viernes, 1 de mayo de 2020

LOS ONCE DÍAS LOCOS DE LA DAMA DEL CRIMEN


El País da cuenta de la aparición de una nueva biografía de Agatha Clarissa Miller, más conocida en el mundillo como Agatha Christie. Quizás a alguno de ustedes no les suene el nombre, pero es poco probable que tal cosa ocurra: doña Agatha es la autora más leída de toda la historia: se han vendido unos dos mil millones de ejemplares de obras nacidas de su intelecto, en un total de 103 idiomas. Solo pueden exhibir números mejores William Shakespeare y la Biblia, pero en los dos casos hay trampa: la Biblia está en todas las casas pero muy poca gente la lee en realidad, y es preferible que sea así. Los obispos siempre lo han considerado un libro no recomendable, salvo para personas con una gran formación y un equilibrio mental a toda prueba. Con eso está dicho todo.

Y en cuanto a Shakespeare, la gente conoce algunas frases de Hamlet y poca cosa más. Aparece de forma infalible en las librerías de la gente culta, al lado de la enciclopedia Espasa y de un libro ilustrado de gran formato sobre Picasso; pero si van ustedes a escarbar, se darán cuenta de que nadie mueve jamás de su sitio ninguno de los tres pilares de nuestra cultura. 

La nueva biógrafa de la autora a la que realmente todos rendimos culto lector es Laura Thomson, y ha titulado su intento “Agatha Christie. Una vida misteriosa”. Según el crítico del New York Times, el libro “crea misterios donde no los hay”. La vida de Christie, en efecto, fue lisa e impoluta como una patena salvo por once días locos, en 1926. Hay muchas formas de explicar esos once días, y lo cierto es que todas ellas han sido ensayadas sucesivamente.

Agatha Clarissa desapareció dejando su coche estrellado, y con el abrigo, el bolso, el dinero y los documentos en el interior. La policía la buscó sin éxito con todos los medios disponibles: se dragaron ríos y estanques, se rebuscó en hospitales y morgues, se distribuyó su foto por millares y se ofrecieron recompensas a quien diera noticias ciertas de su paradero. En vano.

Reapareció once días después en un balneario de Harrogate en el que se había inscrito con el nombre de la amante de su marido el señor Christie. Dijo y sostuvo en las ruedas de prensa que había tenido un ataque de amnesia y no se acordaba de nada, ni siquiera de quién era ella misma. Pero sí se había acordado en el trance del nombre de la mujer con la que su marido se distraía de sus obligaciones sacramentales.

Hércules Poirot habría desentrañado con facilidad el misterio, pero optó por no hablar en el momento en el que fue requerido, y después calló para siempre.

Doña Agatha se divorció en 1928 del marido infiel, se casó de nuevo con el arqueólogo Max Mallowan en 1930, y siguió imperturbable contándonos esas historias truculentas basadas siempre en el mismo mecanismo: un entorno idílico en la campiña, la maldad inexplicable para todos los presentes de una mano que vierte veneno en una copa o apuñala en la sombra, y el arte de birlibirloque por el que un investigador malicioso (llámese Poirot, que es extranjero, o Marple, que es una chismosa mal pensada) explica a la concurrencia quién era la serpiente oculta en el paraíso terrenal, en una especie de exorcismo por el que la inocencia prístina queda restaurada.

Seguramente el éxito de Agatha Christie obedece a razones de orden psicoanalítico relacionadas con una sociedad que se rige por una doble moral abiertamente represiva. Escribió 66 novelas policíacas más 14 libros de relatos. Tantas infracciones del orden moral seguidas por la correspondiente reparación tienen algo de compulsivo para el lector adicto, que ve reflejado en las historias su propio universo escindido. El éxito de doña Agatha es en buena medida el de la fórmula “piensa mal y acertarás”, puesta en práctica precisamente en el país que ostenta como divisa el lema “Honi soit qui mal y pense”, avergüéncese quien piense mal.

Podemos practicar ese mismo doble juego en relación con los once días famosos en los que la escritora representó a una de sus heroínas.