Inés Arrimadas
Se ha dado de forma
repentina en el tablero político del país un reflujo hacia la sensatez.
Ciudadanos y PNV han anunciado su voto favorable a la prórroga del estado de alarma
propuesta por el gobierno; no estaban en esas ayer mismo, y al minifundio de
Arrimadas le ha costado el viraje dos defecciones, en una nómina ya muy
disminuida: las de Juan Carlos Girauta y Carina Mejías, incapaces de soportar
el alineamiento con Sánchez. Mejor con nadie antes que con Sánchez, deben de
haberse dicho. Poco comentario demanda su toma de posición: no debe estar en la
política quien no es capaz de comportarse con sensatez, siquiera sea de cuando
en cuando.
Mientras la tropa
de Abascal sigue erre que erre, inasequible al desaliento e impasible el
ademán, la nueva correlación de fuerzas está haciendo meditar al Loco de la
Colina, Pablo Casado, que podría variar su voto negativo hacia la abstención.
Es decir, contra Sánchez igual, pero con una miaja menos de insensatez. Al
parecer le llegan sotto voce advertencias
de sus barones: “ojo que por ahí no te seguimos, Pablo”. No es que Pablo no sea muy
capaz de saltárselas a la torera si le sostenemos el cubata; es que el gesto
chulapón del “ahí me las den todas”, que tanto le apetece, no tendría
consecuencias tangibles en lo que de verdad le importa, que es moverle la silla
a Sánchez. El asiento de Sánchez ha ganado día a día en solidez, a pesar de las turbulencias mediáticas heterogeneradas.
No parece que Junts
per Vox vaya a variar ni un átomo su postura intransigente. Continuará
intentando la pinza más estúpida de la historia del parlamentarismo español: la
vía frenopática a la independencia, después de la unilateral. Lo de esta gente
es de libro. El libro se titularía: «Cómo aspirar a la independencia y hacer
todo lo posible para morir en el intento».
Caso un poco
distinto es el de ERC, la “gran esperanza blanca indepe” desde tiempo
inmemorial. El suyo es un caso de nadar en medio de los tiburones pero
guardando pulcramente la ropa en un lugar seco donde no se manche ni se
arrugue. La pregunta del millón es de qué va a servirle la ropa si los tiburones, en
cualquier momento, dan rienda suelta a su instinto natural.