Vista aérea de la Diputació
provincial de Barcelona.
El presidente
Sánchez ha ofrecido 16.000 millones de euros a las autonomías para emprender de
forma conjunta con el gobierno central un plan coordinado que combine una desescalada
prudente de la alarma sanitaria con una recuperación progresiva y escalonada de
la actividad económica. La respuesta del president
Torra ha sido digna de estudio para un master sobre independentismos: 1) quiere
la cuarta parte de la cantidad ofrecida, 4.000 millones, para Catalunya; es decir,
bastante más de lo que le toca en proporción, así por territorio como por
población; 2) no quiere coordinar el plan con el gobierno central sino, por el
contrario, atenerse al principio de filosofía natural, según el cual el buey
suelto bien se lame.
Desde las cuatro
esquinas de la barraqueta-govern se
viene publicitando en todos los tonos la idea de que el virus es un artefacto
ideado en Madrid para hacernos la punyeta,
y que nosotros solos estaríamos en condiciones mucho mejores para salvar vidas
genuinamente catalanas. Se proclama así un sentimiento trágico de la vida en la
Catalunya oprimida, que justifica, por ejemplo, el boicot al macroconcierto que
pretende montar Ada Colau en els terrats
de Barcelona, porque la idea misma resulta de una frivolidad insoportable para
nuestras esencias.
Nosotros solos, sí,
pero con esos 4.000 millones reclamados al Estado sin ofrecer ninguna
contrapartida en forma de plan coordinado de recuperación. “Ya que «ellos» nos
mandan el virus, que nos indemnicen también ellos”, viene a ser el relato
sobreentendido desde las portavocías oficiales y sobre todo las oficiosas.
Incluso haciendo
abstracción de todo el contexto internacional, la idea de que el virus es una
peste controlada y manipulada desde Madrid se compadece mal con la constatación
de que también los madrileños se están muriendo, una cuestión crucial que han
señalado con regocijo nada disimulado personas como Ponsatí o Canadell, que en
la circunstancia han dado por descontado (con cierto astigmatismo) que eso les
pasa a «ellos», pero no a nosotros, que somos gente diferente.
¿Por qué entonces se
exigen 4.000 millones redondos, sin ninguna solidaridad hacia las necesidades
de otras regiones también afectadas? Porque se sabe que ni en el mejor de los
casos va a llegar tanto dinero; y de ese modo se podrá administrar el contante
que sea, y alimentar al mismo tiempo con nuevos renglones el muy antiguo memorial de greuges.
“¡Qué miseria nos
mandan!”, se comentará entre remilgos; pero habrá en cualquier caso lo suficiente
para pagar los sueldos recientemente aumentados de esa burocracia funcionarial
que tanto se desvela por nosotros, siempre asentada en la recia autoridad del
mando supremo de Waterloo, que predica a la vez un confinamiento más riguroso y
menos riguroso, más prolongado y menos prolongado, menos provincial y más
conforme con nuestra particular idiosincrasia, que nunca ha tenido nada que ver
con la provincia, como todo el mundo sabe porque para eso ha hecho estudios
pertinentes el Institut Nova Història.
Se trata, en apretada
síntesis, de que nuestra Administración semiautonómica y cuartoindependiente no
utilice los dineros, pocos o muchos, que llegarán del Estado, en una cogobernanza
funesta, sino en una cagobernanza que tiene la ventaja de combinar nuestro seny tradicional con la nueva rauxa rampante.