sábado, 30 de mayo de 2020

OTRA VUELTA DE TUERCA A BALZAC



Delphine preparándose para el baile, ilustración del ‘Père Goriot’ de Honoré de Balzac (WordPress.com)


Delphine de Nucingen, née Goriot, está finalizando su toilette para acudir del brazo de su nuevo amante al baile de la vicomtesse de Beauséant. Es un gran día para ella, la ocasión para una parvenue de la burguesía de las finanzas de la Chaussée d’Antin de acceder al gratin aristocrático del faubourg Saint-Germain. Cuando su acompañante, el joven Eugène de Rastignac, aparece por fin, es para anunciarle que Goriot, el padre de Delphine, se está muriendo. Rastignac imagina que aquella será una razón suficiente para que ella corra a su lado y se pierda el baile, pero esta es la respuesta que recibe:

«¡Mi padre, mi padre! No serás tú quien me enseñe lo que debo a mi padre. Lo conozco desde hace mucho tiempo. Ni una palabra, Eugène, no pienso escucharte hasta que te hayas vestido para salir. Hablaremos de mi padre de camino al hotel de Mme de Beauséant. Tenemos que ir temprano, porque si nos quedamos bloqueados por la fila de coches, no podremos entrar hasta pasadas las once.»

«¡Señora!», se sorprende él, mientras Delphine corre a su boudoir a por un collar. Thérèse, la criada, le advierte: «Dese prisa, Monsieur Eugène, o la señora se va a enfadar.»

*   *   *

Casi un siglo después, los duques de Guermantes se disponen a asistir a la cena de Mme Saint-Euverte. Mientras el coche les espera a la puerta, la duquesa pregunta insistentemente a Charles Swann por qué razón le va a ser imposible acompañarles a Italia, en un viaje proyectado para dentro de diez meses. Él se resiste a contestar. El duque les mete prisa: se están entreteniendo mucho, Mme Saint-Euverte quiere a todo el mundo a las ocho en punto a la mesa. Swann acaba por explicar que dentro de diez meses él estará muerto, ha ido a visitarse esta mañana, su enfermedad es muy seria y los médicos le dan como máximo tres meses de vida.

La duquesa opta por no creerle. «¡Es una broma, por supuesto!» «Sería una broma de muy mal gusto», replica él. Y el duque riñe a su mujer: «¡Oriane, deja de charlar y sube al coche de una vez!»

Oriane, confusa, le obedece. Y aquí, aparece la vuelta de tuerca de Proust respecto de Balzac. Al subir al estribo, deja entrever un zapato negro. «¿Qué es eso? ¡Zapatos negros con un vestido rojo! ¡Sube de inmediato a cambiarte, Oriane!», grita el duque. Pero es tarde, Mme Saint-Euverte exige puntualidad, qué más da a fin de cuentas, argumenta ella. Pero el duque es inflexible: que la Saint-Euverte espere, después de todo los Sassenage nunca llegan antes de las nueve menos veinte.

La duquesa sube a cambiarse, vuelve, el coche se pone en marcha y el duque se despide a voces de Swann, que espera en la acera: «¡No se deje embaucar por las tonterías de los médicos, qué diablos! Son unos burros. Está usted más sano que el Pont-Neuf. ¡Nos enterrará a todos!»

*   *   *

Proust tenía en gran estima a Balzac. Los dos hicieron en su obra algo parecido, pero a partir de un método inverso. Después de escribir un montón de novelas que describen las distintas clases sociales de la Francia de la Restauración, Balzac comprendió un día que había una unidad de fondo en el conjunto de sus historias, y las bautizó como “La comedia humana”, dándoles así un toque a lo Dante Alighieri, que había escrito una comedia “divina”.

En sucesivas ediciones fue modificando pasajes de sus obras ya publicadas y espesando la red de sus personajes: si había un usurero, pasaba a ser Gobseck; si un médico, Bianchon. Etc.

Proust partió del extremo opuesto. Concibió un ciclo indeterminado de novelas a partir de un inicio, la rememoración de su niñez en Combray, y de un final, que tiene lugar también en una fiesta mundana en la que todas las viejas relaciones sociales están trastocadas. Entre ese principio y ese final escritos desde el primer día e inamovibles, toda invención era posible, toda ocurrencia nueva podía encontrar su lugar adecuado. Se trataba de un ciclo abierto, de una work in progress, como afirmó en un pasaje de La prisonnière en el que, a propósito de la Tetralogía de Wagner, el narrador nos explica por elevación algo de la obra misma en la que está inmerso.

Una concepción característicamente moderna, por tanto, en relación con el método de Balzac, su maestro y predecesor en tantas cosas.

Otra vuelta de tuerca.