miércoles, 27 de mayo de 2020

EL TERRITORIO EN LA ORGANIZACIÓN DEL SINDICATO. IDEAS PARA DESPUÉS DEL COVID



Acto de presentación de ‘Perspectiva violeta, la fuerza de las invisibles'. Foto, FSC-CCOO.


Los pasados días 12 y 13 de mayo iban a celebrarse en Valencia las III Jornadas de ‘Perspectiva’, revista teórica de la FSC de CCOO. El Covid obligó a aplazar la cita a una fecha pos-confinamiento, aún por concretar. Para esas Jornadas había preparado yo, ayudado por un pequeño grupo de amigas/os, una comunicación sobre las razones que abonan un mayor despliegue sindical en el territorio. Recojo en este post una parte de dicha comunicación; los habituales de este sitio reconocerán muchas de las ideas que se han venido desgranando en posts recientes. El documento completo que se presentaba a las Jornadas es accesible en el siguiente link:




Julián Sánchez-Vizcaíno expuso así, hace ya algunos años (Nueva Tribuna, 10.5.2012), el núcleo “duro” de esta cuestión pendiente para el sindicato:  

«En este periodo histórico la defensa de los intereses sociolaborales del conjunto de las clases subalternas hace necesario movilizar y poner en valor los recursos del Sindicato para intentar ofrecer soluciones a los trabajadores y trabajadoras no solo en el centro de trabajo, o en el ámbito institucional de la concertación social, sino también de forma prioritaria para abordar las consecuencias derivadas de la precariedad y la deslaboralización, desplegando acciones solidarias de proximidad, poniendo en marcha experiencias de apoyo sociolaboral y a la auto-organización, la formación y el cooperativismo en los núcleos urbanos en los que se concentra la población más vulnerable al paro o la inseguridad, y que encuentra su identidad y sus tiempos de vida en el lugar de residencia, más que en el lugar de trabajo, tan precario como su relación laboral.»

Hay más. Si desgranamos uno a uno los problemas diferentes, sin ánimo de ser exhaustivos, esto es lo que nos encontramos:

a. Las deslocalizaciones y externalizaciones de todo tipo que ocultan las cadenas de valor, y las nuevas formas de organizarse las empresas (singularmente, las llamadas “plataformas”).

b. El desempleo: trabajadores/as sin trabajo. En algunos casos, de larga duración.

c. Los cuidados: trabajadores/as con un trabajo no remunerado.

d. El mundo flotante de los falsos autónomos, de los falsos emprendedores y de los falsos socios de cooperativas. En una palabra, los trabajadores que se explotan a sí mismos hasta agotarse en la ambición de un ascenso social que nunca llega porque no hay currículos ni méritos que consten en ninguna parte, y cada día es necesario volver a empezar desde cero.

e. Las nuevas formas de la prestación laboral “a demanda”, que conducen a un estar a disposición del empleador en horarios exhaustivos 7x24, todas las horas de todos los días de la semana.

f. La necesidad de conciliar trabajo y vida, producción y reproducción. Con incidencia muy especial para las mujeres, implicadas en primera línea en esa contradicción.

g. El problema de la representación y la tutela jurídica de quienes no están representados ni tutelados, o lo están de forma manifiestamente insuficiente.

h. Los socorros mutuos, bella tradición del movimiento obrero desde sus inicios en la época de la primera revolución industrial. En una comunicación reciente, Gabriel Abascal ha difundido una experiencia ejemplar al respecto.

i. Las nuevas formas de cualificación y recualificación que puedan evitar la exclusión social o la dualización ante los desafíos de la digitalización, la automatización y las nuevas tecnologías en la producción o los servicios (1).

j. Y una última razón, no menor, para la acción sindical en el territorio:

En su último libro publicado en vida, Inequality, What Can Be Done? (2014), el economista Anthony B. Atkinson enumeró una serie de “propuestas más radicales” (more radical proposals) para combatir la desigualdad creciente.

Después de señalar a modo de provocación que «se habla de la tecnología como si viniese de otro planeta y acabara apenas de aterrizar en la Tierra», incluyó entre dichas propuestas la siguiente: «La dirección del cambio tecnológico debería ser una preocupación explícita de los políticos, y estos deberían estimular la innovación tendente a aumentar la empleabilidad de los trabajadores y enfatizar la dimensión humana en la oferta de servicios.» 

En su argumentación de la medida, Atkinson mencionó la insuficiencia, cuando no la falacia, de medidas tales como la bajada de impuestos, la promoción de la libre competencia, la flexibilización del trabajo o las privatizaciones.

Señaló asimismo que dejar la innovación en manos de intereses oligopólicos tan poderosos como los que representan Google, Amazon o Uber, es dejar libre el campo para una tecnología concebida como el instrumento de dominación más sofisticado e irresistible que haya conocido el género humano. La tecnología no es neutral en sí misma: debe ser dirigida políticamente, desde los poderes públicos, los cuerpos intermedios y la acción colectiva de la ciudadanía.

Entre esos “cuerpos intermedios” mencionados por el prestigioso economista, sin duda ha de estar presente el sindicato. Desde su autonomía, el sindicato puede y debe implicarse en participar en una “dirección” consciente de la innovación, hacia objetivos de mayor ocupación y bienestar social, y no como promoción de la ganancia privada.

En relación con el territorio, eso representa rescatar una idea renovada de “comunidad”, de lo “común” a personas diferentes que viven en un mismo entorno geográfico. Pero no el tipo de comunidad cerrada, alimentada por el rencor, que desconfía de todo lo que es distinto y de lo que supone una novedad; sino una comunidad inclusiva de la diversidad y favorecedora de la igualdad y de la representación adecuada de esa diversidad.

Desde ese tipo de comunidad concebida como proyecto común, es posible abordar una transformación de largo alcance y sostenible del modelo de desarrollo, del cuidado escrupuloso del medio ambiente, del arrumbamiento de los estereotipos de género y de nuevos modelos de formación profesional, de aprendizaje a lo largo de la vida, que promuevan una ciudadanía activa sin exclusiones.

Hoy estamos situados frente a grandes desafíos: la llamada “revolución verde” representa un objetivo global para el planeta, pero también oportunidades de recuperación económica de la llamada “España vacía”, mediante la instalación estratégica de nuevas plantas tecnológicamente avanzadas productoras de energías limpias: solar, eólica, hídrica, geotérmica. Esa nueva industria energética tendrá capacidad para revitalizar regiones atrasadas y atraer a ellas población joven y nuevo empleo.

La puesta en valor del inmenso patrimonio cultural de nuestro país, y su inserción en una oferta turística más valiosa y consistente que el consabido “sol y playa”, es otra ventana de oportunidad que no se debe desaprovechar. Nuevas iniciativas sostenibles protagonizadas por nuevos actores económicos pueden generar nuevo empleo y una puesta en valor de poblaciones y comarcas afectadas por una larga decadencia. Eso significa planificar estratégicamente las políticas activas de empleo y en particular una formación profesional equitativa y de calidad.

Otras oportunidades nacerán de un estudio atento de las posibilidades particulares de cada lugar, de cada entorno, para convertir una economía rutinaria y caciquil basada en la mera extracción de rentas, en otra innovadora y centrada en la mejora del horizonte vital de personas, comunidades y territorios.

En Italia, esa iniciativa amplia ha dado lugar a un plan sindical ambicioso, el llamado Piano del Lavoro. Algo parecido podría y debería hacerse también en nuestro país.


 (1) Méda, Dominique: Los efectos de la automatización en el trabajo y en el empleo; Acosta, Estella: Digitalización y cualificaciones: el empleo y la clasificación profesional, en Pasos a la izquierda no 10; Una digitalización justa y equitativa, en la misma revista no 9, y en el blog de ISEGORÍA.