‘Fontaine’, ready-made de
Marcel Duchamp.
Leo en elpais el
siguiente titular: «El indescifrable origen de la primera obra de arte». Se
refiere a unas pinturas rupestres antiquísimas descubiertas ahora en una cueva
del Timor Oriental. Da lo mismo. Hasta bien entrado el siglo XIX el arte no era
arte, era una representación motivada por diferentes objetivos, todos ellos
utilitarios: podía tratarse de propiciar la caza, de conmemorar una conquista,
de ensalzar la gloria de una divinidad, o de abrir una ventana a un paisaje
soñado en una sala de recibir visitas más bien oscura. No existía el arte como
concepto, solo artefactos.
Los orígenes de
esos artefactos eran diversos, si bien todos ellos descifrables. Cada artefacto
era un sinsentido si se lo separaba de su contexto, y su contexto era un mundo
muy real, muy opaco, muy conflictivo. Cuando la representación que luego se
llamaría artística se despegó (muy a regañadientes) de la magia, la religión y
los fastos de la monarquía, se impuso a sí misma un nuevo objetivo de orden
pedagógico: proceder al ordenamiento y la explicación adecuada de un mundo real
problemático. La poesía y sobre todo la música, que tenían una configuración
más abstracta, podían por esa razón llevar más a confusión. Sin embargo, también
ellas estaban obligadas ética y estéticamente a evocar emociones concretas,
movimientos del ánimo dirigidos a reforzar elementos de estructura subyacentes
tales como el orden, la armonía, la simetría, la transparencia, la
inteligibilidad.
El arte por el arte
apareció como filosofía cuando el mercado separó artificialmente el valor material
de la obra (el trabajo, el tiempo, la invención) de su encaje absoluto,
metafísico, en un universo separado del mundo. El artista se erigía de esa
forma en sacerdote de un nuevo culto reservado a una cofradía de iniciados. La “primera
obra de arte” consciente de sí misma pudo ser uno de aquellos ready-made que Marcel Duchamp presentaba a la Exposición de los Rechazados de la Academia.
Es decir,
poca cosa más que redundancia, solipsismo, ensimismamiento. En un arte de masas
serio como es el fútbol, el jogo bonito deviene
en una pasión inútil si no es capaz de sumar los puntos de campeonato de tres
en tres.