Delphine preparándose para el
baile, ilustración del ‘Père Goriot’ de Honoré de Balzac (WordPress.com)
Delphine de
Nucingen, née Goriot, está finalizando
su toilette para acudir del brazo de
su nuevo amante al baile de la vicomtesse
de Beauséant. Es un gran día para ella, la ocasión para una parvenue de la burguesía de las finanzas de la Chaussée d’Antin de
acceder al gratin aristocrático del faubourg
Saint-Germain. Cuando su acompañante, el joven Eugène de Rastignac, aparece por
fin, es para anunciarle que Goriot, el padre de Delphine, se está muriendo.
Rastignac imagina que aquella será una razón suficiente para que ella corra a su
lado y se pierda el baile, pero esta es la respuesta que recibe:
«¡Mi padre, mi
padre! No serás tú quien me enseñe lo que debo a mi padre. Lo conozco desde
hace mucho tiempo. Ni una palabra, Eugène, no pienso escucharte hasta que te
hayas vestido para salir. Hablaremos de mi padre de camino al hotel de Mme de Beauséant. Tenemos que
ir temprano, porque si nos quedamos bloqueados por la fila de coches, no podremos
entrar hasta pasadas las once.»
«¡Señora!», se
sorprende él, mientras Delphine corre a su boudoir
a por un collar. Thérèse, la criada, le advierte: «Dese prisa, Monsieur Eugène, o la señora se va a
enfadar.»
* * *
Casi un siglo después,
los duques de Guermantes se disponen a asistir a la cena de Mme Saint-Euverte.
Mientras el coche les espera a la puerta, la duquesa pregunta insistentemente a
Charles Swann por qué razón le va a ser imposible acompañarles a Italia, en un
viaje proyectado para dentro de diez meses. Él se resiste a contestar. El duque
les mete prisa: se están entreteniendo mucho, Mme Saint-Euverte quiere a todo
el mundo a las ocho en punto a la mesa. Swann acaba por explicar que dentro de
diez meses él estará muerto, ha ido a visitarse esta mañana, su enfermedad es
muy seria y los médicos le dan como máximo tres meses de vida.
La duquesa opta por
no creerle. «¡Es una broma, por supuesto!» «Sería una broma de muy mal gusto»,
replica él. Y el duque riñe a su mujer: «¡Oriane, deja de charlar y sube al
coche de una vez!»
Oriane, confusa, le
obedece. Y aquí, aparece la vuelta de tuerca de Proust respecto de Balzac. Al
subir al estribo, deja entrever un zapato negro. «¿Qué es eso? ¡Zapatos negros
con un vestido rojo! ¡Sube de inmediato a cambiarte, Oriane!», grita el duque.
Pero es tarde, Mme Saint-Euverte exige puntualidad, qué más da a fin de cuentas,
argumenta ella. Pero el duque es inflexible: que la Saint-Euverte espere, después
de todo los Sassenage nunca llegan antes de las nueve menos veinte.
La duquesa sube a
cambiarse, vuelve, el coche se pone en marcha y el duque se despide a voces de
Swann, que espera en la acera: «¡No se deje embaucar por las tonterías de los
médicos, qué diablos! Son unos burros. Está usted más sano que el Pont-Neuf.
¡Nos enterrará a todos!»
* * *
Proust tenía en
gran estima a Balzac. Los dos hicieron en su obra algo parecido, pero a partir
de un método inverso. Después de escribir un montón de novelas que describen
las distintas clases sociales de la Francia de la Restauración, Balzac
comprendió un día que había una unidad de fondo en el conjunto de sus
historias, y las bautizó como “La comedia humana”, dándoles así un
toque a lo Dante Alighieri, que había escrito una comedia “divina”.
En sucesivas ediciones fue modificando pasajes de sus obras ya publicadas y espesando la red de sus personajes: si había un usurero, pasaba a ser Gobseck; si un médico, Bianchon. Etc.
En sucesivas ediciones fue modificando pasajes de sus obras ya publicadas y espesando la red de sus personajes: si había un usurero, pasaba a ser Gobseck; si un médico, Bianchon. Etc.
Proust partió del
extremo opuesto. Concibió un ciclo indeterminado de novelas a partir de un
inicio, la rememoración de su niñez en Combray, y de un final, que tiene lugar
también en una fiesta mundana en la que todas las viejas relaciones sociales están
trastocadas. Entre ese principio y ese final escritos desde el primer día e inamovibles,
toda invención era posible, toda ocurrencia nueva podía encontrar su lugar
adecuado. Se trataba de un ciclo abierto, de una work in progress, como
afirmó en un pasaje de La prisonnière en
el que, a propósito de la Tetralogía de Wagner, el narrador nos explica por
elevación algo de la obra misma en la que está inmerso.
Una concepción
característicamente moderna, por tanto, en relación con el método de Balzac, su
maestro y predecesor en tantas cosas.
Otra vuelta de
tuerca.