Acto
de presentación de ‘Perspectiva violeta, la fuerza de las invisibles'. Foto,
FSC-CCOO.
Los pasados días 12 y 13 de mayo iban a celebrarse en Valencia las
III Jornadas de ‘Perspectiva’, revista teórica de la FSC de CCOO. El Covid obligó
a aplazar la cita a una fecha pos-confinamiento, aún por concretar. Para esas Jornadas
había preparado yo, ayudado por un pequeño grupo de amigas/os, una comunicación
sobre las razones que abonan un mayor despliegue sindical en el territorio. Recojo
en este post una parte de dicha comunicación; los habituales de este sitio
reconocerán muchas de las ideas que se han venido desgranando en posts
recientes. El documento completo que se presentaba a las Jornadas es accesible en
el siguiente link:
Julián Sánchez-Vizcaíno
expuso así, hace ya algunos años (Nueva
Tribuna, 10.5.2012), el núcleo “duro” de esta cuestión pendiente para el
sindicato:
«En
este periodo histórico la defensa de los intereses sociolaborales del conjunto
de las clases subalternas hace necesario movilizar y poner en valor los
recursos del Sindicato para intentar ofrecer soluciones a los trabajadores y
trabajadoras no solo en el centro de trabajo, o en el ámbito institucional de
la concertación social, sino también de forma prioritaria para abordar las
consecuencias derivadas de la precariedad y la deslaboralización, desplegando
acciones solidarias de proximidad, poniendo en marcha experiencias de apoyo sociolaboral
y a la auto-organización, la formación y el cooperativismo en los núcleos
urbanos en los que se concentra la población más vulnerable al paro o la
inseguridad, y que encuentra su identidad y sus tiempos de vida en el lugar de
residencia, más que en el lugar de trabajo, tan precario como su relación
laboral.»
Hay más. Si desgranamos uno a uno los problemas
diferentes, sin ánimo de ser exhaustivos, esto es lo que nos encontramos:
a. Las
deslocalizaciones y externalizaciones de todo tipo que ocultan las cadenas de
valor, y las nuevas formas de organizarse las empresas (singularmente, las
llamadas “plataformas”).
b. El
desempleo: trabajadores/as sin trabajo. En algunos casos, de larga duración.
c. Los
cuidados: trabajadores/as con un trabajo no remunerado.
d. El
mundo flotante de los falsos autónomos, de los falsos emprendedores y de los
falsos socios de cooperativas. En una palabra, los trabajadores que se explotan
a sí mismos hasta agotarse en la ambición de un ascenso social que nunca llega
porque no hay currículos ni méritos que consten en ninguna parte, y cada día es
necesario volver a empezar desde cero.
e. Las
nuevas formas de la prestación laboral “a demanda”, que conducen a un estar a
disposición del empleador en horarios exhaustivos 7x24, todas las horas de
todos los días de la semana.
f. La
necesidad de conciliar trabajo y vida, producción y reproducción. Con
incidencia muy especial para las mujeres, implicadas en primera línea en esa
contradicción.
g. El
problema de la representación y la tutela jurídica de quienes no están
representados ni tutelados, o lo están de forma manifiestamente insuficiente.
h. Los
socorros mutuos, bella tradición del movimiento obrero desde sus inicios en la
época de la primera revolución industrial. En una comunicación reciente, Gabriel
Abascal ha difundido una experiencia ejemplar al respecto.
i. Las
nuevas formas de cualificación y recualificación que puedan evitar la exclusión
social o la dualización ante los desafíos de la digitalización, la automatización
y las nuevas tecnologías en la producción o los servicios (1).
j. Y
una última razón, no menor, para la acción sindical en el territorio:
En su último libro publicado en vida, Inequality, What Can Be
Done? (2014), el economista Anthony B. Atkinson enumeró una serie de
“propuestas más radicales” (more radical proposals) para combatir
la desigualdad creciente.
Después de señalar a modo de provocación que «se habla de la
tecnología como si viniese de otro planeta y acabara apenas de aterrizar en la
Tierra», incluyó entre dichas propuestas la siguiente: «La
dirección del cambio tecnológico debería ser una preocupación explícita de los
políticos, y estos deberían estimular la innovación tendente a aumentar la empleabilidad
de los trabajadores y enfatizar la dimensión humana en la oferta de servicios.»
En su argumentación de la medida, Atkinson mencionó la insuficiencia,
cuando no la falacia, de medidas tales como la bajada de impuestos, la
promoción de la libre competencia, la flexibilización del trabajo o
las privatizaciones.
Señaló asimismo que dejar la innovación en manos de intereses
oligopólicos tan poderosos como los que representan Google, Amazon o Uber, es
dejar libre el campo para una tecnología concebida como el instrumento de
dominación más sofisticado e irresistible que haya conocido el género humano.
La tecnología no es neutral en sí misma: debe ser dirigida políticamente, desde
los poderes públicos, los cuerpos intermedios y la acción colectiva de la
ciudadanía.
Entre esos “cuerpos intermedios” mencionados por el prestigioso
economista, sin duda ha de estar presente el sindicato. Desde su autonomía, el
sindicato puede y debe implicarse en participar en una “dirección” consciente
de la innovación, hacia objetivos de mayor ocupación y bienestar social, y no
como promoción de la ganancia privada.
En relación con el territorio, eso representa rescatar una
idea renovada de “comunidad”, de lo “común” a personas diferentes que viven en
un mismo entorno geográfico. Pero no el tipo de comunidad cerrada, alimentada
por el rencor, que desconfía de todo lo que es distinto y de lo que supone una
novedad; sino una comunidad inclusiva de la diversidad y favorecedora de la
igualdad y de la representación adecuada de esa diversidad.
Desde ese tipo de comunidad concebida como proyecto común,
es posible abordar una transformación de largo alcance y sostenible del modelo
de desarrollo, del cuidado escrupuloso del medio ambiente, del arrumbamiento de
los estereotipos de género y de nuevos modelos de formación profesional, de
aprendizaje a lo largo de la vida, que promuevan una ciudadanía activa sin
exclusiones.
Hoy estamos situados
frente a grandes desafíos: la llamada “revolución verde” representa un objetivo
global para el planeta, pero también oportunidades de recuperación económica de
la llamada “España vacía”, mediante la instalación estratégica de nuevas
plantas tecnológicamente avanzadas productoras de energías limpias: solar,
eólica, hídrica, geotérmica. Esa nueva industria energética tendrá capacidad
para revitalizar regiones atrasadas y atraer a ellas población joven y nuevo
empleo.
La puesta en valor
del inmenso patrimonio cultural de nuestro país, y su inserción en una oferta
turística más valiosa y consistente que el consabido “sol y playa”, es otra
ventana de oportunidad que no se debe desaprovechar. Nuevas iniciativas
sostenibles protagonizadas por nuevos actores económicos pueden generar nuevo
empleo y una puesta en valor de poblaciones y comarcas afectadas por una larga
decadencia. Eso significa planificar estratégicamente las políticas activas de
empleo y en particular una formación profesional equitativa y de calidad.
Otras oportunidades
nacerán de un estudio atento de las posibilidades particulares de cada lugar,
de cada entorno, para convertir una economía rutinaria y caciquil basada en la
mera extracción de rentas, en otra innovadora y centrada en la mejora del
horizonte vital de personas, comunidades y territorios.
En Italia, esa
iniciativa amplia ha dado lugar a un plan sindical ambicioso, el llamado Piano del Lavoro. Algo parecido podría y
debería hacerse también en nuestro país.
(1) Méda, Dominique: Los efectos de la automatización en el trabajo y en el empleo; Acosta,
Estella: Digitalización y
cualificaciones: el empleo y la clasificación profesional, en Pasos a la
izquierda no 10; Una
digitalización justa y equitativa, en la misma revista no 9, y
en el blog de ISEGORÍA.