domingo, 10 de mayo de 2020

SALVAJE Y DULCE ERAS



Marina Piccola y los Faraglioni de Capri, de noche. Foto Premium


Si me preguntaran cuál es el libro de poemas de Pablo Neruda que prefiero, respondería sin dudarlo que es Los versos del capitán, un libro que nació anónimo y que solo años más tarde reclamaría Neruda como suyo.

Si me preguntaran cuál es el poema que prefiero de ese libro, respondería sin dudarlo que es “La noche en la isla”.

Si me preguntaran cuál es mi poema de amor favorito de toda la literatura (y ya sé que nadie me lo va a preguntar, y me faltan por leer tantísimos poemas de amor en tantísimas lenguas que desconozco, de modo que mi opinión no tiene ningún valor), posiblemente eligiera “La noche en la isla”, tanto me gusta, tantas veces lo he leído.

Propongo que nos acerquemos al poema mediante un largo travelling, como lo llaman en el cine. Respecto de este poema concreto, estamos en situación privilegiada para poder hacerlo.

Matilde Urrutia llegó a la vida de Neruda como enfermera, en México, en 1949. En algún momento los dos empezaron una relación que desestabilizó el matrimonio del poeta con Delia del Carril. A comienzos de 1952, Delia puso fin a veinte años de convivencia y embarcó en Göteborg para Chile. Pablo y Matilde viajaron juntos a varios países, en los que él daba conferencias políticas y lecturas poéticas.

Estando los dos en Nápoles, llegó una orden de expulsión del país solicitada por la Embajada de Chile. Dos carabineros debían acompañarles hasta la frontera, y cuando el tren en el que viajaban se detuvo en Roma, donde los viajeros debían cambiar de línea, en el andén les esperaba una multitud de «escritores y escritoras, periodistas, diputados, tal vez cerca de mil personas» (cito de las memorias de Neruda, Confieso que he vivido). Neruda cita la presencia allí de Alberto Moravia y Elsa Morante, del pintor Renato Guttuso, de Carlo Levi que le tendía un ramo de rosas… Cuenta que la «muy dulce» Elsa Morante golpeaba con su sombrilla de seda la cabeza de un policía. Los carabineros, desconcertados, rogaron al propio Neruda que les ayudara a calmar a aquella muchedumbre furiosa.

El escándalo obligó al gobierno de De Gasperi (“¡queremos al chileno, no al austriaco!”, gritaban los manifestantes) a revocar la orden de expulsión. Erwin Cerio, historiador y mecenas, ofreció entonces a la pareja la posibilidad de residir en su villa de Capri por tiempo indefinido.

Así describe Neruda en sus memorias la llegada a Capri: «Llegamos de noche y en invierno a la isla maravillosa. En la sombra se alzaba la costa, blanquecina y altísima, desconocida y callada … Un cochecito de caballos nos esperaba. Subió y subió el cochecito por las desiertas calles nocturnas. Casas blancas y muchos callejones estrechos y verticales. Por fin se detuvo. El cochero depositó nuestras valijas en aquella casa, también blanca y al parecer vacía.

» Al entrar vimos arder el fuego de la gran chimenea. A la luz de los candelabros encendidos había un hombre alto, de pelo, barba y traje blancos. Era don Erwin Cerio … En la penumbra se alzaba como la imagen del taita Dios de los cuentos infantiles.»

Cerio les da la bienvenida y se despide discretamente. La mesa está puesta, la cena servida. Lo que sigue es poema.

Aproximémonos a él desde otro ángulo. Esto es lo que cuenta Neruda en “Epitalamio”, otra pieza de Los versos del capitán:

Recuerdas cuando
en invierno llegamos a la isla?
El mar hacia nosotros levantaba
una copa de frío.
En las paredes las enredaderas
susurraban dejando
caer hojas oscuras
a nuestro paso.
Tú eras también una pequeña hoja
que temblaba en mi pecho.

Y vamos ya a “La noche en la isla”, que arranca con una majestuosa estructura binaria de contraposiciones:

Toda la noche he dormido contigo
junto al mar, en la isla.
Salvaje y dulce eras entre el placer y el sueño,
entre el fuego y el agua.

Tal vez muy tarde
nuestros sueños se unieron
en lo alto o en el fondo,
arriba como ramas que un mismo viento mueve,
abajo como rojas raíces que se tocan.

La unión amorosa toma la forma de una síntesis que llega a través de todas esas parejas de conceptos contrapuestos: salvaje/dulce, placer/sueño, fuego/agua, alto/fondo, ramas/raíces. Y se da una correspondencia estrecha entre cada una de las dos series. De un lado “salvaje, placer, fuego, fondo, raíces”; del otro, “dulce, sueño, agua, alto, ramas”.

Esta simetría a través del contraste alcanza un punto de expresividad difícilmente superable, y sitúa el resto del poema (no lo anoto, cualquiera puede encontrarlo con facilidad a un clic de su pantalla) en el terreno de lo prodigioso, de lo cósmico, de lo telúrico. El terreno que sin duda corresponde al amor, en el oficio humilde de la poesía.



Matilde y Pablo. Foto Archivo Fundación Pablo Neruda.