlas). Nada. La presencia fantasmal de la desaparecida se apoya físicamente tan solo en una arquitectura, Manderley, y un ama de llaves, la señora Danvers (Judith Anderson), que se remiten enteramente ─fielmente─ a ella.

Quienes comparecen además ante el espectador son una segunda Lady de Winter (Joan Fontaine) aprensiva y sosa; un ex esposo, Maxim de Winter (Lawrence Olivier), desvaído y tristón, y un ex amante (George Sanders) cínico y superficial. Pero el auténtico centro de gravedad de la historia que se nos cuenta gira en torno a la muerta, a la mansión y a su guardiana.

El sortilegio es tan fuerte que solo podrá ser roto mediante la ecpirosis, el fuego purificador. Pero el fuego que arrasará Manderley, como otros fuegos ilustres (el del templo de Artemisa en Éfeso, el de la Biblioteca de Alejandría, el de Notre Dame de París), lo único que consigue a fin de cuentas es elevar la leyenda a cifra y símbolo de una dimensión superior de la percepción, en la cual algunas cosas reales están hechas de la materia con la que se fabrican los sueños.